Me preparo para ir a la fonda y disfrutar nuevamente de las celebraciones por las fechas patrias en Chile. Son divertidas por cómo se les vea. Se come, se baila, se conversa, se reúne uno con las personas cercanas y se bebe como si el mundo se fuese a acabar. El país se llena de símbolos patrios y se da paso a una celebración colectiva que nos invita a invertir dinero en darnos unos buenos gustos. ¡Viva Sssscchhiiileee! Se escucha por doquier. De esa manera, año tras año, nos vamos abriendo a la posibilidad de ser parte de un país para mirar el pasado con el lente de la distancia. Se brinda por lo que se tiene y por lo bueno que vendrá. El pasado no existe, es sólo un montón de recuerdos que evocan aprendizajes y afectos. Con el tiempo y la distancia, el recuerdo de las vivencias y los buenos tiempos pareciera que se percibe con más claridad.
Pasando páginas, abriendo rutas
Pasar la página es darse la oportunidad de entender que la vida sigue y que los cambios pueden ser para bien. Cuando un compatriota atrapado en mi país de nacimiento me pide un consejo, no me queda sino decirle que yo migré; esa es mi respuesta. De Venezuela solo me interesan las cosas buenas, que en realidad están atesoradas en mi memoria. En relación con sus múltiples dinámicas malsanas, ya no me concierne porque afortunadamente las siento extrañas. No me interesa remover ese mundo de negatividades. Me interesa apostar porque la sociedad en la cual vivo progrese y a la gente le vaya bien. En el arte de pasar la página se encuentra la felicidad del migrante. Quien no lo logra, tendrá una bola de plomo encadenada en su cuello. La libertad es un derecho, pero también puede ser un deber. Para el hombre que se quiera a sí mismo, la libertad es un imperativo irrenunciable. Dejar atrás el pasado es un acto de libertad. En mi cotidianidad personal, no soporto la queja de quien parece haber nacido para el sufrimiento. Hay pueblos suicidas y ese es su destino. Yo nací y escapé de uno así.
Los tiempos buenos
Los tiempos buenos son los que podemos vivir cada día, ahora, ya. Es bastante probable que, si se nos va la vida esperando tiempos mejores, terminemos por desfallecer y hasta fallecer antes de que nos demos cuenta de lo que nos está pasando. Se vino a la vida a vivir, de lo contrario ¿qué otro sentido tiene la existencia? Los tiempos buenos son los que podemos desarrollar en el camino de la vida, que no es otro que el que vamos construyendo cada día, con sus noches y despertares esperanzadores. Cuando migramos, generalmente lo hacemos apostando por un destino mejor que aquel del que venimos. Por eso, quien sobrevive a la migración en buena lid, tiende a asumir una actitud vitalista y luchadora. Los problemas que conseguimos en el destino de llegada son ínfimos si los comparamos a los del lugar de donde venimos. Es propio del migrante que se sobrepone a los obstáculos, tender a minimizar los problemas de su entorno. La esperanza siempre tiende a apoderarse de lo humano.
Valores mundanos
Una ojeada eventual por la prensa de mi país natal es solo una manera de recordar que es un lugar al cual jamás debería volver. De decadencias se puede teñir cualquier espíritu, incluso el más elevado. La aventura del viaje no es parte de la vida. La aventura del viaje es la vida. De ahí que tiendo a alejarme de cuanto no me genere nutrientes para mi alma. Seré cualquier cosa excepto un espíritu desnutrido. Se piensa porque se tiene el tiempo de ocio necesario para pensar y si el sacrificio de vivir consistiese en renunciar a la posibilidad de pensar, entonces la existencia no tendría sentido para mí. Espero que lo pusilánime y apocado se mantenga a prudencial distancia de mi entorno. Si la vida no se entiende como una pasión, entonces no se entiende. Fuera de mi tierra natal, comencé a ser más universal porque el migrante, cuando mantiene vivas las expectativas con relación al futuro y las cosas buenas que le esperan, deja de ser un ser común para transformarse en un luchador heroico. En el arte de la guerra es bien sabido que en muchas ocasiones podemos avanzar retrocediendo.
Colectivismo, individualismo
Soy promotor del individualismo asumido como una manera de entender el mundo en el cual lo más importante es proteger el derecho a desarrollarnos como personas, sin asumir compromisos con los cuales no nos sentimos identificados. De ahí que cualquier colectivismo es potencialmente sospechoso y las sectas, los clanes, los grupos y otras deficiencias mentales de carácter generalizado tienen sobre ellos la lupa puesta de quien no acepta que le marquen su destino. El grupete, que tiende a expenderse a través de las masas acéfalas, es la gran amenaza para el individualismo, en otras palabras, para la libertad. Todo colectivismo, potencialmente acecha la libertad y desde una perspectiva ética, quienes creemos en el derecho a poder cultivar un poco de libertad en nuestras vidas, nos activaremos al sentirnos amenazados.
Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – alirioperezlopresti@gmail.com – @perezlopresti