Tulio Monsalve: Cuento glorioso de un desastre

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Es ópera del desfallecimiento de la derecha política del país en sus últimos 63 años, desde la caída de la dictadura, hasta el fiasco del gobierno de Guaidó, López, Borges y Mari Cory.

En el 58, a la derecha, AD-Copei, se le impuso la tarea de reconstruir su imagen política y la de los empresarios. Al fin, no logran, ni una ni otra. Fue la oportunidad gloriosa de haber creado un programa político perdurable. Paradoja: abatido por sus propios líderes. La derecha solo logra en el período que su votación se mantenga prácticamente intacta frente al crecimiento de la izquierda.

Su medrar histórico solo suma crisis y desuniones. Demuestran que están impotentes frente a un problema estructural. Mientras, pierden su potencia de renovación e innovación.

Sin fuerza, ni optimismo suficiente para superar su letargo y sus crisis.

Ante este cuadro cabe una hipótesis: los agentes de la derecha no se sienten a gusto con sus representados y los representados padecen, a disgusto, a sus jefes de partido.

Otro indicador, en el sexenio, la derecha nunca se ha sentido representada en ninguna sigla, ni atada a un líder. Abandonaron a Rómulo, a Caldera dejaron sin partido y Pérez solo recibió cárcel.

Explica por cuanto la dirigencia de la derecha, cada día, se reduce a diatribas con otros dirigentes para relucir cuántos like reciben.

Cada jefecillo ambiciona el poder. No hay ingenio, ni vocación para idear un programa político. Y, sugiere, insuficiente formación, o capacidad para defender cuál opción política los saque del letargo. Solo así ganarían definición ideológica y espacio, frente a otros con los cuales se pelean en redes.

Menos aún, logran acordar una visión compartida. Al contrario, sus actos lo que buscan es el éxito individual, no la credibilidad para hacer aceptable su proyecto político.

Su destino, no fue solo la división, sino la falta de estrategias políticas coincidentes. Lo cual es prueba condenatoria del poco aprecio de la derecha política por su base social.

Remachado por los mantra, con que pontifican sus chicagos boys, al creer que en política lo único importante debe ser la economía.

La vida de sus clubes políticos se reduce a una pelea de gallos entre compadres con ambición de poder. Y olvidan la máxima política: no hay líder sin proyecto. Coinciden soñar con tener una nobleza partidaria, a lo borbón, que terminó en la trágica realidad de una corrupción ridícula, y un final de primarias.

 

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