Lluís Bassets: Maldad pura y sin adulterar

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Nada frenará la destrucción de Gaza. Nada podrá mitigar el objetivo de Israel, de su Gobierno y de su sociedad, compartido por EE UU y la Unión Europea. De Hamás no deberán quedar ni las cenizas. Será altísimo el precio a pagar, aceptado por los israelíes, en vidas —propias, las de sus soldados y las de los desafortunados rehenes, y ajenas, las de muchos gazatíes—, en prestigio internacional, en su avanzada economía y en las relaciones con los vecinos, quizás en las nefastas consecuencias geopolíticas, como sería la escalada regional, incluso hasta la guerra sin intermediarios con Irán. También lo pagarán sus aliados, más alto cuanto más próximos, y sobre todo Ucrania, en merma de ayuda militar, en desatención política y en el desprecio a la legislación y a las instituciones internacionales que a Putin tanto le conviene.

El despiadado ataque de Hamás ha querido demostrar que Israel no es invencible, destrozar su invulnerabilidad e incluso proyectar la sombra del Holocausto en las mentes de los israelíes de hoy, indefensos ante la acción exterminadora al igual que les sucedió a sus ancestros, los seis millones de judíos asesinados en masa por los verdugos hitlerianos y sus cómplices. Fue una operación bélica pensada para detonar una guerra total, es decir, una espiral de violencia sin límites con enorme capacidad expansiva, que alcanza a las sociedades enteras.

Así es como ha empezado la ofensiva sobre Gaza, con un asedio absoluto, un bombardeo aéreo sobre las ciudades, una irracional orden de desplazamiento de la población y ahora la anunciada invasión terrestre. Es el tipo de guerra que caracterizó las contiendas del siglo XX, en las que la legalidad internacional, las convenciones de Ginebra y el derecho humanitario son sistemáticamente vulnerados, a pesar de las habituales declaraciones piadosas, las falsas garantías y los lagrimones oficiales de instituciones y gobiernos.

La población civil es una pieza más, escudo para unos y objetivo a castigar para los otros, con el fin de desmoralizar al enemigo. En las últimas elecciones, cuando Hamás se hizo con el poder en la Franja, hace 17 años, más de la mitad de la población eran niños de corta edad o no habían nacido. Encuestas recientes revelan la impopularidad de la milicia terrorista y el rechazo de los gazatíes a su ruptura del alto el fuego. Ahora se les aplica un castigo colectivo como si fueran culpables de la toma de rehenes y del ataque de Hamás, como cree Isaac Herzog, el presidente de Israel.

De la mano de Putin y en el corazón de Europa, la patria histórica de la guerra total, se ha producido el siniestro rebrote después de una larga ausencia. En Gaza veremos con mayor nitidez su crueldad inmisericorde y el odio divisivo que difunde. Acertó Joe Biden cuando calificó a Hamás como expresión de la “maldad pura y sin adulterar”, tan pura e inadulterada como que fácilmente se infiltra en el corazón de sus enemigos.

 

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