Josep Borrell: UE-CELAC una asociación estratégica para una nueva prosperidad descarbonizada y justa

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La III Cumbre UE-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) reunió el 17 y 18 de julio en Bruselas a los líderes de 60 países, casi un tercio
de los miembros de las Naciones Unidas, representando a más de mil millones de ciudadanos y del 21% del PIB mundial. Tras ocho largos años transcurridos desde la
cumbre anterior, hemos tenido que reconocer que la inercia centenaria de nuestra vieja amistad había perdido fuelle, haciendo mella en la relación birregional. El sentimiento
de comunidad, basado en intensos vínculos históricos personales, culturales, sociales y económicos, ha sido puesto a prueba en el nuevo entorno geopolítico.

El diálogo entre los líderes de ambas regiones ha servido para percibir el resquemor por un déficit de atenciónestratégica europea durante estos últimos años, y por un cierto oportunismo geopolítico que algunos atribuyen a Europa en su renovado acercamiento a América Latina y el Caribe. Son sentimientos que he podido constatar en mis frecuentes contactos y viajes a la región como Alto Representante. A pesar de ello, en una encuesta realizada en septiembre de 2021 por Latinobarómetro en diez países latinoamericanos, a la pregunta de “¿Con qué región del mundo se beneficiaría más su país de reforzar vínculos?”, el 48% nombró a Europa, 19% a Norteamérica, 12% a Latinoamérica y 8% a Asia-Pacífico.

La cumbre ha constituido un gran paso diplomático, impulsado junto con la presidencia española del Consejo de la UE, para relanzar nuestra asociación estratégica con un socio natural y aliado necesario. A ello me comprometí desde el inicio de mi mandato como Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea.

Los jefes de Estado y de gobierno han acordado modernizar nuestra relación para adaptarla a los grandes retos globales. Debemos cambiar el enfoque y trabajar juntos para buscar soluciones a los problemas compartidos. Por eso hemos establecido una mayor regularidad para nuestros diálogos políticos de alto nivel, con reuniones ministeriales y cumbres regulares. También hemos acordado la creación de una instancia consultiva de coordinación permanente y la ejecución de una hoja de ruta birregional, con acciones concretas hasta la siguiente cumbre, que se celebrará en 2025 en Colombia.

Una relación birregional solidaria, justa e inclusiva

En los últimos años, el mundo ha cambiado drásticamente. La emergencia de China, los devastadores efectos globales de la pandemia y de la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania nos han obligado a recalibrar nuestra brújula estratégica. Los 41 puntos del comunicado final de la Cumbre UE-CELAC reflejan el propósito de renovación y reorientación. También representan el firme compromiso de ambas regiones con la solidaridad, la justicia, y la inclusión social: las transiciones ecológica y digital serán democráticas, justas e inclusivas o no serán.

La mayoría de líderes latinoamericanos y caribeños se refirió al lastre que supone la desigualdad que sufren sus países para el crecimiento, el desarrollo, la sostenibilidad y la transformación digital. A pesar de los avances logrados en la pasada década, durante la que se logró reducir el coeficiente Gini de 53 a 46, los niveles de pobreza extrema tras la pandemia y la guerra representan, según la CEPAL, un retroceso de un cuarto de siglo para la región: 201 millones de personas (32% de la población total de la región) viven en situación de pobreza, de los que 82 millones (13%) se encuentran en pobreza extrema; suponen, respectivamente, 15 y 12 millones de personas adicionales con respecto a la situación previa a la pandemia.

Las empresas europeas, presentes en el foro empresarial previo a la cumbre, siguen siendo el mayor inversor en la región, con una inversión directa que supera lo invertido por la UE en China, Rusia, Japón e India juntos. La Unión es también el primer contribuyente en ayuda al desarrollo en América Latina y el Caribe, y ha sido su principal aliado en la lucha contra la pobreza durante más de medio siglo.

