Polonia ha votado más que nunca desde la instauración de la democracia liberal, a comienzos de los años noventa. La participación ha sido del 74,25%, casi trece puntos más que en 2019. Los datos indican que la población de las grandes ciudades, en especial las del oeste del país, han acudido masivamente a las urnas. Ese el principal factor, apuntan los analistas, que explica el retroceso del nacionalismo y su más que probable desalojo del poder.
En efecto, el partido gobernante, Ley y Justicia (PiS), apoyado por cinco formaciones menores, no ha conseguido el suficiente número de parlamentarios para asegurar su continuidad en el gobierno. Ha obtenido 195, pero se necesitan 231 votos en el Parlamento para alcanzar la mayoría. Ni siquiera le bastaría el apoyo de los 15 obtenidos por Konfederacja (Confederación), aún más ultras que el PiS, pero de sesgo libertario y reticentes a una alianza poselectoral (1).
La crisis económica derivada de la pandemia y la guerra de Ucrania ha debilitado el apoyo de que gozaban estos ultranacionalistas en la última década. El intento de acompañar las elecciones con unos referéndums sobre restricción de la inmigración y otros asuntos sociales para movilizar a su electorado ha resultado fallido: las consultas no han logrado la participación requerida (2).
El PiS ha ejercido un poder político rayano en lo absoluto en los últimos ocho años. No ha tenido problemas en ignorar la división de poderes, controlar el poder judicial, atentar contra la independencia de los medios, restringir los derechos de las mujeres y las minorías y practicar el victimismo nacionalista contra sus vecinos alemán y ruso casi a partes iguales. También ha sido objeto preferente de sus arremetidas el aparato comunitario de Bruselas y, por extensión, cualquier socio europeo que criticara sus políticas populistas, ultranacionalistas y xenófobas.
El futuro político en Polonia no está del todo claro. El principal dirigente de la actual oposición, Donald Tusk, lidera la Coalición cívica, que refuerza su partido (Plataforma Cívica) con otros grupos liberales y ecologistas menores hasta alcanzar 157 diputados. Tiene que forjar un acuerdo de gobierno con los liberales europeístas y los agrarios del veterano Partido Campesino, reunidos en la coalición Tercera Vía, que suma 65. Pero aún no sería suficiente. Necesita añadir el apoyo de una tercera alianza, Lewica, (Izquierda), una amalgama de socialdemócratas, laboristas, socialistas y progresistas, que le aportarían 26 diputados. En total, alcanzaría 248 diputados, una mayoría holgada (3).
Por lo tanto, el cambio efectivo en Polonia descansaría no ya en un tripartito, sino en un multipartito articulado en tres coaliciones: una especie de mecano político de complicada gestión. Estaríamos ante una especie de frente antinacionalista o una versión barroca de ese consenso centrista que ha dominado la política europea durante décadas. Ironías de la vida, viene a resucitar en el país menos pensado hasta hace sólo unos días. Desde luego, en esas formaciones hay una motivación poderosa para confluir: el empeño compartido de enviar al PiS a la oposición.
Si eso al final ocurre, no hay duda de que el partido ultraconservador activará las palancas institucionales y sociales que ha ido construyendo en estos ocho últimos años. Ya lo advirtió de forma alambicada el propio Kaczynski la noche del domingo: “seremos importantes, en el poder o en la oposición”. El PiS podría tener otra baza más para bloquear la demolición de su modelo ultranacionalista. El Presidente de la República, Andrzej Duda, que fue promovido por el partido de Kaczynski, podría interponer su derecho de voto en iniciativas legislativas de la nueva coalición gobernante, si considera que ponen en peligro lo que él considera como elementos básicos de la identidad nacional (4).
REPERCUSIÓN EN EUROPA
En el arco iris político del Parlamento de Estrasburgo, el PIS se encuadró en el Grupo de Europeos Conservadores y Reformistas, junto a los tories británicos (antes del Brexit efectivo), los neofascistas Fratelli de Italia y los ultras españoles de VOX, entre otros.
De las dos ramas en que se divide la extrema derecha en la Asamblea Europea, el PiS optó por la más convencional, la más conservadora en términos sociales y culturales. Pero sobre todo la más furiosamente antirrusa. A estos polacos ultramontanos, las veleidades de la francesa Le Pen o del italiano Salvini con el Kremlin les producían náuseas. La Historia es también un arma rentable.
La cohabitación durante años con el Partido Conservador británico fue puramente pragmática. Les unía el rechazo de la “burocracia de Bruselas” y una visión más nacionalista del proyecto europeo. Los tories terminaron por dar el portazo, pero sus colegas polacos no se podían permitir ese lujo porque necesitan el apoyo económico europeo para afrontar una interminable reconversión de su atrasada economía.
Hasta hace sólo unos meses, el dominio del PIS en Polonia parecía asegurado. La mayoría de los observadores consideraban que su salud política era similar a la del FIDESZ húngaro del demagogo Orbán, con quien mantienen una celosa alianza no formal. Y ello, porque el patrón húngaro ha vivaqueado durante años en los grupos liberal, primero, y popular, después, hasta que éste último se vio obligado a expulsarlo, tras innumerables desplantes. Hoy se encuentra en el limbo de los No Inscritos, donde se ubican aquellos a los que no quiere nadie, por así decirlo.
