Jesús Alberto Castillo: La intolerancia que nos acecha

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Un latente peligro para toda sociedad democrática es tener individuos que ven el mundo de un solo color. Estos últimos no admiten otras verdades y suelen descalificar de “traidores” o “enemigos” a quienes disienten de su proyecto. Incluso, tales actitudes pueden traspasar el umbral de lo racional y conducirlos a cometer horrendos crímenes contra la humanidad.

La intolerancia se ha propagado con fuerza en nuestro tejido social. La polarización política exalta las más vivas pasiones donde la violencia hace su trabajo para imponer la verdad suprema, esa que representa al mesías desde el Estado y es acogida por el colectivo. Invade, además, el espacio doméstico y se expande como un torrente de odio y división de familias enteras.

El dogmático no acepta otro razonamiento que el suyo. Su pensamiento único reduce la capacidad de visualizar y comprender otras realidades que están presentes en la vida cotidiana. No es casual que a lo largo de la historia muchas guerras y holocaustos hayan derivado de esa patología llamada intolerancia. Al final lo que se espera es el propio exterminio de la humanidad. El más reciente conflicto entre Israel y Hamás es ejemplo de esta grave amenaza planetaria.

La Venezuela de hoy, pulverizada por un régimen totalitario, no es la excepción. Desde los altos niveles de poder, mediante un poderoso equipo propagandístico y doctrinario, se ha sembrado el odio en la población. Se intenta dividir a los venezolanos entre patriotas y traidores, revolucionarios y lacayos, defensores del pueblo y cachorros del imperio. El problema se agudiza porque este flagelo se reproduce, también, en la dirigencia opositora. Hay sectores extremos que se autodenominan “los puros” en abierta guerra contra “los alacranes”. No se percatan que esta dicotomía es inducida, algunas veces, desde el oficialismo para mantener dividida a la propia oposición y así seguir reinando.

Resulta lamentable que el fanatismo opere con fuerza en una dirigencia que pregona a los cuatro vientos la salida de Maduro. Es un mensaje negativo para una sociedad que debe retornar por la senda de civilidad, el pluralismo y la democracia. Precisamente, las voces más dogmáticas que dicen ser “los puros de la oposición” provienen de aquellos que andan de partido en partido y hasta han disfrutado de las mieles del oficialismo, salvo algunas honrosas excepciones.

Este país, abatido por la miseria, ya no soporta tanta intolerancia. Una sociedad democrática se alimenta de la diversidad de pensamiento, del pluralismo político y las visiones de todos sus miembros. Si realmente queremos salir de este clima de intolerancia debemos aprender a reconocernos y aceptar las ideas de cada quien. Debemos disentir con argumentos y altura, si en verdad nos consideramos demócratas. No olvidemos aquel célebre pensamiento de Voltaire: ¡Desprecio sus ideas! ¡Pero cuánto daría por defender su derecho a sostenerlas!

Politólogo, profesor universitario y dirigente político.

 

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