Juan Antonio Sacaluga: Fatigas bélicas

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En puertas del otoño, la guerra en Ucrania se atasca. La conclusión parece lejana y confusa. No se perciben bien ni su resultado, ni sus consecuencias políticas, más allá de la miseria, que empieza a ser palpable en amplias capas de la población de los contendientes.

La contraofensiva ucraniana, anunciada a comienzos de primavera y luego retrasada hasta comienzos del verano, no ha arrojado los beneficios bélicos que sus defensores vaticinaron, en Kiev, Washington y Bruselas (1). De manera análoga, la operación militar especial lanzada por el Kremlin se ha convertido en una pesadilla de muerte, ruina y desprestigio para Rusia. Pase lo que pase en los próximos meses, esta guerra ya la han perdido todos, aunque, parafraseando a Tolstoi, cada cual a su manera.

Este clima de pesimismo contenido, disimulado, ocultado o falseado, según los actores o las circunstancias es combatido, por lo general y salvo excepciones contadas, con insistencia en las mismas estrategias fallidas hasta ahora, con el autoconvencimiento de que saldrá ganador (o perdedor menor) el que aguante hasta que quiebre el adversario (2).

Un apoyo en problemas

En Occidente, el discurso de apoyo incondicional a Ucrania se resquebraja. Era previsible, incluso en los momentos de mayor exhibicionismo unitario, cuando dominaba el regocijo por el estancamiento de la incompetente campaña militar rusa. O cuando se alardeaba de la nueva ampliación de la OTAN (atascado aún en los procedimientos ratificatorios), como si ello tuviera una influencia decisiva en la marcha de la guerra.

El presidente ucraniano ha desembarcado en la capital del orden liberal internacional con la enésima lista de requerimientos armamentísticos y una mochila cargada de dudas sobre la eficacia determinante de las adquisiciones anteriores (3). Pide Zelinsky más armas y más dinero y se encuentra con que los bazares occidentales están bajos mínimos, la actitud de sus protectores es cada vez más renuente o condicional y la solidaridad de las sociedades se desliza hacia registros cercanos al olvido.

El discurso oficial, aparentemente, no ha cambiado: se defenderá a Ucrania el tiempo que haga falta y con los medios que sean precisos. Pero fuera de cámaras y micrófonos, se le ponen al Presidente ucraniano cada vez más condiciones y se recrimina a su estado mayor errores estratégicos y operativos. Estas reservas son comprensibles. El cheque en blanco es inaudito en política internacional. El mito del apoyo incondicional es una herramienta propagandística.

Se le exigió a Zelensky que depurara su propio equipo de dirección de la guerra. El presidente respondió depurando a la cúspide del Ministerio de Defensa, tras hacerse públicas corruptelas en la gestión de los apoyos occidentales (4). Ahora se le reclama que no aplace las elecciones, y el líder ucraniano se resiste, pese a gozar de un aparente apoyo popular sólido. No parece prioritaria ni comprensible esta petición. Sólo se avista una motivación retórica: enseñar a las poblaciones occidentales que Ucrania es realmente una democracia.

En realidad, no lo es. La guerra vino a orillar las enormes taras del sistema político ucraniano, corroído por la corrupción, el tráfico de influencias, la colonización de las instituciones por los intereses económicos privados, etc. El propio Presidente, promocionado en su día por uno de los oligarcas industriales y mediáticos más poderosos del país, ha tomado la decisión de favorecer su caída o su arrinconamiento, ahora que no lo necesita o que tiene patrones más potentes (5).

En cuando a las condiciones discretas, hay que distinguir entre las administraciones y las formaciones políticas de la oposición y entre ambos lados del Atlántico. El presidente Biden ha asumido el rol paternal de la democracia ucraniana o de la libertad y la soberanía de Ucrania. Apadrina a Zelensky con paternalismo evidente mientras los militares y estrategas que lo asesoran se encargan de leer la cartilla a sus protegidos ucranianos para que sus operaciones sean más precisas, mejor orientadas (6) y, a la vez, menos arriesgadas. Dicho de otra forma: que eviten provocar a Rusia o darle motivos para responder con medios que desencadenarían la temida escalada militar. No sabemos si los militares ucranianos van a aceptar todas estas recomendaciones. De momento, han incrementado sus ataques a objetivos dentro del territorio ruso, de la misma manera que Rusia está empeñada en destruir las infraestructuras civiles ucranianas, con intenciones que parecen destinadas a minar la moral de resistencia de la población. Lo que algunos llaman guerra de atrición se reduce al castigo o la venganza, sin visos de una estrategia ganadora (7).

Biden tiene también un problema interno con la guerra de Ucrania. La facción extremista del Partido Republicano, que puede no ser mayoritaria en representación institucional, pero es dominante en su discurso, quiere abiertamente suprimir o reducir al apoyo económico y militar a Ucrania. Asoma la sombra de Trump, al que se le sigue considerando un secuaz de Putin. Pero, aunque el expresidente hotelero no fuera, que lo es, una figura determinante en el panorama político, esta generación ultraconservadora tiene sensibilidad cero hacia los pesares de otras poblaciones. Del exterior, sólo les preocupa China en la medida en que desafía la hegemonía norteamericana. Rusia, debilitada y secundaria, puede ser incorporada al redil, sin importar la putrefacción de su sistema político, Después de todo, esos republicanos están empeñados en reducir la democracia de su país a una cáscara completamente vacía, como ya denuncian incluso los sectores más moderados del Partido Demócrata (8).

