A menudo, y erróneamente, asociamos el populismo con la extrema derecha. Silvio Berlusconi y Gerhard Schröder eran populistas de centro. Desde esta semana, Alemania tiene un nuevo partido populista, de extrema izquierda.
Este partido está liderado por Sahra Wagenknecht, una antigua dirigente del partido Die Linke (La Izquierda) que dimitió y que ahora ha creado su propio movimiento político rival. Lo insólito para la política alemana es que este movimiento —precursor de un futuro partido— lleva su nombre, Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia.
Wagenknecht quiere reconstruir a su imagen y semejanza la vieja izquierda moribunda. Se ha llevado a nueve de los 38 diputados del partido. Dice que quiere volver al antiguo modelo industrial que tanto bien ha hecho a Alemania y reabrir los gasoductos que solían transportar gas ruso barato al país; se opone a las sanciones económicas (contra Rusia) y al suministro de armas a Ucrania; y quiere limitar la inmigración, la cuestión que provoca las mayores desavenencias con La Izquierda.
Resulta interesante, además, que se posicione en contra de lo que ella denomina los representantes políticos de las élites metropolitanas. Por mucho que nos suene esta frase, no es habitual oírla en boca de la izquierda.
Un primer sondeo realizado esta semana ha mostrado que alrededor del 12% de los alemanes la apoyarían, más o menos el mismo porcentaje que obtienen Los Verdes. Este respaldo es mucho mayor en el este de Alemania, precisamente porque se muestra partidaria de poner fin a las sanciones económicas contra Rusia. También está entre los cinco políticos más populares de Alemania, por delante de Olaf Scholz y la mayoría de los miembros de su Gobierno.
Wagenknecht ha sido comparada a menudo con Rosa Luxemburgo, cofundadora del Partido Comunista de Alemania asesinada en 1919 y figura emblemática de la izquierda alemana. Wagenknecht, que se crio en Alemania del Este, siguió siendo comunista hasta la unificación. En la década de 1990 se doctoró en Economía, y en 2014 se convirtió en colideresa del grupo parlamentario del partido La Izquierda. Está casada con Oskar Lafontaine, que tiene el dudoso honor de haber sido líder tanto del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por sus siglas en alemán) como, más tarde, de La Izquierda, y de haberse enemistado con ambos durante su larga carrera. Lafontaine no forma parte de este nuevo partido, o al menos no desempeña ningún papel oficial en este momento. En general, no hay mucho glamur en la política alemana, pero Wagenknecht y Lafontaine son lo que más se le acerca.
No estoy de acuerdo con prácticamente ninguna de las políticas de Wagenknecht, pero la tomo en serio porque está bien preparada, tiene un programa claro y cuenta con un equipo sólido. Dio un golpe de efecto cuando consiguió que Ralph Suikat, empresario millonario e inversor social, se uniera a ella. No se trata de una panda de viejos trotskistas que libran su última batalla política.
Wagenknecht califica al Gobierno de Olaf Scholz como el más incompetente de la historia de la República Federal, una apreciación que cala en mucha gente. Las encuestas muestran que la coalición solo cuenta con el apoyo de un tercio del electorado. La animadversión es especialmente fuerte en el este de Alemania. Scholz dirige una coalición tripartita compuesta por socialdemócratas, verdes y liberales. Es un Gobierno con un fuerte sesgo occidental. Los dos partidos más pequeños tienen sus bastiones en el oeste. El brusco giro de Scholz respecto a las relaciones de Alemania con Rusia tras la invasión de Ucrania por Vladímir Putin crispó a muchos alemanes del este. La agenda de Los Verdes, especialmente el abandono progresivo de la energía nuclear y los calentadores de gas domésticos, no tiene la misma aceptación en el este que en el oeste, y tampoco el lenguaje de lo políticamente correcto. No existe una barrera lingüística formal entre el este y el oeste, pero como alguien cuya familia procede de ambos lados de lo que solía ser el Telón de Acero, puedo dar fe de la extraordinaria capacidad de ambas partes para no entenderse.
El partido de Wagenknecht probablemente restará algunos votos a Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán). Las primeras elecciones anticipadas mostraron un impacto pequeño pero visible. Pero sería un error pensar en el nuevo partido en términos de un juego de suma cero. Hay votantes socialdemócratas que, aunque solo fuera por razones históricas, jamás votarían a un partido de extrema derecha, aunque estuvieran de acuerdo con sus políticas. Wagenknecht es una gran defensora de las viejas industrias.
Su política exterior es incoherente. Insta a que se ponga fin al suministro de armas a Ucrania en nombre de la paz, pero nunca explica cómo se conseguiría esa paz más allá de la idea de que, de una forma u otra, se alcanzará mediante unas negociaciones. Tampoco es realista reabrir los oleoductos, aunque solo sea porque están prácticamente destruidos. Habría que reconstruirlos. No consigo imaginarme que esto vaya a suceder.
Aunque sus propuestas no tienen ninguna posibilidad de ser llevadas a cabo, le funcionan desde el punto de vista político. La guerra de Ucrania y la inmigración masiva desde Ucrania son cuestiones políticas vinculadas, y seguirán dando de sí. Yo supongo que los aliados occidentales de Ucrania presionarán en algún momento a Volodímir Zelenski, el presidente ucranio, para que llegue a un acuerdo con Vladímir Putin. A lo mejor Putin quiere esperar hasta las elecciones estadounidenses del año que viene. La situación podría complicarse bastante, a medida que nos acerquemos a las elecciones alemanas de 2025. Cuanto más dure la guerra, mejor le irá a Wagenknecht y a su movimiento.
Y cuanto más se fortalezcan la izquierda y la derecha, mayor será la tentación de los partidos de centro de formar megacoaliciones. Esto, a su vez, juega todavía más a favor de los extremistas. No hay ninguna razón lógica para pensar que la oposición al consenso centrista tenga que proceder de la derecha. Alemania, con su moribunda base industrial y el romanticismo postsoviético aún vivo en el este, es el país ideal para el populismo de izquierdas.
Director de www.eurointelligence.com