El anarquismo tiene las espaldas anchas, como el papel, puede con todo, definió un escritor francés –que tenía simpatía por La Idea- a finales del siglo XIX; de poco sirve el intento de que un principio general integre, encierre, limite, todas las corrientes y tendencias anarquistas.
En su obra Anarchosyndicalism (1938), el historiador anarquista Rudolf Rocker exponía lo que no debe confundirse con esta filosofía política y, en sentido contrario, su trasfondo y fines.
Así, “el anarquismo no es un sistema social inmóvil y cerrado en sí mismo sino más bien una tendencia definida en el desarrollo histórico de la humanidad, que, en contraste con la tutela intelectual de todas las instituciones clericales y gubernamentales, lucha por el despliegue libre y desinhibido de todas las fuerzas individuales y sociales de la vida”.
El politólogo, activista y catedrático emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Noam Chomsky, destacó estas ideas en la introducción al libro Anarchism: From Theory to Practice (1970), del historiador marxista libertario francés, Daniel Guérin.
Chomsky se apoya, asimismo, en autores como Arthur Rosenberg (A History of Bolshevism from Marx to the First Five Years Plan, 1965), quien señaló cómo las revoluciones populares plantean el cambio de un poder centralizado -y que se impone por la fuerza-, por alguna forma de organización comunitaria que implique la desaparición del Estado anterior.
Este sistema comunitario será de carácter socialista, o bien una “forma extrema de democracia” que se revele como condición previa del socialismo; además el socialismo sólo es posible si las clases populares cuentan con “el máximo grado posible de libertad individual” (en su obra Guerra Civil en Francia, Marx destacó que la burguesía parisina ya había comprendido que –en 1870- sólo podía elegir entre dos opciones: la Comuna o el Imperio).
La cooperativa valenciana Sembra Llibres ha publicado dos ediciones en lengua catalana del libro Sobre l’anarquisme, cuya primera versión –en inglés- es de 2013; el texto de 190 páginas recoge ideas que, sobre el anarquismo, Noam Chomsky ha compartido en diferentes ensayos y entrevistas.
Una parte de las reflexiones provienen del libro Understanding Power: The indispensable Chomsky (2002); el lingüista estadounidense considera que es inaceptable la “esclavitud salarial”, y que tanto las personas como las comunidades son las que deberían dirigir –de manera democrática- las instituciones económicas; ello sería posible mediante fórmulas de asociación libre y federalismo.
En un diálogo con ciudadanos, el autor de El miedo a la democracia rebate tópicos como el que asocia la economía de Estados Unidos al mercado libre; “esta afirmación es una simpleza”, concluye.
De hecho, “los únicos sectores internacionalmente competitivos son los planificados, los que reciben una subvención estatal”; Chomsky menciona el caso de la agricultura de capitalización intensiva (el Estado garantiza un mercado si se producen excedentes); la industria de la alta tecnología (que depende del Pentágono) o las farmacéuticas (con dinero público para la investigación).
En el intercambio de ideas con otras dos mujeres, continúa refutando lugares comunes del discurso oficial; como el que vincula la anarquía al caos; esta caracterización “es una tergiversación, una calumnia, básicamente es como hablar del socialismo de la burocracia soviética”.
El anarquismo siempre ha defendido, por el contrario, una sociedad con altas cotas de organización, pero de manera democrática y desde abajo.
El filósofo y ensayista político añade, respecto a las posibles causas de la propaganda y esquematismos interesados: “Los núcleos poderosos siempre han considerado el anarquismo como el mayor de los males”; menciona el ejemplo de la Campaña del Temor Rojo en Estados Unidos, en 1919, durante la presidencia del demócrata Woodrow Wilson; “fueron duros con los socialistas, pero a los anarquistas directamente los pelaron”, recuerda.
Además el pensador crítico, ya nonagenario, rehúye la rigidez en sus reflexiones; así ocurre cuando se le pregunta por el denominado Estado del bienestar; “es cierto que la visión anarquista, en casi todas sus variantes, ha querido desmantelar el poder estatal. Yo comparto esta perspectiva”; pero actualmente el Estado del bienestar es “el reconocimiento de que cada niño tiene derecho a la alimentación y a recibir asistencia sanitaria”.
La edición de Sembra Llibres recoge ideas de Chomsky publicadas en American Power and the New Mandarins (2003); aborda, entre otras cuestiones, la relación entre la objetividad y el pensamiento liberal; el autor se centra en las diferentes interpretaciones de la Revolución Social española de 1936 y, en concreto, de la obra The Spanish Republic and the Civil War 1931-1939, publicada en 1965 por el historiador Gabriel Jackson (“un ejemplo excelente del academicismo liberal”).
Noam Chomsky apunta el sesgo de los textos de estas características contra la Revolución Social; además el compromiso que revelan con la democracia liberal burguesa, y especialmente con dirigentes políticos como Azaña, Martínez Barrio o Casares Quiroga.
En cambio, Jackson considera que en la primera fase de las colectivizaciones -por parte de los sindicatos de Barcelona, Madrid o Valencia- estos “abusaron de su autoridad para poner el rótulo de incautado (´bajo control de los trabajadores´) a todo tipo de edificios y vehículos”.
Otro punto tratado en Sobre l’anarquisme es la relevancia de la palabra y la argumentación; Chomsky valora que cuando se transita a favor de la corriente, se exigen pocas justificaciones; lo explica del siguiente modo: “Yo podría decir ´sí, Gadafi era un terrorista´; no me haría falta aportar ningún tipo de pruebas”. Pero si le atribuyera esta condición a George Bush, “se me pediría que argumentara esta afirmación”.
También en una entrevista con Harry Kreisler (Political Awakenings, marzo 2002), cuestiona que se ponga el acento en la función de los líderes y los héroes; así, en el caso del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, una figura destacada fue Martin Luther King.
Pero lo que hizo realmente Luther King fue sumarse a una “ola de activismo”, en la que participaban movimientos como el Comité Coordinador Estudiantil No-Violent (SNCC), los Freedom riders (viajeros de la libertad) o toda la gente que recibía palizas en las calles.