Paulina Gamus: El mundo de ayer

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No puedo recordar quién me regaló las obras completas de Stefan Zweig y tampoco la ocasión. Quizá al cumplir 15 años. Con cubierta de cuero y papel biblia. La letra minúscula que podía leer sin problemas porque mi vista a esa edad me lo permitía.

Me hice lectora en la biblioteca de mi escuela la Experimental Venezuela, de la que tanto he hablado y elogiado. Las primeras dos horas de clases los días sábados eran de religión. Yo estaba exonerada por ser judía y una amiga porque su padre era comunista. Pero lejos de perder el tiempo en juegos, estábamos obligadas a pasarlo en la biblioteca. Por eso el regalo del libro de Stefan Zweig fue una joya que conservo como tal hasta hoy aunque ya no pueda leer su diminuta letra.

Como siempre amé la historia, disfruté las magistrales biografías de María Estuardo, María Antonieta, Fouché y Balzac. Zweig, además de novelista, dramaturgo y poeta, era un excelso biógrafo.

Más tarde, ya adulta, compré su última obra que fue publicada después de su muerte en 1942: «El Mundo de Ayer. Memorias de un europeo». Es un libro que está en mi mesa de noche y releo cada cierto tiempo. Esta obra en la que el autor relata el ambiente de euforia, creación artística, libertad individual y de pensamiento que se vivió en Europa entre las dos guerras, es la clave del porqué él y su esposa deciden suicidarse en Petrópolis, Brasil, el 22 de febrero de 1942. Sus vidas no corrían peligro pero el terror del nazismo estaba en su apogeo y en el ambiente se percibía como inevitable el triunfo de la Alemania nazi. La carta que deja Stefan Zweig dice: «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie, una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la tierra».

El derrumbe de un modo de vida, del país en que nacimos y nos formamos, en el que nacieron nuestros hijos y nietos y en el que están enterrados nuestros padres y abuelos, es lo que ha llevado a más de siete millones de venezolanos a un suicidio sentimental.

En toda ruptura hay un profundo dolor y la añoranza por lo perdido. En pocas palabras: un duelo. Esos venezolanos del exilio jamás han podido romper sus lazos afectivos con la Venezuela que fue. Y siguen aferrados a esos recuerdos.

Más allá de la ruptura forzada de quienes se ven obligados a emigrar, el siglo XXI nos ha obligado a vivir una pandemia universal que cambió la vida de individuos, de colectivos y de países. Y como si fuera otra pandemia, toman cuerpo los extremismos religiosos cuyas primeras víctimas son las mujeres. Afganistán lleva la vergonzosa bandera, seguida por Irán y ahora por las presiones de los ultras islamistas en Turquía.

En Israel, los extremistas religiosos se han visto enfrentados por cientos de miles de manifestantes que no han dejado un solo día de oponerse a las amenazas a su democracia, la única en el Medio Oriente.

A la par de esos regímenes que suprimen las libertades individuales, surgen movimientos homófobos y negados a admitir que exista algo llamado Lgtbq, una sigla a la que se podrían agregar letra

El País, de Madrid, publicó hace algunas semanas la noticia, con fotos, de un joven artista español llamado Manel de Aguas, que no se siente mujer ni hombre pero tampoco persona. Se cree pez, dice que es «transespecie» y se mandó a insertar dos aletas en la frente. Lo logró solo en Japón, pero no pierde la esperanza de que las cirugías «transespecie se hagan en todas partes y sin obstáculos.

Muchas personas que nacieron y crecieron en un mundo en el que había dos sexos y se sabía de la existencia del homosexualismo (generalmente repudiado, perseguido y condenado como delito en Inglaterra hasta 1952), tienden a creer que ser transexual es una aberración y que la homosexualidad se cura con tratamientos psiquiátricos. Por supuesto que no es cierto, que ambas condiciones son innatas y merecen respeto. Pero las reacciones adversas se han disparado desde que se pretende transformar el transexualismo en una moda y presionar a los niños para que elijan el sexo al que desean pertenecer.

El movimiento Lgtbx, celebra su día con bombos y platillos y con absoluta ignorancia de ser una minoría que pretende imponerse a la mayoría, al hacerlo la ofenden e indignan y generan reacciones de repudio.

La nostalgia por el mundo de ayer al que sabían perdido, llevó a Stefan Szweig y a su esposa al suicidio. No todos los nostálgicos de los tiempos pasados tienen el valor de suicidarse, pero quieren defenderse de los cambios que no comprenden ni aceptan. Se transforman en extremistas homófobos y en enemigos de los movimientos que hacen alarde de sus preferencias sexuales.

Encontrar el equilibrio es lo necesario pero también lo más difícil. «Ojalá te toque vivir tiempos interesantes», reza una antiquísima maldición chinaY en eso estamos.

Abogada, parlamentaria de la democracia- @Paugamus

 

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