Dos tipologías parecen estar ganando terreno en medio del trágico momento nacional venezolano. Por una parte están los «optimistas», esos para quienes Venezuela «se arregló»; por la otra, los «cazagüiros», al acecho de cualquier cosa que surque su cielo, como el ave anseiforme de apreciada carne cuyo vuelo esperan los cazadores del Llano, para tirarle con sus escopetas. Contemplar al país debatiéndose entre una u otra opción es como ponerlo a uno a escoger entre la temible Pseudomona y el mortal estafilococo: difícil saber cuál de las dos es peor.
Al clan de los «optimistas» se lo encuentra uno, por ejemplo, en esos estequiométricamente «equilibrados» programas radiales de las mañanas, cuando no en las redes sociales o asistiendo a conciertos y conferencias de autoayuda en hoteles de cinco estrellas cuyo brillo antaño fue bastante mejor. Característicamente, los «optimistas» suelen ver oportunidades y fortalezas que nadie sin ellos ve, por lo que no dudan en «bajarle dos» al drama venezolano siempre que pueden.
Porque para los «optimistas», que Venezuela sea un estado fallido que haya arrojado al destierro a más de 7 millones de sus hijos, en el que la esperanza de vida ha retrocedido en casi cinco años desde 2015 o donde ocho de cada diez venezolanos vivan en la pobreza, no es sino «peccata minuta!».
Los «cazagüiros», por su parte, entienden al país como un tubo de dentífrico al que todavía puede sacársele algo más siempre y cuando se le presione adecuadamente. Los ve uno por allí, encabezando protestas vecinales lo mismo que manifestaciones a las puertas de algún hospital o apoyando candidaturas para cuanta elección se asome: porque güiro o zamuro, para estos personajes «de mosquito para arriba» ¡todo es cacería!
«Optimistas» y «cazagüiros» tienen un rasgo en común: ¡ni de vaina se acercan a la «candela» de los grandes temas venezolanos! Habilidosos operadores, han aprendido a ser potables para todo público, a flotar en todas las corrientes y a respirar en todas las atmósferas, sin meterse – como alguna vez cínicamente me dijera uno de ellos, un personaje muy conocido – en «profundidades marinas». Ambos tipos son verdaderos cultores del arte de «pasar lisos» y de puntillas ante la realidad nacional, exponiéndose apenas lo justo para articular con éxito sus muy particulares agendas.
Unos y otros son la expresión residual de una sociedad agotada en sus posibilidades tras 25 años de desmontaje chavista. Sociedad que optó por el silencio y la anuencia como fórmula de sobrevivencia frente a una hegemonía avasallante y que carece de valentía y de un carácter para mirar hoy su propio rostro reflejado en el espejo de lo cotidiano.
Será por eso que cada mañana en la radio, por Instagram, la plataforma X o Facebook, nos atiborran con sus sonrisas de utilería expresivas de una felicidad que no es tal y nos caen a embustes con sus infundados llamados a «ver las cosas desde otro punto de vista», siendo que en realidad lo que buscan es el chance para hincarle el aguijón a su objetivo, no importa si al precio – como escribiera hace poco mi amiga Soledad Morillo Belloso- de irrespetar nuestra propia historia y de reducirla a la intrascendencia.
Pasen pues al ruedo esos «optimistas» de todos los días que, por ejemplo, nos muestran con orgullo en sus «reels» los adelantos de los trabajos de refacción del Hospital Universitario y del campus de la UCV. Pero eso sí: sean serios y aborden a una enfermera, médico residente o profesor universitario y pregúntenle cómo hacen para vivir. Salgan de sus oficinas los «cazagüiros» de toda la vida y plántenle cara a los jubilados de la industria petrolera abandonados a su suerte y a los padres de los 84 venezolanitos muertos desde 2017 esperando ser trasplantados en el Hospital de Niños. Indaguen en el infierno al que la revolución les condenó siendo inocentes y métanse en sus particulares dramas ante de salir a dar declaraciones.
Para que así todos veamos de qué materia es que están hechos.
Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda – @Gvillasmil99