Amigos lectores:
I. La primera parte de esta edición cumple con un propósito: recordar al periodista, historiador del siglo XX venezolano, poeta, ensayista, crítico literario, buceador de archivos, bibliotecas y hemerotecas, político, profesor universitario, editor, compilador, miembro de los grupos Cantaclaro y Tabla Redonda, Jesús Sanoja Hernández (1930-2007). Hacia finales de los noventa, lo encontraba en los pasillos de El Nacional, todavía en la sede que el periódico tuvo por más de medio siglo, en El Silencio. Sanoja era un asiduo del Archivo. Lo encontraba y le preguntaba cosas. No solo me respondía, sino que a los pocos días aparecía con unas notas, un libro o una carpeta de manila, en la que venían páginas de revistas o periódicos, donde estaba la respuesta a mi pregunta. Creo recordar que, en algún momento de 1997, El Nacional formalizó una relación con él como asesor. Así estaban las cosas, cuando en septiembre u octubre de 1997, me armé de valor y le planteé la idea de una serie que se titularía 50 Imprescindibles, y que estaría a su cargo. Insistí en que el foco se pondría en los libros. Sonrió y dijo: déjame ver. En la siguiente reunión apareció con una lista de 120. Conversamos sobre ella. Su siguiente paso fue reducirla a 70. Y en la tercera, finalmente la llevó a 50, de modo de lograr que la serie se publicara a lo largo de 1998 (aunque la última entrega, dedicada a Arístides Rojas, se publicó el 3 de enero de 1999).
El interés de Camila Pulgar Machado, cuya tesis de doctorado se titula Jesús Sanoja Hernández y la literatura, ha ido más allá: ha capitaneado la iniciativa Archivo Jesús Sanoja Hernández (recomendable y disponible en la web) y proyectos asociados a la misma, como el de La imagen poética de Caracas: rescate historiográfico de Jesús Sanoja Hernández, en conjunto con sus colegas María Eugenia Martínez y Ángel Gustavo Infante. Con esto quiero decir que Pulgar Machado es una sanojiana de estirpe, y que ha sido ella quien ha preparado el dossier que va de la página 1 a la 7. Contiene materiales que, solo parcialmente, anuncian al polifacético y generoso escritor e intelectual que fue Sanoja: un ensayo de Pulgar Machado sobre su poesía, Pregunta sobre la poesía de Jesús Sanoja Hernández; un brevísimo de Blanca Strepponi;textos de distinta extensión y calado de Sanoja sobre Miguel Otero Silva, Orlando Araujo y Guillermo Sucre (el ensayo sobre La máscara, la transparencia es incomparable); viene la entrevista que le hice en 1997 sobre los 50 Imprescindibles; unos poquitos de los innumerables textos que publicó con dos de sus muchos seudónimos, así como una novedad: cinco poemas inéditos, frutos de las investigaciones de Pulgar Machado en los papeles de Sanoja, que se acompañan aquí con otros provenientes de su libro La mágica enfermedad. Parece mucho, pero es poco si pensamos en el volumen y diversidad de su obra.
II. Alfredo Baldó Michelena, músico, cocinero y escritor venezolano residenciado en Madrid, nos ofrece una crónica, donde la memoria familiar, en concreto, un capítulo de la historia de su padre, Alfredo Baldó Casanova -político, ministro, embajador, coautor de un libro sobre la historia de la Electricidad de Caracas (con Elizabeth Ayala de Guinand y Cristina Ayala de Pocaterra)-, se entrelaza con momentos de la gran política venezolana. Su texto se titula Mi papá es el que no lleva corbata, y se refiere a un retrato de grupo -no es lo nítido que hubiésemos querido, pero es el que Baldó Michelena consiguió-, en el que se ve a un grupo de venezolanos en 1958, al momento de regresar del exilio.
