El sistema democrático estadounidense, publicitado y vendido como un escenario glamuroso, no logra encubrir sus graves deficiencias acumuladas durante largo tiempo y problemas reales que nunca han sido solucionados. Crece el escepticismo sobre la democracia estadounidense mientras una guerra silenciosa echa sus raíces.
Estados Unidos se obstina en creer que su democracia sigue siendo el paradigma y el faro para el mundo. Por esta arrogancia, su democracia no sólo ha acumulado problemas más que incurables, sino que también ha causado graves daños a todos los países del mundo.
El periódico francés Le Monde señaló que la reparación de una democracia ya deteriorada requiere el sentido de Estado y el de intereses públicos, ambos ausentes en la actualidad, lo que no deja de ser muy triste para un país que durante largo tiempo se ha considerado a sí mismo como un ejemplo.
El año pasado, el think tank sueco Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral incorporó a EE.UU. por primera vez a la “lista de democracias regresivas”. Pasaron casi dos años del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, pero el sistema democrático de EE.UU. no ha logrado aprender realmente las lecciones, y le es díficil hacerlo.
Por eso mismo, la violencia política sigue evolucionando y empeorándose. The Washington Post y The New Yorker señalaron que la democracia de EE.UU. está en un estado innegablemente duro, el disturbio en el Capitolio ha puesto de pleno manifiesto la polarización social, la división política y el auge de la desinformación.
Ambos partidos -el Demócrata en el gobierno y el Republicano desde la oposición- son conscientes de los defectos crónicos de la democracia estadounidense, pero ninguno tiene la determinación y el coraje para hacer reformas.
El 12 de setiembre, el presidente republicano de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Kevin McCarthy, hizo un anuncio en campo minado, la posible investigación formal de juicio político contra el mandatario demócrata, Joe Biden. El proceso se sustentará en las investigaciones de su partido sobre los negocios de su familia en el extranjero.
En la política estadounidense, el dinero es la leche materna de la política, y las elecciones vienen convirtiéndose cada vez más en monólogos de los ricos. Mientras , los reclamos por la democracia son considerados nada más como “notas discordantes” en la política. Con el dinero omnipresente en cada rincón de la política estadounidense, es inevitable que la equidad y la justicia sean reprimidas.
La política del dinero tiene su encarnación más reciente en sus elecciones intermedias en 2022, que costaron más de 16 mil 700 millones de dólares, monto superior a los Productos Nacionales Brutos (PNB) de más de 70 países. La naturaleza de la política estadounidense como el “juego de los ricos”.
La libertad de expresión estadounidense está sujeta a su propio criterio. Los intereses partidistas y la política del dinero se han convertido en carga pesada sobre la libertad de expresión. Cualquier discurso desfavorable a los intereses del gobierno o del capital será sometido a estrictas restricciones.
Ante los grupos de capital y de intereses, la “libertad de expresión” de los medios de comunicación huele a hipocresía. La mayoría de los medios de comunicación son de propiedad privada, y sirven a los poderosos y los ricos. Los grupos de capital y de intereses hacen lo que quieran en lo que respecta a la opinión pública.
Muchos ciudadanos dudan de los resultados de las elecciones de 2020, y el extremismo, el autoritarismo y la desinformación van en aumento. Por primera vez se cuestiona la solidez del sistema, y cada vez hay más preocupación sobre el futuro democrático del país: de acuerdo con las encuestas, un 71% de los votantes estadounidenses piensa que que eso que hasta ahora entendieron como democracia, está en riesgo.
Estados Unidos avanzó con el arte de convertir sus guerras de conquista en civilizadas formas de organizar el mundo y ordenarlo a su modo. En el centro de su discurso público siempre está la muletilla de democracia y derechos humanos. Todo se hace, se justifica, se impone, en nombre de ellos y de su defensa.
Pero la realidad muestra otra cara: las intervenciones humanitarias, la guerra contra “el terrorismo”, contra los gobiernos que según Estados Unidos no respetan los derechos humanos, los que Washington y sus repetidoras políticas y mediáticas en todo el continente llaman “Estados delincuentes”.
En la reciente Asamblea General de la ONU, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva alertó sobre el peligro del neofascismo mundial y denunció que el neoliberalismo que se impone desde Washington “ha empeorado la desigualdad económica y política que aqueja a las democracias actuales”, y alertó que “entre sus escombros surgen aventureros de extrema derecha que niegan la política y venden soluciones tan fáciles como equivocadas”.
Democracia y sicofármacos
El orgullo de los estadounidenses por su democracia ha registrado una drástica caída del 90% en 2002 al 54% en 2022, según una encuesta conjunta entre The Washington Post y la Universidad de Maryland.
Depresión, pánico, ansiedad, angustia, fobias, son los diagnósticos frecuentes que, en 2020, impulsaron un aumento del consumo de psicofármacos, en especial el clonazepan y el alprazolam. Es evidente que las consecuencias de este proceso de concentración económica afectan de manera significativa y particularmente a las clases subalternas, cada vez más enajenadas, más separadas de su producción.
El discurso del actual presidente “demócrata” estadounidense Joe Biden puede servir, quizá, para sus ciudadanos, bombardeados permanentemente, durante décadas, con la ida de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos. Pero, en realidad, ese podría ser un espejo de Estados Unidos.
