Hoy la palabra gratitud es de más profunda significación cuando se invoca a nuestros educadores, los que confiados y satisfecho de sus obras se pasean por el surco de nuestra memoria y pensamos con justicia como contribuyeron a modelar el rostro del país. He aquí la semblanza de un sobresaliente maestro: José María Álvarez Martínez, ser humano en quien resuenan las vivencias, para asignarle comprensión y equidad a su acción. José María es cauce y antorcha, guía y conducción, estímulo y orientación, lucha y mensaje.
Vino de España a Venezuela y aquí sembró la semilla generosa de la educación bajo la mirada de San Juan Bosco. Tengo la fortuna de tratarle, conocerle y haber recibido su sabia orientación en el Colegio Inmaculada Concepción de La Victoria, Aragua, donde él edificó con humildad, una brillante y prolongada obra docente.
Él fue mi director durante años. Albergo en mi memoria su manera de corregir sin maltratar ni humillar a los docentes. Su palabra no inspira miedo, más bien confianza y seguridad. Una tarde se acerco al aula y me dijo posteriormente en la completa discreción: “Rafael, si lo haces de esta manera pueda ser que te resulte mejor en la práctica”. Sin duda alguna me indicaba que había que cambiar la estrategia metodológica. Esta breve frase la he llevado conmigo durante mi ejercicio profesional. Sin duda alguna en él habita el maestro que inspira, difunde, enseña y comparte sus conocimientos sin mezquindades, para quien se inicia en el magisterio. Allí a su lado aprendí muchas cosas, tomé valiosas herramientas y valoré su elevada estatura como gerente de alto relieve.
En realidad José María Álvarez, es un obrero del pensamiento, un hombre transparente, de alma y corazón limpio, luchador incansable del espíritu y vivificante arquitecto de la educación. Resalta su posición de maestro a través de la cátedra, el libro y el discurso suelto que enseña, pues habla a sus colegas y discípulos con la exaltación, dimensión y finalidad del pedagogo que deja huella.
Ingenio claro, carácter afable, hombre estudioso, prudente, cultor de las letras, gran adicto a la enseñanza-aprendizaje, combativo ciudadano en permanente vigilia y valiente, son entre otras las condiciones de un maestro que lo es plenamente y cuya obra resume su concepción de luchar por el bien de su segunda patria.
Cuando le observaba en las horas de receso entre los jóvenes, tal cual como lo hacía Don Bosco, apreciaba su acrisolada honradez, su modestia y sencillez, su reconocimiento y admiración a sus colegas, su suave regaño a los estudiantes de bajo rendimiento, su ejemplar situación cívica defendiendo en todo momento los principios y normas del colegio. Gracias al esfuerzo de educadores como José María Álvarez se pudo engrandecer el país con obras de la inteligencia y la utilidad de su enseñanza, porque es un maestro por encima de todo.
José María, es ejemplo para quienes se abren paso en la obra pedagógica ante un país tan convulsionado. El resplandor de este valor se esparce por todo el mundo como fiel soldado de la educación. Abnegado cual apóstol, perseverante como un misionero y empeñoso como un profeta, así he mirado a José María Álvarez, un legítimo maestro de personalidad completa, plasmado en viva emoción y demostración clara de progreso cultural.
Su gran capital: su constancia inaudita para superar disímiles dificultades y su inextinguible amor por la enseñanza, que le otorga puesto especial en historia de la educación venezolana. Emularle es ennoblecedor y estimulante.
La patria tiene en usted profesor un valor de la nacionalidad. La Victoria uno de sus grandes hijos, que mucho lustre le ha dado a su nombre. Y la juventud un ejemplo digno y perenne de probidad, resuelto empeño renovador de patriotismo esencialmente progresista. Su vida personal es una digna lección: su gran sencillez, su sobrado espíritu cristiano, su demostrada férrea voluntad para el trabajo, su constante disciplina intelectual, su infinita modestia-propia del sabio- su condición pacífica y su don de gente le erigen ilustre educador.
El profesor José María es un diseñador de conciencias, un meritorio ductor de jóvenes, un valor propio de la educación. Constructor de su propia vida, hecha de la sencillez y para servir a sus semejantes. Intenta, a todo evento, ocultar su vida pública, más la memoria colectiva no permite finiquitar el aplauso que el profesor José María Álvarez merece… elogio siempre conversado, ahora orgullosamente escrito.
Maestro en todo el sentido de la palabra. Este servidor te evoca con gratitud.