Tulio Monsalve: El conde

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La historia se repite, ese es uno de los errores de la historia: Charles Darwin, y retumba al evocar a Chile bajo el horror de Pinochet y repiten 50 años después, con careta de izquierdistas descafeinados: Bachelet y Boric.

Igual produce contradicciones el cinismo de Netflix vendiendo la película El Conde, 50 años después del dictador.

Revisemos el film de Pablo Larraín. Nos gusta por ser mezcla de comedia negra con fantasía y como dicen los “rotos” chilenos, “pa´ la risa”.

El film muestra a Pinochet como un vampiro, a su familia, y esposa, como, unos chupasangre. Él imponía a sus íntimos que lo llamaran “El Conde”.

Anhela renacer para borrar su mala imagen en tono de comedia política. En ritmo guasa para que nuestros pueblos se alerten y se eviten la novedad de outsiders electorales. Que solo dan risa al empoderar: Bolsonaros, Lassos, Áñez, Guaidos. Larrain satiriza con dosis de terror gótico, bien pensado, bien realizado en trama de majestuosa brutalidad la corrupción de valores que impone una familia indigna. De modales refinados, que inventan como modelo latinoamericano de una casta goda, travestida, de consumados chupasangre. Íntimamente temen que el vampiro los muerda y condene como inmortales aves negras nocturnas.

El film de Larraín, en apariencia, todo lo mezcla. Pero observando, no mirando, como dice Sherlock Holmes, su guión responde a un esquema ordenado, con enfoque crítico sobre la evolución de la reciente historia de su país, repitiendo el papel de los animales voladores nocturnos. Aún en el poder.

Retrata la sociedad chilena -pasada y presente- dirigida por chupasangres que todo lo piensan en inglés. Con voracidad fagocitan ya hace 50 años la sociedad y los negocios con espíritu imperial, y bajo ley neoliberal y terminan con su fracaso actual y un pueblo alzado.
Hay contradicciones dentro de este grupo de poder que asciende bajo el terror del vampiro. Luego, al verse en la historia, sienten el rechazo de la humanidad que los sataniza y aborrece. Familia incluida, que se autodevora, al no encontrar la riqueza, que saben escondió en Suiza, su pater vampiro.

Importa destacar la calidad e inteligencia de los diálogos que escoge Larraín para hacer reír, y mucho reflexionar, sobre el significado y actualidad de su guión. Sobre todo cuando se tiene que citar una cosa detestable como a quien él retrata. Pensar: evoca fachas e historias de opositores de por aquí. ¡Va de retro!

 

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