Todo ha ido a peor para los iraníes desde el asesinato hace un año en una comisaría de policía de Masha Amini, la joven detenida porque parte del pelo le asomaba bajo el velo islámico. Medio millar de jóvenes han muerto en la represión de las manifestaciones, son decenas de miles los detenidos y torturados, y siete han sido condenados a muerte y ejecutados inmediatamente. Ninguna investigación oficial han suscitado las actuaciones policiales, alentadas desde los medios del régimen. Familias y abogados de las víctimas, en cambio, son amenazados e intimidados por el Gobierno.
El régimen no ha doblado el brazo a las protestas, pero tampoco ha sucedido lo contrario, tal como ha contado Ángeles Espinosa en estas mismas páginas (El régimen iraní, incapaz de tender puentes, 16 de septiembre). Incapaz de frenar el desafío de muchas mujeres a la obligatoriedad del velo, ahora legisla para castigar severamente con multas e incluso con privación de derechos básicos las faltas a la moral islámica, entre las que se incluye, naturalmente, la exhibición de la cabeza descubierta.
Los ayatolás han perdido cualquier asomo de legitimidad, pero la población ha perdido el miedo. Amini ya es el símbolo universal del combate contra la dictadura del patriarcado que tiene en Irán y en el vecino Afganistán sus regímenes más duros e intransigentes. Se trata de un apartheid de género, según un concepto avanzado por Naciones Unidas para ambos países, que mantiene a la mitad de la población sometida y discriminada, en el caso afgano hasta llegar a la exclusión de la educación y el trabajo.
A una deriva tan autoritaria no podía faltarle la solidaridad de las superpotencias autoritarias. Teherán suministra drones a Rusia en su guerra contra Ucrania, un papel que solo otro régimen paria como Corea del Norte se atreve a jugar abiertamente. Pekín ha apadrinado la apertura hacia Arabia Saudí, el rival ideológico, competidor religioso y enemigo estratégico con el que Irán ha restablecido relaciones diplomáticas. También ha abierto las puertas del grupo de los BRICS a ambos a la vez, en una jugada para debilitar y sustituir a Estados Unidos en Oriente Próximo.
La respuesta de Washington, interesado en el desarme nuclear de Irán, es descaradamente pragmática. Joe Biden ha desbloqueado 6.000 millones de dólares de cuentas iraníes a cambio de la libertad de cinco prisioneros estadounidenses, en un canje como los que se hacían con los espías en la Guerra Fría. Para la Casa Blanca es un primer paso para obtener la renuncia de Irán a su peligroso programa nuclear. No lo ven con los mismos ojos quienes no tienen más urgencia que derribar la dictadura, especialmente esas mujeres que combaten por vivir libres y sin velo. Como si la historia se repitiera, la dictadura del patriarcado de Irán endurece la represión en casa en las épocas de distensión exterior, siguiendo el ejemplo de la extinta Unión Soviética, aquella dictadura del proletariado que precedió a la actual dictadura del KGB.