China, sin embargo, se ha convertido, gracias a su escala, en el primer socio comercial de casi todos los países de la región. Mientras tanto, nuestros proyectos de acuerdos de asociación y comerciales han permanecido estancados o esperando urgentes modernizaciones, con la excepción del acuerdo marco avanzado con Chile. Como esperábamos, la cumbre no ha representado un avance en las negociaciones con Mercosur, pero sí hemos reafirmado la voluntad de mantener los esfuerzos para lograr un acuerdo definitivo, tras el “acuerdo de principio” alcanzado en 2019.

A este impasse se ha unido el sentimiento de que, aunque compartimos valores, nuestras prioridades no siempre coinciden. La solidaridad en una relación solo funciona si actúa en ambas direcciones, y en esta cumbre las respectivas demandas de solidaridad han funcionado para reconocer pragmáticamente las distintas prioridades y acercar posiciones.

La gran mayoría de los países latinoamericanos ha condenado en las Naciones Unidas la invasión rusa de Ucrania. Pero la importancia relativa de esta guerra de agresión no se percibe de igual manera. La discusión del comunicado final reflejó bien esta tensión entre la cerrada unidad europea ante una cuestión existencial y los diferentes matices en el seno de América Latina y el Caribe. La cuestión se saldó con la exclusión de Nicaragua, pero no de Cuba ni de Venezuela, de la redacción final que, por primera vez para la CELAC, hace clara referencia a una guerra “contra” Ucrania.

Latinoamericanos y europeos no quieren regresar ni a la guerra fría ni a una política de bloques. Compartimos una visión pluralista de la comunidad internacional asentada en normas, diálogo, cooperación y resolución pacífica de controversias. Más allá de inversiones, comercio o diplomacia, no podemos olvidar que la dignidad de vivir en libertad y con justicia social es lo que más une a nuestras regiones. Esta visión está en peligro, bajo la creciente amenaza de los regímenes autoritarios. En un mundo multipolar, necesitamos para defenderla de alianzas entre socios estratégicos, como lo son América Latina y UE.

Pero durante la cumbre se han abordado otros muchos temas de vital importancia para hacer frente a la crisis climática, garantizar la prosperidad de nuestros ciudadanos y asegurar la supervivencia de los valores que compartimos.

La promoción y defensa de los derechos y de las libertades han ocupado también buena parte de las discusiones. Se ha visto reflejado en el comunicado final, en el que se reafirma el compromiso para combatir todas las formas de discriminación y violencia, como la de género, con un llamamiento al empoderamiento de las mujeres y las niñas y a la defensa de los derechos de los más vulnerables, de la infancia, de los pueblos indígenas y de la importante labor de los defensores de los derechos humanos. Otro elemento importante ha sido el reconocimiento, por primera vez en este foro, de la atrocidad de la esclavitud y trata transatlántica de esclavos.

Los jefes de Estado y de gobierno también abordaron el reto de la migración, destacando la crisis venezolana, que ha desplazado a más de siete millones de personas, la mayoría de ellas acogidas por los países vecinos. América Latina es la región del mundo que acoge el mayor número per cápita de personas desplazadas, refugiadas, demandantes de asilo o apátridas: 20 millones, una quinta parte del total mundial. Los líderes de la región demandan que su solidaridad sea también correspondida con mayor apoyo por parte de la sociedad internacional.

Transformarnos juntos

La UE ha presentado, junto a los Estados miembros, una agenda de inversiones que suma contribuciones por un valor de 45.000 millones hasta 2027 en energías renovables, la transformación digital, la innovación farmacéutica y el fortalecimiento de los sistemas sanitarios. También hemos suscrito una Alianza Digital con 20 países de la región a fin de defender juntos una transformación digital inclusiva, centrada en el ser humano, especialmente importante para una región con elevados niveles de desigualdad y una productividad estancada.