No es para asustar a la gente, pero lo cierto es que EE.UU., Rusia y China armados con dispositivos químicos, biológicos y suficientes ojivas nucleares y termonucleares, tienen la capacidad destructiva de transformar al planeta en el campo de batalla de la Tercera Guerra Mundial, la cual sería la terminal, por lo cual es imprescindible el diálogo con atención a nudos geoestratégicos, empezando en Ucrania y Taiwán.
For export
El escritor uruguayo Eduardo Galeano sostenía que “La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero”.
Gracias a Biden, el partido de la guerra está de vuelta. Sus políticas se reflejan en sus nombramientos: ideólogos que se debieron haber retirado después de debacles en política exterior, como Victoria Nuland, quien fue la persona en Irak de Dick Cheney, como subsecretaria de Estado en funciones, que es el cargo número dos de ese departamento.
También designó a Elliott Abrams, quien además de haber sido condenado por perjurio fue un sombrío apologista de los torturadores de América Central durante el gobierno de Ronald Reagan, como miembro de su Comité Asesor en Diplomacia Pública y un permanente desestabilizador del gobierno venezolano.
Mientras, Bill Kristol, el radical y ferviente cabildero en pro de la guerra contra Irak, pidió dos millones de dólares para pagar anuncios de televisión en los que se urgía a los republicanos a seguir la misma ruta en Ucrania.
Una vez más los funcionarios predican “un orden basado en reglas”, pero las violan al mismo tiempo que las invocan. Una vez más se invoca a los ciudadanos a ser parte de una lucha global entre la democracia y el autoritarismo. Pero está en una guerra a través de apoderados contra Rusia y, a la vez, se prepara para una guerra fría contra China, impone sanciones económicas a 26 países, tiene más de 750 bases militares en 80 naciones y despliega fuerzas en más de cien, en todo lo ancho de los siete mares.
Andrew Bachevich, del Instituto Quincy señala que “Nuestro actual predicamento se deriva de la afirmación, poco honesta, de que la historia ha encomendado a Estados Unidos ser la hegemonía militarizada que deberá marcar la política hasta el final de los tiempos. Pero sí existen alternativas”. Hoy, la administración Biden parece comprometida a seguir el fracasado libro táctico del equipo proguerra, pero no necesita ni puede pagar los crecientes costos de esta política global.
La realidad del modelo estadounidense es el enorme poder de los grandes capitales y de sus medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular, que en la práctica anula la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos. Y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político, condenados a ser carne de cañón pata las aventuras imperiales y el negocio de las transnacionales de la guerra y los armamentos..
Este modelo democrático que Biden quiere vender al mundo está vaciada de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo, con la inamovilidad de su oligarquía bipartidista. Con una clase política impermeable a la realidad, y la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios, como sucedió con Geoge W. Bush y el mismo Trump.
Negacionismo
El negacionismo es aberrante: hay quienes niegan las bien documentadas provocaciones occidentales que allanaron el camino a la guerra en Ucrania y creen que Rusia invadió Ucrania simplemente porque es malvado y odia la libertad y que EEUU está introduciendo armas en la nación ucraniana porque ama a los ucranianos y quiere proteger su libertad y democracia.
Hay otros que están más interesado en la foto policial de Trump que en las atrocidades respaldadas por Occidente en Yemen o en el hambre en Siria. Es más, otrso creen que EEUU está llenando a Australia de maquinaria de guerra porque ama a los australianos y quiere protegerlos de China y cree que la fuerza militar más destructiva del mundo está rodeando a su rival geopolítico número uno con maquinaria de guerra como medida defensiva.
Hay muchos que, influenciados por los mensajes de los medios hegemónicos, cren que el título de régimen más asesino y tiránico del mundo pertenece a cualquier gobierno y no al de Washington. Es porque quizás vivas bajo las estructuras de poder más asesinas y tiránicas del mundo y, sin embargo, pasas el tiempo gritando sobre la tiranía en los países asiáticos.
Hay quienes creen que el intervencionismo occidental alguna vez ha tenido algo que ver con la difusión de la libertad y la democracia o la protección de los intereses humanitarios y encuentran las protestas en lugares como Irán, Venezuela o Cuba mucho más interesantes que las protestas en lugares como Francia, Haití o Chile.
No son pocos quienes se desgarran la ropa cuando dicen que China se está preparando para tomar el control de Taiwán mediante la fuerza militar, sin reconocer que el imperio estadounidense se está preparando para hacer exactamente lo mismo.
En general, se oponen a las armas, excepto cuando se utilizan para matar extranjeros en el extranjero. Hay quienes creen que estar en contra de la guerra significa poner una bandera de Ucrania en su biografía de Twitter. Son los mismos que creen s que la invasión de Iraq tuvo algo que ver con la liberación del pueblo iraquí y que la destrucción de Libia tuvo algo que ver con la protección de los libios.
Muchos, alentados por la prensa hegemónica, creen que las escaladas de EE.UU. contra Rusia y China tienen algo que ver con su “seguridad nacional” y que está bien que EE.UU. siga librando guerras, destruyendo naciones, matando de hambre a poblaciones civiles con sanciones económicas, instigando guerras por poderes, armando a neonazis y yihadistas violentos, organizando golpes de Estado y persiguiendo a periodistas, porque si no lo hace, el mundo podría ser tomado por tiranos malvados.
Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).