La parte superior de la página 9 trae un breve ensayo de Enrique Alí González Ordosgoitti, Miranda: el afroamericano más universal del siglo XVIII, en el que analiza la proyección del Precursor de la Independencia, bajo la perspectiva de lo interétnico: “cualquier estudio sobre Miranda será incompleto, si no se sacan todas las consecuencias de ser étnicamente canario, en la situación interétnica que caracterizaba a la provincia de Caracas. Pensamos que su cualidad de Canario ya había afectado públicamente a su propio padre y a su madre (“el hijo de la panadera”). Que las resistencias que tuvo dentro de las filas republicanas para ejercer plenamente su mando, obedecían a su condición de canario versus la condición de los criollos, hijos de españoles peninsulares nacidos en América”.
III. En el 2014, en este Papel Literario, publiqué un comentario sobre El paisaje sonoro y la afinación del mundo, del canadiense Raymond Murray Schafer (1933-2021), músico, compositor, investigador, pedagogo y creador del Proyecto Paisaje Musical del Mundo. Es de esos libros que tienen la facultad de ordenar un campo del saber. En sus páginas, escritas con claridad, expone categorías y procesos -objeto sonoro, paisaje sonoro, acontecimiento sonoro, sonografía, competencia sonológica, diseño acústico, y muchos más- que, se quiera o no, cambian nuestra comprensión, nuestra relación con lo sonoro. Murray Shafer me hizo recordar entonces al Adriano González León que hablaba de respetar el silencio, requisito para aproximarse al desentrañamiento del mundo.
Hace unos meses descubrí con alegría que Luciana Kube Tamayo, músico, académica, periodista e investigadora venezolana que se desempeña en el College Business de la Universidad Internacional de La Florida, publicó en 2019, en Repertorio Americano (revista centenaria que fundó Joaquín García Monge en 1919), una lectura de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, bajo el prisma de conceptos de Murray Schafer, Barney L. Krause y otros autores. El texto que publicamos en las páginas 10 y 11 es una versión, reducida con respecto al original, preparada por Kube Tamayo para nuestro suplemento:
“La fuerza se impone sobrepasando los bramidos, con los gritos de los vaqueros, que de allí pasaban a los caneyes a cantar sus coplas, donde lo que se canta “lo expresa mejor, porque la vida es simple” (172). Todo lo abarca la copla. Los veladores cantan y silban por turnos (173) y al mismo tiempo el corrido y la décima se cantan con cuatro y maracas, improvisando. Se completa el panorama sonoro con la llegada del arpista y puede tocarse un joropo que invita al baile, comenzando por una Chipola, tipo de golpe. Por la forma como describe el autor el toque del arpa, se define la relación de Gallegos como observador no solo de los personajes del llano, sino de su música y de la relación de ésta con la naturaleza. Así se anuncia la revuelta, con lo que el arpista arremete de nuevo, acto gracias al cual “los bailadores lanzan un grito de placer satisfecho y el joropo vuelve al movimiento primitivo” (178). Este es el hecho que marca el inicio de que todas las cosas van llegando al lugar que les corresponde, al origen. El joropo se asienta, las parejas han escuchado a la tierra retumbar bajo sus alpargatas durante el escobillao, una de las figuras del joropo. De principio a fin la Chipola, con sus contrastes, ha hecho aproximarse a los personajes, le sigue el son del zamuro y Marisela comienza a notar que ya no se puede quedar sentada, y entonces saca a bailar a Pajarote en presencia de Santos quien da su aprobación”.
No añado más con respecto a esta edición. Me queda ofrecer mi disculpa al artista Luis Cobelo: en el PDF que distribuimos el sábado 16, su apellido tenía una letra cambiada. Lo corregimos inmediatamente, y en el PDF enviado el domingo 17, no tenía el error. No sólo a él, también a la autora del texto, Jacqueline Goldberg, y a la Sala Mendoza, organizadora de la exposición, expresamos nuestro malestar por el error cometido.
Lo dicho: que lo disfruten, amigos lectores.
Nelson Rivera.