María Corina es la versión venezolana y emocional de Margaret Thatcher

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Hay políticos que irrumpen en la escena y de un día para otro se convierten en protagonistas. Los ejemplos se amontonan en los últimos años: Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Javier Milei o Rodolfo Hernández. Son figuras que surgen de pronto y logran conectar con una sociedad hastiada y sumida en el descrédito que se agarra a ellos como si fueran la última oportunidad de su vida. Algo así está pasando en Venezuela con María Corina Machado, líder indiscutible de las encuestas a un mes de las primarias de la oposición, solo que ella no es ninguna outsider ni una recién llegada. No forma parte de ese grupo de líderes de la extrema derecha disruptiva ni representa un populismo carismático. Machado lleva dos décadas en política aferrada a sus convicciones. Considerada la representante del ala radical de la oposición, Chávez la bautizó en su día como “la burguesita de fina estampa” y algunos se refieren a ella como la “dama de hierro”. Ahora que ha llegado su momento político, muchos se preguntan: ¿qué tiene María Corina en la cabeza?

Machado se define a sí misma – y a su partido, Vente Venezuela- como “liberal” -o neoliberal, según se mire- en lo político, económico y programático. Su visión política gira en torno a una reducción del Estado como proveedor de políticas públicas, al lanzamiento de las posibilidades del empresariado y al impulso del libre mercado para la creación de riqueza y generación de empleo. Su visión de gobierno tiene un sesgo manchesteriano, no muy diferente al que habrían podido tener Margaret Thatcher, Ronald Reagan o, en América Latina, Sebastián Piñera. Ella misma se mira en esos espejos. “Margaret Thatcher tuvo el valor de defender sus valores toda su vida contra todo lo que se le opuso”, tuiteó en 2013, quizás en una alusión a sí misma, que aún tendría por delante una década de ninguneo por parte del chavismo y la oposición antes de acariciar el éxito.

Esta ingeniera industrial de 55 años, divorciada y madre de tres hijos que han crecido lejos del país y de ella misma, nunca había congeniado con una Venezuela más a la izquierda de sus postulados. Su figura recababa apoyos entre la clase alta a la que siempre ha pertenecido su familia y entre la diáspora, pero en los últimos meses ha roto su propio techo de cristal y se ha convertido en lo más parecido a una princesa del pueblo. Miles de personas responden cada día a su presencia en cualquier punto del país, de los más ricos a los pobres, incluso entre los caladeros de voto del chavismo. El desencanto con el Gobierno y con una oposición que de tanto dar bandazos ha desconcertado a una sociedad que sufre cada día la crisis, ha aupado a esta mujer de ideas claras, que busca dar un giro completo a la economía del país, y de paso conecta con el dolor de tantas familias rotas. Ella también es una madre que echa de menos a sus hijos.

Machado siempre ha huido de las etiquetas. “Si plantear que la erradicación de la pobreza es una responsabilidad de toda la sociedad es una idea de izquierdas, entonces soy de izquierda. Si creer en la libertad personal, en la inversión, en la productividad es un tema de derechas, entonces soy de derecha”, sostuvo en 2012. La política mantiene una postura tolerante y flexible en temas como el aborto, -sobre el que pide abrir en el país el debate en torno a su despenalización en caso de violación-, el uso de la marihuana medicinal o el matrimonio gay. Aunque es una mujer que se presenta como creyente, descarta que su fe se vaya a colar en su acción política.

La precandidata presidencial se ha propuesto privatizar la empresa pública Petróleos de Venezuela (PDVSA), todo un tabú para la política local, y devolver a sus propietarios todas las empresas expropiadas por el chavismo, entre la que se encuentra Siderúrgica Venezolana, la compañía de la que su padre (fallecido este año) fue presidente del Comité Ejecutivo. Machado quiere desregular los controles, promete castigar la corrupción y promover una amnistía general de presos políticos, fomentar el crecimiento hacia afuera y retomar el contacto con los organismos multilaterales.

Inés Santaeulalia – Alonso Moleiro – El País de España

 

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