El pasado 11 de octubre el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) ha emitido una clara condena a la represión del régimen de Ortega-Murillo contra las universidades, las instituciones religiosas y la Iglesia católica. Insta al Gobierno nicaragüense a que respete y garantice los derechos “a la libertad de pensamiento y expresión, la libertad de conciencia, religión o creencias, la libertad de asociación, el derecho de reunión pacífica y el derecho a la educación y el trabajo”. Rechaza las medidas represivas contra los centros educativos y la Iglesia, y reclama la “restitución de los derechos fundamentales”, así como “la protección de la educación”. Aunque el Gobierno Ortega-Murillo ha mostrado oficialmente su deseo de sacar a Nicaragua de la OEA, el proceso de salida dura dos años, y por tanto el país continúa perteneciendo a la misma y obligado a cumplir los convenios y tratados que ratificó en el pasado.
Es difícil que un régimen como el nicaragüense haga caso a instancias internacionales, cuando ha cerrado en el interior del país todas las posibilidades de voces diferentes o críticas del pensamiento oficial, sean partidos políticos o instituciones de la sociedad civil. Más de 3.000 ONG han sido canceladas, de carácter laico o religioso, orientadas a la educación, al desarrollo y a la solidaridad. Con ello, además de la pérdida de puestos de trabajo, ha descendido enormemente la ayuda externa a Nicaragua, ya de por sí es uno de los países de Centroamérica con mayores índices de pobreza.
Entre curas y monjas han sido expulsados del país más de 150 religiosos y sacerdotes del clero secular, muchos de ellos privados de su nacionalidad. El obispo Rolando Álvarez continúa secuestrado en prisión y el régimen sigue deteniendo sacerdotes junto con todo aquel que respire en contrario de los abusos del poder. Las iglesias evangélicas han visto también expulsados a 80 pastores. La más mínima insinuación en un culto religioso, pidiendo por personas encarceladas, puede ser motivo de expulsión del país, o incluso de cárcel y privación de la nacionalidad si se es nicaragüense. El espionaje interno, la presencia de policías en los momentos de culto, el acoso a las familias de los nicaragüenses que desde el exterior hacen críticas al Gobierno, ha condenado a las iglesias a un gran silencio, que solo puede romperse desde el exterior.
Sin embargo, las iglesias permanecen vivas. Como en otros países que en el pasado reprimieron duramente la religión, la gente ha optado por esa cultura de resistencia que se manifiesta en la fidelidad al culto y a la práctica cristiana. Y quienes se conocen hablan entre ellos, mantienen sus ideales, crecen en convicción de la necesaria transformación y cambio del sistema político del país, y esperan. Al mismo tiempo se van formando y fortaleciendo redes a través de las cuales se comunican las tropelías y abusos del régimen.
Entre los desterrados hay intelectuales, políticos, profesores de universidad, escritores y poetas, periodistas, sindicalistas, sacerdotes, pastores y religiosas. Todo un entramado de componentes de sociedad civil que reciben y pasan información a los crecientes grupos de exiliados y al mundo de la solidaridad. Han crecido fuera de Nicaragua los medios virtuales de comunicación y opinión, dirigidos por periodistas que les cerraron radios y periódicos en su país, y por jóvenes profesionales, que ven la necesidad de poner al tanto a sus compatriotas de los abusos del régimen. Y mientras el régimen se regodea en su control interno, la verdad se va abriendo camino y la conciencia se va fortaleciendo.
Por otra parte, los abusos constantes y crecientes a lo largo de este año 2023, van abriendo grietas en los círculos gubernamentales. La ideología pobre y repetitiva del régimen no es suficiente para tapar el sufrimiento de muchas personas ni para ocultar la irracionalidad de quitarle la nacionalidad a uno de los mejores novelistas actuales de América Latina, de cerrar universidades, de pintar mensajes de odio en las paredes de los templos, de prohibir procesiones arraigadas en la cultura y religiosidad popular. Los golpes ciegos del gobierno hieren con frecuencia los intereses incluso de quienes los respaldan.
En su oda a Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, el poeta nicaragüense Rubén Darío, previendo las repetidas invasiones norteamericanas a pequeños países de América Latina, le decía lo siguiente: “Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, el riflero terrible y el fuerte cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras”. Las garras están ahora dentro de Nicaragua y son de unos dioses menores, remedo obsoleto de antiguas idolatrías sangrientas. Pero como decía el mismo poeta, “y pues, aunque contáis con todo, falta una cosa: Dios”. Así, con mayúscula y unido a la mayoría del pueblo nicaragüense.