Las continuas amonestaciones de Bruselas a los gobiernos polaco y húngaro por sus afrentas al Estado de Derecho liberal no fueron suficientes para forzar una rectificación. Al final, el ejecutivo comunitario decidió retener el dinero de los fondos de recuperación postpandemia que les corresponde recibir a Varsovia y Budapest como arma de presión.
Un gobierno de Donald Tusk colocaría de nuevo a Polonia en la corriente comunitaria y le permitiría recibir por fin el dinero concedido (más de 35.000 millones de euros. Sin duda, esa expectativa ha pesado en el electorado polaco, habitualmente escéptico o poco entusiasta con el proyecto europeo.
Si al final el PiS es desalojado del poder, el viejo Kaczynski, líder incombustible del partido pero no jefe del gobierno, deberá lamentar este giro amargo de la fortuna. Su principal socia europea, la italiana Giorgia Meloni, lleva tiempo fraguando con los democristianos alemanes un tipo de pacto entre los grupos Conservador y Popular ante las elecciones europeas del año próximo.
Los populares españoles también participaban del empeño, avalados por la experiencia de los acuerdos regionales de gobernabilidad entre el PP y VOX. Pero España no el único país donde se ha testado esa pasarela política entre la derecha conservadora-liberal y la ultraderecha. El debilitamiento socialdemócrata en el norte de Europa ha favorecido recientemente esta cooperación en Suecia y Finlandia (5).
Otros líderes de la derecha o del centro-derecha europeos no respaldan este pacto fáustico con los retrógrados polacos. Después de todo, Donald Tusk, el líder de Plataforma Cívica, pertenece al Grupo Popular. En su condición de adversario principal del PiS se oponía de forma rotunda a blanquear a un partido al que quería derrotar en su país. La hostilidad política ha tenido un gusto agrío: el PiS descalifica a Tusk como “marioneta de Alemania”.
El factor alemán
Este juego del caliente y el frío de los de los democristianos alemanes con el PiS tiene raíces antiguas pero también ramas verdes. Los conservadores alemanes, tanto los católicos bávaros como los protestantes renanos u orientales, comparten la veta cristiana con los representantes más férreos del catolicismo polaco.
A esta afinidad ideológico-religiosa se añade ahora la presión de una posible necesidad. El auge impresionante de los nacionalistas xenófobos de Alternativa por Alemania (AfD) puede alterar el mapa de las alianzas políticas germanas. Para volver al gobierno federal, a los democristianos de la CDU y la CSU quizás no les sea suficiente el respaldo de los liberales, si es que éstos deciden cambiar nuevamente de caballo. Precisan de un apoyo más numeroso y más sólido, que tendría además la virtualidad de ampliar el ámbito de penetración territorial (6).
AfD se presenta como un socio potencial estratégico, porque es más que probable que conquiste la hegemonía en los länder de la desaparecida RDA en las elecciones regionales de los próximos meses. El cordón sanitario a la extrema derecha está a punto de saltar, y quizás para siempre. Los líderes democristianos actuales, el federal Merz, el bávaro Söder y el europeo Weber no comparten la repugnancia de Angel Merkel hacia la AfD. La Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que aspira a otro mandato en el cargo, ha hecho también esfuerzos visibles en esta cooperación de las derechas. Llamativo fue su polémico viaje a Túnez en compañía de Giorgia Meloni, este, para negociar otro discutible y discutido pacto para frenar la emigración. La línea Varsovia-Berlín-Bruselas-Roma se había dibujado en el horizonte europeo (7).
Este nuevo panorama, de confirmarse el cambio efectivo de gobierno en Polonia, alterará los planes de la configuración conservadora en la UE. Que no pueda gobernar en su país no debe necesariamente impedir que el PiS sea el partido polaco que más diputados aporte a la Eurocámara en las elecciones de mayo. Y es imposible saber si sus votos serán o no decisivos. Si Tusk gobernara entonces en Varsovia y Kaczynski practicara esa oposición virulenta que se presume, sería difícil una confluencia de los grupos Popular y Conservador, por mucho que Von der Leyen, Meloni, Feijóo y Abascal apuesten en su favor. Los socios preferentes de Tusk son liberales afectos a Renovación, el grupo dominado por los aliados de Macron, contrario hasta ahora a cualquier acercamiento a la extrema derecha.
Notas:
(1) “How Konfederacja became Poland’s kingmaker”. MATEUSZ MAZZINI. FOREIGN POLICY, 12 de octubre.
(2) “What is at stake in Poland”. ANNA GRZYMALA-BUSSA. BROOKINGS, 3 de octubre.
(3) “Donald Tusk claims victory based on coalition hopes”. SHAUN WALKER. THE GUARDIAN, 15 de octubre; “After election, Poland may turn the illiberal tide”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 17 de octubre.
(4) “L’alternance en Pologne, une bonne nouvelle pour l’Europe”. LE MONDE (Editorial), 17 de octubre.
(5) “Will Europe’s center-right parties accept defeat or sell theirs souls to the hard right?”. PAUL TAYLOR. THE GUARDIAN, 23 de agosto.
(6) “Germany’s new normal? The surging far-right AfD party is upending the country’s politics”. LIANA FIX y CONSTANZE STELZENMÜLLER. FOREIGN AFFAIRS, 10 de octubre.
(7) “Ursula von der Leyen donne ses gages à la droite”. LE MONDE, 13 de septiembre.