El momento más oportuno para aceptar su caída e iniciar su conversión hacia una organización de izquierda democrática, de esas que hoy vemos gobernando en algunos países del continente, le llegó al chavismo y su partido el PSUV con las elecciones legislativas del 2015. Los resultados hablaron con aplastante contundencia.
Cuando decimos democráticas nos referimos esencialmente a que se rigen por la constitución de sus países, preservan en la mayor medida el Estado de Derecho y, obvio, reconocen como principio inviolable la alternancia en el poder. Aun cuando el debate político se ejerce con acritud y dureza, en un clima de marcada polarización y por mucha vocación de poder que exhiban esas organizaciones (Morena, PT, Pacto Histórico, etc..) nadie las concibe hoy diciendo: aquí no cabe otro proyecto que el nuestro y estamos dispuestos a torcer toda legalidad para imponerlo.
Volvamos al mandato del 2015. Con una enorme participación popular de casi el 75 % del electorado, de aquellos 167 representantes a elegir, 112 diputados fueron para la oposición y apenas 55 para un oficialismo que quedaba sin mayor poder de incidencia en las decisiones del Legislativo. Unos comicios que no podían cuestionar puesto que los había organizado un CNE bajo su férreo control.
Y sin embargo los desconocieron. La historia está demasiado fresca, pero subrayaremos los recuerdos: se criminalizaron los diputados de Amazonas para impedir la mayoría calificada y nunca hubo sentencia –en ningún sentido– del organismo interventor que fue el TSJ; las leyes aprobadas fueron bloqueadas, la AN fue declarada «en desacato» y finalmente una constituyente espuria anuló las atribuciones y el funcionamiento de esa legislatura que a la postre derivó hacia el hoy cuestionado interinato presidencial.
Desde aquellas elecciones del 2015, el chavismo no había recibido un campanazo de alerta tan ensordecedor, un golpe tan aturdidor como el de las elecciones primarias del pasado domingo 22 de octubre.
No han perdido el control de una instancia institucional como la legislativa, pero sin embargo han reaccionado con la misma obstinada virulencia, la misma negación de la realidad que les está indicando el riesgo cierto de perder el poder.
La oposición ha elegido una candidata presidencial, María Corina Machado, que permeó y sigue permeando todos los estratos sociales y ha echado a andar una fuerza que unificada en torno a ella y aún sin su candidatura –hoy inconstitucionalmente inhabilitada– derrotaría sobradamente a Nicolás Maduro y a su élite en las elecciones presidenciales del 2024. Por tanto, es la hora del liderazgo político y de sus decisiones y aciertos estamos dependiendo.
En la misma línea de actuación frente a otras derrotas u otras amenazas como los referéndums revocatorios, Maduro y su cúpula han puesto una vez más en funcionamiento su aparataje estrangulador de la legalidad, la maquinaria autocrática que han armado y aceitado durante más de dos décadas: TSJ, fiscalía, CNE, AN, Contraloría y un poderoso entramado mediático para imponer su narrativa y su visión del país y el mundo. Un sórdido mecanismo ventajista y delictual.
En efecto, basta que cualquier payaso cómplice se acerque a la instancia del TSJ para que esta responda ipso facto en la línea de interés del régimen: la población no salió a votar, no ha habido primarias, no se ha elegido a nadie, los resultados no obligan a los acuerdos democratizadores firmados en Barbados. Todos es mentira, un fraude. Ni María Corina Machado ni la oposición existen.
El régimen y su partido el PSUV tienen al frente una nueva oportunidad de vivir un ciclo distinto en su historia política, favorable a su democratización, de la cual incluso dependería la prolongación de su permanencia como factor político de peso nacional y por tanto las posibilidades futuras de eventual regreso a posiciones de poder.
Pero la democratización pasa por aceptar las derrotas. Y hasta ahora no se muestran inclinados a dar ese paso crucial. Su ruta es la de Cuba y Nicaragua. La del poder mantenido a toda costa, incluso de la violación de los derechos humanos.
Negocian, pero siguen empeñados en el alejamiento de la órbita de influencia de la comunidad internacional democrática y su adhesión a los extremos opuestos, como Rusia, China, Irán.
En la medición de fuerzas que vendrá en los próximos meses, sin duda una travesía llena de grandes obstáculos, los veremos apelar a las acciones más delirantes e impúdicas. Si la oposición se mantiene en la línea de la unidad, apegados a la ruta electoral, pacífica y constitucional no habrá forma de impedir que Maduro y quienes con él mantienen postrada a Venezuela sean expulsados del poder.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar