Jesús Alberto Castillo: La responsabilidad ciudadana

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En “La sociedad abierta y sus enemigos” Karl Popper llega a la inequívoca conclusión que la falla de la democracia no recaer exclusivamente en el funcionamiento de las instituciones, sino en la actitud que asumen los ciudadanos frente a los hechos políticos. El hecho de tener dirigentes y funcionarios corruptos responde a la dejadez y memoria frágil de la gente respecto a su deber de ejercer el control social sobre los gobernantes. La apatía y el conformismo se convierten en peligrosos males en una sociedad que marcha sin rumbos en su dinámica diaria.

La no exigibilidad de rendición de cuentas, el desorden permanente y la falta de una cultura ciudadana aceleran el atropello de los gobernantes con respecto a la gente, a sus derechos fundamentales y al propio manejo de recursos en la gestión pública. Cada día las personas muestran poco interés de asumir el compromiso en la acción pública porque la siente distante a su mundo de vida o, más crudamente, desconfía de quienes tienen el monopolio legítimo del poder público.

Esta realidad hace que la política adquiera una visión negativa en la mayoría de los administrados. Hoy el repudio se ha generalizado hacia cualquier tipo de actividad en el espacio político que es preferible “dejar hacer y dejar pasar” para no aparecer en la construcción de un orden político que promueva las libertades públicas, el trabajo productivo, la creatividad y el talento humano. Es tan patético el grado de ignominia que llegado el momento de ejercer el voto, no se hace con sentido de responsabilidad y libertad personal, sino que responde más al miedo de perder cualquier prebenda o, sencillamente, arriesgar la integridad personal ante el incesante ambientes de terror psicológico y violencia exasperada. De manera que el sufragio está condicionado a fuertes controles, negando la posibilidad de que el elector ejerza su soberanía sin presión ni chantaje.

La gente tiene que atreverse a cambiar este cuadro de miseria generalizada que le rodea y tomar el voto como un arma poderosa para desplazar del poder a gobernantes incompetentes y crueles. No basta la queja diaria ante tantos problemas si no se actúa con responsabilidad ciudadana para desplazar del poder a quienes son incompetentes.

Por eso, suele decirse que la democracia está en peligro ante la ausencia de una ciudadanía participativa, reflexiva y proclives que defienda las libertades del hombre. Una nación requiere de hombres y mujeres que desechen el miedo y el conformismo.

Hoy Venezuela necesita de sus hijos y de un liderazgo que recobre la majestad de la política. Una figura exitosa y con capacidad de generar empleos productivos y elevar la producción de riquezas, mediante un proceso formativo integral de sus administrados. Es tiempo de pasar de un liderazgo mesiánico y carismático a uno más visionario y exitoso desde el exigente campo de la gerencia. No busquemos más culpables, revisemos nuestras actuaciones erráticas y comencemos por transformarla por el bienestar de Venezuela.

Politólogo y profesor universitario.

 

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