Si observamos con detenimiento un cuadro del artista Luis Arocha Mariño, destacará una serie de puntos esparcidos a lo largo y ancho de la tela. Buena técnica, dirán algunos; es bastante original, dirán otros. Lo que la mayoría ignora es que dichos puntos son consecuencia de las gotas de sudor de Luis Arocha, que caen sin compasión en sus maravillosos trabajos. Tuve la suerte de verlo pintar en una oportunidad con motivo de ser el presentador de una exposición que exhibía en caracas. El artista pasa horas, días, semanas y hasta meses, alejado de todo lo que pueda distraerlo; disfrutando y sufriendo en el suelo, entremezclado con pinturas, pinceles y telas.
Una luenga barba blanca, una apacibilidad maravillosa y un par de ojos penetrantes y nobles, logran impresionar a quien tenga el gusto de conocerlo. Vive en caracas y su taller se encuentra en San Bernardino, en donde transita confiado y querido por los habitantes del sector.
Amante deslumbrado de la filosofía, apasionado devorador de la divina literatura, conmovedor actor a quien he visto interpretar el papel de Walt Whitman; justo y llano; receptivo y espléndido. Nunca olvidaré la primera clase del curso de psicoterapia que suele dictar en el hospital José María Vargas de Caracas: -“Lo único que no podía tolerar es la idea de que ustedes acepten mis clases sin cuestionarlas. Si eso llegase a ocurrir, creo que estaríamos perdiendo el tiempo.”
Es desde ese momento mi amigo. Gran parte de mi formación académico-anarquista se la debo.
Acepté la tarea de hacer la presentación de sus cuadros ante un grupo muy distinguido de personas. Es el fin de una etapa de su obra.
Los cuadros emanaban tal fuerza, porque fuerza es el término ideal para definirlo, que a ratos daba la impresión de que las paredes se movían un tanto.
Rostros de infinita profundidad, ojos desgarradores que trasgreden en forma implacable el vacío, siluetas a ratos difusas que no dejaban de impresionar a cada uno de los que asistimos al acto. Una implacable forma de combinar colores, capaces de cantar y hacernos cantar, y de gritar y hacernos gritar con ellos. Es, en definitiva, una manera de hacer magia, con la naturalidad del que no está consciente de sus virtudes.
Luis Arocha Mariño: Engranaje esencial de mi última nostalgia. Sabio profesor al cual quedo eternamente agradecido.
La maestra de El Chivo
Son más fáciles de contar los cabellos de nuestra cabeza que las pasiones de nuestro corazón. San Agustín.
Una maestra que da clase a niños de sexto grado en la escuela pública de la localidad de El Chivo me saluda con estimulante afecto. Es la primera vez que hablo con ella; sin embargo, me trata con familiaridad y cercanía. Lee mis escritos desde hace varios años.
La situación me emociona y me satisface. He logrado establecer una maravillosa comunicación con alguien que ni siquiera sospechaba que existía. Pocas cosas pueden ser tan gratas como experimentar el sabor de los frutos de un fenómeno que se basa en la emisión de palabras escritas y la recepción apasionada de un noble lector. Soy una aproximación de escritor muy agradecido de quienes han tenido la paciencia y tolerancia para soportar mis trabajos.
Pero la verdadera comunicación se establece cuando recibo los comentarios de la maestra para quien escribo. Porque, a fin de cuentas, si algo de lo que escribí tuvo eco en ella, es porque sencillamente lo escribí para ella.
Hoy en día, cuando me pregunto para quién estoy escribiendo, me respondo: “Para la maestra de El Chivo”.
Pocas actividades han logrado despertar en mí un estado tan pasional como la aproximación a la literatura. Libros en los que surgen universos maravillosos de pasiones y situaciones que han terminado por configurar una visión del mundo que, si bien puede no haberme hecho mejor persona, por lo menos me ha permitido instantes de goce que me han hecho más vivo.
Creo que las manifestaciones artísticas nos hacen mejor como especie. De hecho, sin ellas, el empobrecimiento de la naturaleza humana podría ser notable. A fin de cuentas, todo arte aspira a ser elevado y en ese proceso pierde lo que podríamos considerar su “utilidad”. Esta utilidad concebida como “servir para algo”. Entonces, ¿para qué le sirve a la maestra de El Chivo tener contacto con unos escritos que no persiguen una “utilidad”?
Cuando la maestra me saludó, se mostraba emocionada y afectuosa. Unos escritos que aspiran a “elevarse” lograron despertar una emoción en una persona. Creo que para eso sirve escribir. Para movilizar un poco el corazón de la maestra de El Chivo.
Mi admirado amigo Bertrand Russell nos advierte que “donde no hay horas libres, el arte y la ciencia mueren, y todo progreso se hace imposible”.
Tanto mi tiempo como el de mi querida maestra está condicionado por la necesidad de ganarnos la vida. Es grato poder encontrarnos dos personas que tenemos la voluntad de apartar algunos instantes para dar cabida a nuestra presencia en estos parajes.
Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – @perezlopresti