Ahora que el doctor Hermann Escarrá vuelve a la escena pública con la transcendental encomienda de redactar las preguntas que estarán formando parte del referéndum consultivo –referéndum del perogrullo y lo «cajonérico»– sobre el Esequibo, bien vale la pena recordarle que nos debe un referéndum.
No es juego. A todo el país le gustaría oír su grave y parsimoniosa voz explicando porqué el proyecto de constitución que bajo sus directrices discutió la constituyente del 2017 –espuria y, para más señas, de votación inflada según Smartmatic—no fue llevado a consulta popular después de tres años de sesudas deliberaciones de sus 545 integrantes. O sea que nos deben el referéndum y también la explicación de semejante aborto inconstitucional.
De modo que pronto veremos a la ceremoniosa figura del diputado Escarrá, rigurosamente forrado de negro y sin una mota de polvo en la solapa, dando las enjundiosas motivaciones del referéndum y sus implicaciones jurídicas, que las dirán aunque no las tenga en el plano internacional, como no las tendrían uno que en respuesta al de acá celebren las autoridades de Georgetown.
Uno tiene la convicción de que si no estuvieran previstas unas votaciones primarias en el bando opositor el régimen no hubiera sacado de su arrugada chistera el conejo consultivo.
En ese afán de asfixiar, impedir o empequeñecer toda iniciativa política que redunde en avances de las fuerzas opositoras siempre tienen una respuesta en paralelo, un clon perverso, un retruque que minimice los efectos del accionar opositor.
Nada ilustra mejor esa política que la convocatoria inconstitucional a aquella constituyente –»supra constitucional y plenipotenciara», según dijeron—que se encargó de anular y suplantar a la Asamblea Nacional que el voto soberano del pueblo eligió en diciembre del 2015 dándole la mayoría calificada a la oposición, que es decir dejando pintada en la pared a la bancada oficialista.
Lo mismo hemos visto con las salidas intempestivas de personeros del régimen a la calle en adelantada campaña electoral en respuesta a los recorridos y a las nutridas manifestaciones de apoyo que están recibiendo los precandidatos opositores. Y ahora que las primarias movilizarán, como lo indican las encuestas, un importante contingente de ciudadanos, pues ellos ya tienen la fórmula para decir que el liderazgo del régimen lo superó con creces. Y Hinterlaces se encargará de sacar conclusiones bien bonitas.
En verdad, han podido encontrar preguntas con resultados más efectivamente motorizadores como las que indagarán sobre nuestros derechos históricos sobre el Esequibo. Han podido preguntar, por ejemplo, si estamos de acuerdo con que Miguel Cabrera entre al Hall de la Fama o con que algún día se aumente el salario mínimo o con que los docentes y otros trabajadores venezolanos tengan condiciones laborales dignas.
Indagación de mucha más envergadura sería preguntar si estamos o no de acuerdo con que el actual gobernante cese en sus funciones o, mejor, en sus disfunciones. Pero eso nos lleva a recordar que las dos veces que se ha intentado el régimen ha puesto en movimiento todo su aparataje de poder para impedirlo. El primer intento de referéndum (2016) fue criminalizado con distintas invenciones y finalmente bloqueado por cinco serviles juececillos sin competencia para ello.
A la segunda iniciativa revocatoria (Enero 2022) le pasó como a Juan Charrasqueado: el CNE no le dio tiempo ni de montar en su caballo y lo tiroteó con la decisión de tener que recoger 4 millones de firmas en cuatro horas. Ahora vienen a preguntarnos, al calor de una disputa petrolera, si estamos de acuerdo con que el sol salga por el este y se oculte por el oeste o con que la tierra siga girando alrededor de él, como lo establecieron Heráclito y Aristarco y refrendó Copérnico hace casi cinco siglos.
Quien de verdad no lo tuvo claro fue Chávez, quien llegó a afirmar que «el gobierno venezolano (o sea, él) no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en el Esequibo, y cuyo propósito sea beneficiar a los habitantes del área». Y para remate: «el asunto del Esequibo será eliminado del marco de las relaciones sociales, políticas y económicas de los dos países (Georgetown, 2004)». Dice la historia que allí pesaron la sumisión a Fidel Castro, de activa diplomacia en el Caribe, y la necesidad de contar con ese votico de Guyana en organismos internacionales en momentos en que el gobierno venezolano estaba –y sigue– contra las cuerdas.
Valga recordar que, curiosamente, así como «el sol de Venezuela nace en el Esequibo», de allí también vino por mucho tiempo el arroz de las bolsas Clap.
El régimen, pues, apuesta sobreseguro, en busca de mucho “síes”, a semejanza de aquel rey con el que se topó El Principito y que se decía capaz de darle la orden al sol para que se ocultara. Sólo que había que esperar que fueran las ocho menos veinte para que aquel mandato monárquico se cumpliera. Qué victoria.
Un poco así sería la respuesta que nos debe el doctor Escarrá: no hubo referéndum sobre el proyecto constitucional del 2017-2020 porque estaban más que seguros que el voto soberano de la gran mayoría de los venezolanos hubieran expresado un rotundo NO, que lo hubiera enviado directo al tacho de la basura.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar