La conocí en Madrid hace casi diez años. Hiperactiva y directa, María Corina Machado era en ese momento una de las tantas figuras de la oposición venezolana que trataban de insertarse en el escenario político tras la muerte de Hugo Chávez. Desde entonces y hasta ahora, su país se despeñó por el abismo de la crisis crónica y mi Isla contribuyó a esa caída chupando miles de barriles de crudo, provenientes de Petróleos de Venezuela SA (Pdvsa), que apuntalaron al régimen cubano.
En esa década, Machado pasó por todo: las duras y las maduras, nunca mejor dicho cuando su oponente principal, Nicolás Maduro, cortó sistemáticamente todos los caminos para una salida electoral y pacífica a su impopular mandato. Vigilancia, fusilamiento de la reputación, luchas intestinas entre los propios opositores, y mucho más, ha vivido esta mujer que, el pasado fin de semana, fue elegida para medirse en las urnas con el heredero del chavismo. Sus posibilidades de ser rehabilitada para esos comicios y llegar a competir por la presidencia, con garantías y seguridad, son mínimas, pero esperanzadoras.
Todos los que hemos nacido bajo modelos políticos autoritarios, sabemos que ninguna dictadura está dispuesta a jugarse su continuidad en las urnas. Si algo forma parte del catecismo que aprenden desde muy temprano los tiranos es que jamás deben permitir ni la disidencia ni que una papeleta los aleje de las mieles del poder. La historia guarda excelentes ejemplos de estrepitosos fracasos cuando un vanidoso autócrata creyó que podía someter a elecciones su permanencia en la silla presidencial y terminó perdiendo.
Maduro sabe bien lo que pasaría si Machado sale airosa. No solo tendrá que dejar el Palacio de Miraflores y entregar al escrutinio público los sectores económicos que ha mantenido bajo siete llaves, sino que tiene muchas posibilidades de terminar juzgado y tras las rejas por las atrocidades cometidas en su administración. Como el jinete sobre el lomo del tigre, es consciente de que si se baja, la fiera lo devora, pero cada vez le resulta más difícil mantener sus piernas aferradas al torso del inquieto animal.
María Corina Machado tiene por delante los meses más difíciles de su vida. Sobre ella arreciarán los ataques mediáticos, las acusaciones legales, la ojeriza de los competidores y los peligros físicos. La Habana desplegará también su clásico guion de que una agente de la CIA busca devolver a Venezuela al “pasado neoliberal” y, muy probablemente, la policía política de ambos países trabajen en conjunto para tratar de destruir su imagen, impedir que su nombre se cuele en el proceso electoral o atemorizar a sus votantes. Ahora, ella es el enemigo público número uno de ambos regímenes.
Lo que se juega el castrismo con la salida de Maduro no es poca cosa. En este año, los envíos petroleros a Cuba promedian 57.000 barriles de petróleo diarios desde Venezuela. A pesar del protagonismo que ha ganado el crudo mexicano, de la mano de Andrés Manuel López Obrador, Caracas sigue siendo un puntal imprescindible para el fallido modelo castrista que teme que los apagones eléctricos, la inflación y la falta de libertades enciendan otra vez las calles de la Isla, como ocurrió el 11 de julio de 2021.
María Corina Machado, la comunidad internacional que clama por un proceso electoral democrático en Venezuela y los votantes que buscan un cambio en un país que se había quedado sin ilusiones están ahora mismo en el centro de las preocupaciones del régimen cubano. La maquinaria de la policía política engrasa sus mecanismos para arremeter con todo contra ella. Queda estar atentos y desearle suerte a la líder de Vente Venezuela. La va a necesitar, y mucho.