El objetivo de ese esfuerzo inversor es modernizar y estrechar lazos, no dependencias. América Latina y el Caribe quiere aprovechar las nuevas transiciones para industrializar sectores clave y agregar valor a su enorme potencial en biodiversidad, energías renovables, producción agrícola y materias primas. Quiere crecer, pero con mayor igualdad y sostenibilidad, creando empleo digno, como reclamó justamente el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, señalando que el 87% de la electricidad producida en su país proviene de energías renovables, en contraste con el 27% de media mundial.

Se calcula que la transición verde podría generar más de 15 millones de empleos en la región. Nuestra relación no puede resumirse en un listado de inversiones y debe ser fundamentalmente política, pero Europa puede aportar capacidad tecnológica, como reclama Latinoamérica, y también necesita alianzas con socios confiables para diversificar sus cadenas de suministros. Por ello, en los márgenes de la cumbre, hemos firmado acuerdos con Chile, Argentina y Uruguay sobre materias primas críticas para la transición energética, incluyendo el desarrollo del litio y del hidrógeno verde.

La Cumbre UE-CELAC ha reflejado el creciente papel de la educación, de la ciencia y de la cultura para garantizar la centralidad del ser humano y de la cohesión social en las transiciones ecológica y digital, a lo que contribuye el impulso de instituciones académicas y de investigación y de organizaciones como la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).

La educación se incluye entre los ámbitos prioritarios de la agenda de inversiones, y se reconoce la labor de la Iniciativa Conjunta UE-CELAC sobre Investigación e Innovación. Este es también el caso de la transferencia de tecnología, así como la importancia de los vínculos y de los derechos culturales, que dan forma y proyectan el sentimiento de comunidad que nos une. Durante sus intervenciones, varios líderes europeos han evocado el valor de la amistad, citando a autores como Borges, García Márquez, Vinicius de Moraes o Héctor Abad Faciolince, que sobrevivió a un bombardeo ruso mientras celebraba el valor de la amistad euro-latinoamericana con la escritora ucraniana Victoria Amelina, que no tuvo la misma suerte.

Los problemas de nuestros socios son también nuestros

Para los europeos es urgente comprender que debemos comprometernos no solo con nuestros problemas, sino con los problemas de nuestros socios. América Latina y el Caribe nos pide buscar soluciones a cuestiones clave que caen bajo la rúbrica de la justicia global: alivio de la deuda, financiación climática, bonos verdes y atracción de inversión privada, reorganización de cadenas de valor, evitando políticas extractivistas, como justamente reclamó el presidente de Chile, Gabriel Boric, fiscalidad a escala global, cooperación para afrontar el problema de la droga y la lucha conjunta contra el crimen organizado, entre otros asuntos. Esto implica también estar dispuestos a reformar el sistema multilateral y las instituciones financieras internacionales para que sean más justas y representativas, como demandó la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, impulsora de la Iniciativa de Bridgetown.

En definitiva, la región reclama ser tratada con pleno respeto a su soberanía como socios iguales y un trato justo en las principales mesas de decisión del mundo. Nuestra relación debería contribuir a “una nueva prosperidad social descarbonizada”, en acertada frase del presidente de Colombia, Gustavo Petro, sobre la economía circular, haciendo que la defensa del planeta sea compatible con el progreso material y la equidad social.

Por supuesto, los grandes desafíos globales a los que nos enfrentamos no podrán resolverse en una o más cumbres. Queda aún mucho por hacer, pero el sentimiento compartido de comunidad y la voluntad de renovación son un buen punto de partida. El potencial es inmenso, pero será necesario aunar la suficiente voluntad política e implicación de la sociedad civil, del sector privado, del mundo académico y, sobre todo, de los más de 230 millones de jóvenes de ambas regiones. Como demostraron la sociedad civil y la juventud en el foro celebrado en los días previos a la cumbre, tienen mucho que decir en la conformación de esta comunidad transatlántica de los ciudadanos en aras a un mundo más seguro, justo y sostenible.

Tras este relanzamiento, será imperativo mantener la velocidad de crucero de nuestra relación durante los próximos años. No podemos permitirnos otra década perdida.

 

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