La moralidad aducida por la Administración Biden también está siendo cuestionada desde sectores de pensamiento estratégico poco sospechosos de connivencia con el Kremlin. Desde estas latitudes se opone otra perspectiva: ¿es ético que se siga apoyando una guerra de dudosa resolución y cuyo poder destructivo será mayor cuánto más se prolongue? (9).

En Europa, hay desconcierto e incomodidad. La opinión pública está cada vez más alejada de la guerra. La solidaridad con los ucranianos se acerca a la actitud evasiva, aunque aún no llegue a la hostilidad demostrada hacia los inmigrantes africanos o asiáticos.

El apoyo a Ucrania, con armas y dinero, enfila una cuesta arriba, ahora que la prodigalidad postpandemia se agota, la inflación no remite y los problemas económicos no permiten que se despeje el horizonte.  El enfado en Polonia, por la entrada en el país de grano ucraniano a bajo precio, para perjuicio de los agricultores polacos deja en evidencia la retórica de la solidaridad, incluso entre aquellos que se contaban como los aliados más sólidos (10).

La invitación a Ucrania para entrar en la Unión, prevista en diciembre, puede quedarse en un brindis al sol. El proceso, por mucho que se recorte, será largo y penoso, y cualquier trato de favor crearía agravios comparativos en los aspirantes balcánicos.

El lento desgaste en Rusia

En Rusia, la fatiga bélica está más ahogada por el carácter crecientemente represivo del sistema político. Pero también por un temor cada vez más perceptible a que la guerra traiga aún mucha más pobreza y miseria (la falta de libertades se da por descontada). Putin debe solazarse de que los políticos o altavoces mediáticos liberales refugiados en Occidente le colocaran en la antesala del final, después del golpe de mano de Prigozhin. Haya habido o no venganza, la desaparición de este personaje (auxiliar, primero; incómodo, después) ha tenido utilidad práctica, propia de los estados autoritarios. No hay camino distinto al señalado por el líder. Las élites rusas que han sostenido a Putin no creen llegado el momento de tratar de sustituirlo, aunque no lo descartan, dicen algunos comentaristas liberales rusos. Tampoco está claro que contaran con la concentración de fuerza imprescindible para conseguirlo.

El fin de Nagorno-Karabaj, como síntoma

El factor desprestigio, en cambio, no es manejable por el Kremlin. Y se ha visto en la reciente crisis de Nagorno- Karabaj (Alto Karabaj), un enclave de población mayoritariamente armenia dentro de territorio azerí.

El estatus-quo que se mantenía, con alteraciones menores o no decisivas, desde comienzos de los noventa, ha saltado por los aires cuando Rusia ha dejado de actuar como garante. Cuando en 2018 cambió el signo político en Armenia y sus nuevos líderes se alejaron de Moscú, el Kremlin tomó nota. Armenia empezó a ser un protegido incómodo un poco antes, cuando Putin decidió que el acercamiento a Turquía tenía un valor estratégico muy considerable para Rusia. El presidente Erdogan ha sido el principal valedor de Azerbaiyán en su disputa con Armenia y en su pretensión declarada de acabar con la entidad armenia en el Alto Karabaj.

Durante la última década, Putin ha jugado al palo y la zanahoria en el Cáucaso. Cuando Armenia ha dejado de ser útil, o peor, cuando se ha atrevido a acercarse a Occidente, en vistas de las ambigüedades rusas, el Kremlin ha hecho virtud de la necesidad. El Alto Karabaj se ha convertido en un obsequio a Erdogan, que refuerza su influencia en el Cáucaso, al favorecer a su protegido en la zona. En este juego móvil de favores y condiciones, Erdogan y Putin se mueven como peces en el agua.

En el Alto Karabaj, como quizás ocurra en Ucrania, o en las partes de Ucrania bajo ocupación rusa, las fatigas pueden pasar a la categoría de insostenibles cuando ya no resultan útiles para quienes lanzan, mantienen o prolongan las opciones bélicas.

Notas:

(1) Ukraine’s counteroffensive has made progress. But It has much farther to go. THOMAS GIBBONS-NEFF y LAUREN LEATHERBY. THE NEW YORK TIMES, 20 de septiembre;

(2) How Ukraine can win a long war. The West needs a strategy after the counteroffensive. MICK RYAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de agosto.

(3) In Washington visit, Zelensky tries to shore up critical support. THE NEW YORK TIMES, 21 de septiembre.

(4) En Ukraine, la chute d’un ministre et d’un oligarque. EMMANUEL GRYNSZPAN. LE MONDE, 4 de septiembre.

(5) Is Ukraine really interested in fighting corruption. THE ECONOMIST, 4 de septiembre.

(6) Ukraine’s forces and firepower are misallocated, U.S. officials said. THE NEW YORK TIMES, 23 de agosto.

(7) Russia doesn’t have a good strategy for winning the war (Entrevista con Michael Kofman). DER SPIEGEL, 15 de septiembre.

(8) Democrats and republicans have different views on NATO and Ukraine. WILLIAM A. GASTON y JORDAN MUCHNICK. BROOKINGS, 11 de julio.

(9) The morality of Ukraine’s war is very murky. STEPHEN WALT. FOREIGN AFFAIRS, 22 de septiembre.

(10)  Poland will no longer send weapons to Ukraine, P.M. says, as grain dispute escalates. THE GUARDIAN, 21 de septiembre; Three neighbors of Ukraine ban its grain as E.U. restrictions expire. THE NEW YORK TIMES, 16 de septiembre.

(11) The end of Nagorno-Karabaj. THOMAS DE WAAL. FOREIGN AFFAIRS, 26 de septiembre.

 

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