Luis Perozo Padua: Algunas anécdotas asombrosas sobre el carácter de José Antonio Páez

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Tras haber sido el hombre clave en la Guerra de Independencia de Venezuela con su genio militar innato y furia en el campo de batalla, José Antonio Páez, le dio un vuelco a su vida, transformando la bravura en autocontrol, aceptando que en tiempos de paz no podía seguir siendo el mismo. Sus contemporáneos lo veían con desconfianza porque era un hombre tosco y prepotente pese haber sido presidente de Venezuela.

La prensa de la época calificaba al general José Antonio Páez, que para entonces era el presidente de Venezuela, de «viejo ladrón» sin recato ni miedo. Pero Páez, visiblemente incomodado respondía al respecto: «Hasta los excesos de la prensa deben ser acatados, porque ella es de ordinario el órgano genuino de la opinión».

Revela el acucioso periodista Andrés Cañizalez, que el 27 de abril de 1839 fue sancionada en el Congreso de Venezuela una nueva Ley de Imprenta, con la cual se derogaba la de 17 de septiembre de 1821. Una de las disposiciones refrendadas que mayor polémica levantó tenía que ver con la responsabilidad del impresor –además del autor– sobre aquello publicado.

La ley se promulgó pese a la objeción del general Páez, presidente de la república en ese entonces. Para Páez, resultaba una restricción indebida el castigo de los impresores: siendo absolutamente libre a todo venezolano la facultad de publicar sus pensamientos por medio de la prensa, todo obstáculo que se ponga al impresor, bien amedrentándole, bien haciendo recaer sobre él las multas y prisiones, por el hecho de haber llevado a efecto la impresión, es una evidente coartación del derecho amplio de que gozan los venezolanos para publicar por la prensa sus ideas.

Una vez los regidores del Cabildo de Puerto Cabello lo sacaron de sus casillas y Páez les ofreció «unas patadas y unos carajazos». Esas expresiones se citaron textualmente en un juicio público. En lugar de argumentar su comportamiento y justificar su actitud violenta y desproporcionada, no solo se retractó, sino que prometió públicamente que: «de continuar con estos actos voluntariosos y groseros, estoy dispuesto a pagar con prisión». Era un acto realmente inaudito para quienes lo conocían, porque para el centauro llanero, el hecho de ceder era sinónimo de cobardía.

Cierto día el general Páez llegó a una reunión de ganaderos con uniforme militar. Uno de los presentes le reclamó el atuendo y le increpó que en ese lugar «no se iba a pelear» y que se trataba de un encuentro oficial al que podía haber ido con otro atuendo, más moderado. En lugar de apelar a su orgullo, José Antonio Páez pidió disculpas y se retiró. Más tarde regresó con el más humilde de sus ropas de civil.

En otra oportunidad, le pidió a su ministro de Hacienda, Santos Michelena, un adelanto de su sueldo como presidente de la República, al tiempo que el ministro le respondió: «no será posible, general, porque ni usted ni yo tenemos autorización de prestar dinero del Tesoro Público». Páez lo miró con asombro y apeló a recitar uno de sus dichos llaneros, resignándose apaciblemente con aquella respuesta que en otros tiempos calificaría como ofensiva y altanera.

A Páez le encantaban los juegos de azar: gallos, cartas, y todo lo que generara apuestas. Un día quiso participar en una «coleada de novillos» y no pudo porque los alcaldes prohibieron el festejo. En lugar de echar mano de su condición de primer mandatario nacional, el general se sometió a la decisión.

En 1839, Juan Manuel Cajigal, fundador de la Academia de las Matemáticas, escribió una vez un artículo de opinión en contra de Páez, que lo enfureció notablemente. Páez usó su poder como presidente para destituirlo del cargo de profesor en la Academia de Matemáticas, que era de carácter miliar. Las autoridades universitarias defendieron a Cagigal quien también tenía el rango de comandante de Armas, diciendo que el Poder Ejecutivo no tenía ningún poder sobre ese cargo. Páez aceptó los argumentos y publicó en Gaceta Oficial la anulación de la destitución, y, en una nota marginal, sugirió al Congreso Nacional, una pensión para Cagigal «por los servicios honorables a la nación, cuyos recursos se descontarán de mis asignaciones como general».

Fuente: Andrés Cañizalez. Páez y la libertad de opinar. Global Americans Contributor. Julio de 2020

 

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