Hace unos días escribí un artículo donde decía que –en estas elecciones argentinas– la cultura política decidiría como gestionar la disyuntiva entre la rabia y el miedo. Y efectivamente así fue, pero –en este caso– decidió una cultura política alimentada por una percepción distinta a la que tenía de ella.
Muchos todavía imaginan a esa Argentina cosmopolita, segura, divertida, con una clase media gozando de importantes derechos y orgullosa de tener la ciudad más bella de América Latina.
Sobre esta realidad de superficie subyace otra, menos conocida. Es la Argentina con más de la mitad de su población sumida en la pobreza, con altos niveles de inseguridad, que está viviendo el deterioro de los servicios públicos, viviendo en áreas conurbanas muy lejanas de la opulencia de la capital y dependiente de los planes y subsidios del Estado.
Esa realidad social y política se alimentó por la persistencia de un peronismo que muta en cada elección para conservar el poder, aunque su legado esté atado a la corrupción y a la postración económica del país. Si bien históricamente han venido perdiendo esos espacios (de hecho, estos resultados son los peores de su historia), lo cierto es que han sabido mantenerse amalgamados como primera minoría, frente a la gran mayoría opositora que quiere un cambio, pero que está fragmentada, sin una visión que las unifique. Me recuerda tanto a Venezuela.
Esta realidad política es la que me sirve para comenzar a explicar los resultados de las elecciones del 22 de octubre, donde para sorpresa de todos, Massa logró entrar al balotaje superando a Javier Milei, hasta ahora la estrella de estas elecciones y que se consideraba ganador en primera vuelta.
Son muchos y muy variados los factores que ayudan a entender este resultado. Mencionaré algunos, ya que es una realidad muy compleja.
Massa es un profesional de la política. Nada en su campaña ha sido gratuito ni improvisado. En su trayectoria, ha sabido tejer los hilos del poder y dar a cada quien lo suyo, con una sonrisa, con una concesión o con un garrote. Es uno de sus puntos fuertes.
Esta habilidad la ha demostrado en esta campaña, donde logró coinvertirse en presidente en ejercicio, siendo ministro y candidato. Todo a la vez.
Por ejemplo, ha usado, está usando y usará los recursos y los resortes del Estado para apoyar su campaña política, algunos de manera ilegal. Más de 10 mil millones de dólares para financiar una política fiscal, cambiaria e impositiva y llegar con beneficios temporales a la clase media y al sector productivo, también para otorgar planes sociales a los más pobres, entre ellos los jubilados. No importa que ello haya significado una inflación de más del 100% anual, el dólar a 1.000 pesos, una hiperinflación en puertas y 2 puntos del PIB. Todo ello frente a dos candidatos que ofrecían ajustes y recortes en los gastos del Estado. ¿El resultado? Para la gente, se trató de aprovechar el presente y para Massa se trata de ganar elecciones.
Asimismo, contó y cuenta con la asesoría de expertos brasileros y españoles, que son imbatibles en campañas electorales de izquierda. Los conozco y son realmente buenos, que lo han ayudado a cuidar su imagen, afinar su discurso y perfilarse con un liderazgo propio.
Hacer esto ha sido casi un milagro. Ya que ha implicado el «sacrificio» temporal del peronismo y del kirchnerismo, que han aceptado ser invisibilizados en la campaña, para no afectar la imagen ni la campaña del candidato-ministro-presidente, con el fin de alejarlo de los graves hechos de corrupción pendientes y actuales que han estallado. Además, ha logrado mantener oculto otros los factores de poder –santos y non santos– que lo están apoyando. La mejor muestra de ello fue su imagen icónica en su discurso el 22 de octubre, donde aparece solo. Ninguna referencia, ninguna bandera, ninguna mención. Hasta casi lloró. Todo ello–y mucho más– ha hecho Massa para haber logrado esos resultados.
Por si fuera poco, desde el segundo debate anunció un gobierno de unidad que ratificó en su discurso del 22 de octubre. Pocos saben lo que ello significa. En realidad, es un incentivo que aumentará la división de la oposición ya dividida, donde hay muchos que bajo ningún concepto apoyarían a Milei. No le será muy difícil hacerlo, la gente huele el poder. Sólo se resistirán quienes tengan una visión y unos valores para rescatar a la Argentina de la postración en la que está desde hace mucho tiempo.
Dos últimos rasgos que deseo destacar de esta campaña política argentina.
El primero, se refiere a la fluctuación del voto. Los resultados del 22 de octubre demuestran que los dirigentes no están siendo seguidos como ellos se autoperciben. Por lo tanto, el que algunos anuncien su apoyo a cualquiera de los dos candidatos no asegura que efectivamente así ocurrirá. Ello explicaría el severo retroceso sufrido por Juntos por el Cambio, cuyo liderazgo –con una fuerte maquinaria regional y local– no se tradujo en votos a nivel nacional, incluso retrocedió y casi desapareció en algunas provincias. Difícil de creer. Podría funcionar de nuevo la economía del voto.
El segundo, se refiere a que Massa aprovechará al máximo su contraposición entre él y Milei, a nivel de imagen y discurso para ampliar su base de poder.
En su imagen, aparecerá como el líder sereno, amplio y de presencia cuidada, frente a un Milei que no cuida su presencia física, que grita –aunque menos– y que– está a punto de desdibujar el mensaje que lo llevó a entrar al balotaje. Momento crucial para Milei, donde no se descarta que Massa saque a relucir indirectamente algunos favores hechos a Milei en la primera etapa de su campaña.
En su discurso, Massa insistirá en que se acabó la grieta mientras creará otra; la de la «gobernabilidad» que él encarna frente al «fascismo de ultraderecha» que encarna Milei. Esta campaña ya comenzó, a nivel nacional e internacional. De eso tendrá que defenderse Milei, sobre todo por los apoyos recibidos de Vox en España y de Bolsonaro, entre muchos otros.
El final de esta campaña requerirá una fina pericia política, muchos y estrechos lazos y complicidades–incluso suprapartidarias– una sólida asesoría y una gran empatía para conectar con el estado emocional del electorado.
Quien mejor lo haga, se llevará los laureles del triunfo.
Profesora universitaria y expresidenta del Foro Mundial de Mediación. También es facilitadora de diálogo y especialista en negociación y otros medios alternos de resolución de conflictos.