La historia de Abbie Conant, trombonista de indiscutible talento, y su larga batalla contra los prejuicios de género en el ámbito de la música sinfónica es una de las más inspiradoras que pueda imaginarse.
El villano —más bien los villanos— son nada menos que la Orquesta Filarmónica de Múnich y una de las grandes figuras de la batuta durante el siglo XX: el laureado y temido director rumano Sergiu Celibidache. Un monstruo de la batuta y, también, un superlativo caso patológico de misoginia.
Todo comenzó en 1980,cuando Abbie, que nació en Nuevo México, Estados Unidos, en 1955, y se formó como instrumentista sinfónica, se postuló para varias orquestas europeas que buscaban trombonista. No imaginaba lo que le aguardaba.
Siempre mostró un talento especial desde pequeña y en 1979 se licenció en la Escuela Juilliard en Nueva York. Siguió luego una carrera brillante en varias academias europeas de altísimo nivel. Abbie se convirtió en una solista muy apreciada y solicitada en Europa y llegó a dominar un vastísimo repertorio clásico, barroco y contemporáneo.
Fue entonces cuando quiso probar suerte solicitando plaza fija en diversas orquestas de prestigio. Envío muchísimas cartas pero, a vuelta de correos, solo recibió una. La Filarmónica de Múnich, una de las más pestigiosas del mundo, la invitaba a someterse a prueba para dotar una plaza.
Durante una agotadora jornada, en junio de 1980, Abbie compitió con otros 33 aspirantes, todos ellos hombres. Los aspirantes debían tocar una tanda de piezas solistas detrás de un biombo y una cortina negra.
Cuando los finalistas fueron llamados, se supo que el número 16 era una mujer. Hubo una segunda tanda, con público, y luego una tercera, la definitiva: todos los miembros del jurado, a su vez profesores de la orquesta, votaron sin vacilar por Abbie. Es entonces cuando a nuestra historia llega Sergiu Celibidache y comienza la ordalía de humillaciones que habría de prolongarse más de una década.
Nacido en Rumania en 1912, Celibidache ya era desde los años cincuenta del pasado siglo un mítico monstruo del pódium cuando fue contratado por la Filarmónica de Múnich.
Su tiránica manera de dirigir, fruto de extravagantes teorías, le granjeó durante décadas admiradores y detractores por igual. Era un fichaje en el que la orquesta ponía esperanzas de aumentar contrataciones y… donaciones. Fiel a su despótica leyenda, Celibidache pidió frenar el nombramiento de Conant. Y decidió cambios en las contrataciones: no habría más audiciones detrás de una pantalla negra.
Conant debió mantenerse solo “a prueba”, como primer trombón, durante todo un año, a pesar de la unánime aprobación de sus colegas. Al cabo de aquel año, fue llamada al Ayuntamiento de Múnich, organismo rector de orquesta.
Allí le notificaron su degradación a segundo trombón. No le dieron razón alguna, pero la misoginia del Celibidache, maniáticamente concentrada en ella, era ya vox populi. Pese a la arbitrariedad, Abbie se avino a otro año de prueba: Múnich significaba muchísimo para ella. Además, se lo había ganado en buena lid.
Al cabo de aquel segundo año, Celibidache le dijo en reunión privada: “Usted sabe cuál es el problema: necesitamos un hombre como primer trombón solista”. El director esperaba que aquello bastaría para que Abbie renunciase al puesto. Para sorpresa de la músico, ya no encontró apoyo en sus colegas: ninguno quería malquistarse con Celibidache. Tras consultarlo con su esposo, entonces compositor en ascenso, Abbie decidió acudir a los tribunales de Baviera y demandó a su empleador por acoso laboral: el Ayuntamiento de la ciudad de Múnich.
“La demandante no posee la fuerza física necesaria para liderar la sección de trombones, no puede liderar ese grupo. Aparte de ello, carece de la empatía requerida para transmitir los deseos del director musical”, alegaron ante el tribunal los abogados del Ayuntamiento, en 1983. Abbie exigió un test médico de su capacidad pulmonar.
En una cabina sellada sopló en diversas máquinas durante varias sesiones, corrió sobre una cinta de gimnasio, inhalando y exhalando como una astronauta en período de pruebas. Se le tomaron muestras de sangre para medir la absorción de oxígeno. Los resultados fueron todos sobresalientes. Sin embargo, el Ayuntamiento apeló el fallo. La batalla legal se prolongaría por muchos años en una increíble serie de sentencias encaminadas a doblegar a la trombonista. Era inevitable que el caso llegara a la prensa. Llegados aquí, veamos qué clase de misógino sexista fue Celibidache.
Para tener cabal idea de la actitud del director Celibidache respecto a las mujeres y la música, considérense estas declaraciones que brindó por aquellos días al Abendzeitung, un diario muniqués:
“Esa gente [se refería a las periodistas que habían mostrado simpatía por Abbie] que envenena todo todos los días debería hacer una pausa o escribir sobre ginecología. Todas tienen algo de experiencia en esa área. Pero en música son vírgenes. Así fue, así es y así será en el otro mundo, nunca serán fecundadas por una experiencia musical”.
La Filarmónica contaba en sus filas con 16 mujeres, todas ellas jóvenes maestras de diversos instrumentos. En una disputa contractual de las maestras con el Ayuntamiento sobre licencias prenatales, Celibidache opinó que “si querían tener hijos eligieron la profesión equivocada”.
Abbie se convirtió en una obsesión para el perturbado director. La sometió a todo tipo de humillaciones, veladas y abiertas: reducciones de salario, retiro de atribuciones, amonestaciones administrativas por tocar como solista en grupos de cámara de otros países o participar en veladas de jazz. A todo ello oponía Abbie razones y actitud firmes que hicieron de ella un ícono feminista en toda Alemania.
Una pregunta surgía en cada entrevista, ¿por qué insistía en sus apelaciones? Su talento, su notoriedad y sus calificaciones le habrían asegurado un lugar de privilegio en muchísimas agrupaciones de Europa y Estados Unidos. ¿Por qué, sencillamente, no se iba dando un portazo?
Para Abbie, sin embargo, era una cuestión existencial, principista, luchar por la igualdad para la mujer en el ámbito sinfónico, un mundo machista donde los haya.
El perverso Celibidache llegó al extremo de exigir una última prueba. Mandó una lista de siete de los más difíciles pasajes en el repertorio de trombón. Abbie tocó el repertorio, hasta tres veces cada pieza, con variaciones según instrucciones escritas del desquiciado director en cuanto a estilo, sonido, fraseo y vibrato. Todo fue grabado delante de un testigo que representó al Ayuntamiento. El fallo de un jurado independiente no dejó ya lugar a dudas.
Finalmente, en 1993, la justicia alemana dictaminó que Abbie debía ser ubicada en la misma escala salarial de su sección y dentro de los de mayor antigüedad. Solo entonces, Abbie renunció al fin y aceptó una distinguida y bien pagada posición en el renombrado conservatorio de Trossingen como profesora. Celibidache falleció en 1996, a los 84 años de edad.
La obra audiovisual Cybeline, del compositor norteamericano William Osborne, esposo de Abbie, nace como reacción a la experiencia discriminatoria sufrida durante trece años por ella. Cybeline utiliza la hibridación artística: mezcla la música electroacústica, el teatro musical y la ópera junto con nuevas tecnologías audiovisuales. Un final justiciero y feliz para una historia prejuicios y arbitrariedad.