Julio Borges: La crisis de la libertad y la crisis de la democracia

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El telón de fondo es el debate cultural ideologizado, el populismo, la lógica amigo-enemigo y la política banalizada en espectáculo.

Acaba de salir a la venta el estupendo libro Ratzinger y los filósofos publicados por Ediciones Encuentro, Madrid. Los editores son los catedráticos internacionalmente reconocidos Alejandro Sada, Tracey Rowland y Rudy Albino de Assunção.

La mención de este nuevo libro viene a colación porque la opinión pública repite y repite por todas partes la crisis global de la democracia, pero poco nos detenernos a pensar en sus causas y la dimensión de la amenaza a nuestra libertad. Pues bien, una lectura desaprensiva de este libro puede darnos unas pistas fundamentales para salir del laberinto. Especialmente interesante desde el punto de vista político son los capítulos dedicados a Marx, Kelsen, Rorty, Nietzsche, Rawls, Habermas y Spaemann.

La amenaza a la libertad es múltiple, pero la caracteriza un momento de polarización vacía, es decir, sin ideas, ni debates sustanciales en los extremos en disputa. Es como si la democracia hubiera perdido su magia principal: el poder de construir una isla de visión mínima compartida, en un mar de visiones contrarias y hasta contradictorias. Esta realidad refleja que el pequeño pero vital horizonte común que unía a las naciones occidentales se encuentra totalmente astillado, roto.

Por ello, la conversación política se ha reducido a hablar de “personalidades”, de bienestar personal, y no sobre cómo construir instituciones inclusivas, cultivar capital social o articular metas a futuro. El telón de fondo ha dejado de ser la superación de la pobreza, las causas de la migración, el crimen organizado y la corrupción en la médula de América Latina. Por el contrario, el telón de fondo es el debate cultural ideologizado, el populismo, la lógica amigo-enemigo y la política banalizada en espectáculo. Considero que una de las características de la postmodernidad es haber dinamitado un sistema básico de creencias comunes que habían permitido a la dinámica democrática convivir dentro de las contradicciones inherentes a la sociedad, pero con metas comunes.

En este paisaje, el deber ser consistiría en construir democracia para recuperar el centro político y reconstruir una isla de visión compartida donde podamos acordar algunas premisas y valores no negociables en base a la dignidad humana y los derechos humanos. Sin embargo, el centro político es visto actualmente como un espacio deleznable, incoloro, insípido, indigno y neutro; por supuesto, esta es una visión equivocada. Pascal decía que la valentía no es colocarse sordo en los extremos, sino en la determinación de arrastrar el extremo al centro para construir una solución ecléctica.

Contra el prejuicio generalizado, es precisamente Ratzinger quien lucha por promover un camino intermedio y realista para la libertad y la democracia. Para Ratzinger una verdad única y universal sobre la vida no está concebida para convertirse en un cepo a la libertad. Particularmente en la política no existe una única opción política que sea la correcta. Lo que es relativo, la construcción de la convivencia de los seres humanos para vivir en libertad no se puede absolutizar, creer que la libertad es un subproducto del Estado es el error estructural del marxismo. En este sentido, Ratzinger admite que la política, la libertad y la democracia claro que se mueven y dinamizan en un espacio relativo y opinable, lleno de aristas y contrastes. Esto es y será siempre así y es parte del desafío de la democracia. El problema llega con toda su fuerza cuando equivocadamente se quiere ir más allá de cualquier límite y hacer que todo sea relativo, que todo da igual, o que el rasero para medir una decisión política debe ser meramente la utilidad costo beneficio que reporta. Es crucial en este punto comprender que la democracia no es exclusivamente un juego mayorías y minorías, sino que implica unir la libertad a la responsabilidad para asumir algunos valores que no pueden estar sometidos ni al costo beneficio, ni a la regla de la mayoría, i. e. la dignidad humana. Una mayoría, por ejemplo, que decida que la esclavitud es legal carece de toda legitimad por más mayoría que sea. Entender que solo el poder de la mayoría es la verdad, es la crisis de la libertad y la crisis de la democracia.

Frente a las corrientes que acentúan unilateralmente la libertad negativa como bien supremo, Ratzinger llama la atención porque reducen la noción de libertad a mero individualismo, a solo libertad de elegir para mí. Pero puesto de una manera más ancha, la libertad en democracia depende siempre de un sistema de reciprocidad, de libertad y responsabilidad, de prestaciones mutuas, de derechos, pero también de deberes, de un yo, pero también de un tú. En tal sentido, Ratzinger define a la democracia como “una forma de reglamentación de las libertades”. Lo importante, es que esta reglamentación se hace necesaria para preservar la libertad de todos y evitar la libertad de una minoría poderosa, sobre una mayoría sin poder, de alli la necesidad imprescindible de la justicia.

Decía Chesterton que «a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tiene el coraje de ser inactuales». De algún modo, esta es la gratitud que sentimos frente a este libro. Vivimos una época donde palabras esenciales como filosofía, verdad, razón o fe son nociones sospechosas, subversivas, perseguibles por la policía de la opinión pública y que deben vivir en la clandestinidad. Pues bien, Ratzinger y los filósofos tiene la audacia de mostrarnos que todas las capas de prejuicios acerca de Ratzinger y acerca de la filosofía no son más que clichés de una época alienante que se niega a pensar, a dialogar y abrirse al mundo.

¡Bienvenido el debate!

 

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