En este blog y en otras publicaciones le he prestado atención varias veces al día de Acción de Gracias, esa bella tradición estadounidense a la cual solo le falta olvidarse del pobre pavo para ser perfecta.
En esta ocasión deseo dar gracias de nuevo, por tantas cosas buenas que me ha dado la vida. En La Montaña Mágica, el humanista Settembrini llama al joven Hans Castorp “un niño mimado por la vida”. Y así lo despide Thomas Mann en la última página de su gran novela, la cual he conservado a mi lado desde que tenía 17 años.
Siempre he pensado que esta denominación me calzaba bien a mí también. Mi vida ha sido larga y feliz, ha transcurrido casi podría decir, sobre rieles. Una niñez y adolescencia idílicas en Los Teques; una estadía maravillosa en la universidad de Tulsa, becado por Shell, un trabajo de geólogo esperándome a mi regreso a Venezuela, el encuentro con Marianela, con quien tendría 62 años de inmensa felicidad, compartiendo viajes, casas, países y viendo crecer a nuestros hijos. Todas mis grandes decisiones probaron ser las correctas, ciertamente nunca me he arrepentido de haberlas tomado, quizás con la sola excepción de mi regreso a Venezuela en 1989, entusiasmado por ir a ayudar a “componer” a mi país. No solo no lo compuse sino que me descapitalicé en diez años de estar trabajando para un sector público cuyos problemas eran demasiado grandes para resolver. Aun esa experiencia tuvo una contra partida positiva puesto que, en esos diez años, logré hacer en paralelo mucho trabajo social y comunitario desde mi ONG Pro Calidad de Vida, 1990-2000.
Debo dar las gracias por haber nacido (1933), crecido y vivido por largos y felices años en una Venezuela de gran luminosidad y de relativa prosperidad, al compararla con la que existía antes de yo nacer o con la Venezuela de pesadilla que hemos soportado durante los últimos 20 años (aunque yo no quise permanecer en ese entorno y me auto-exilié, con la ayuda de mis hijos y amigos).
Nací casi al final de la tiranía de Gómez, disfruté de una vida bucólica y tranquila en Los Teques, estuve estudiando en USA durante cuatro años (1951 – 1955) de la peor etapa de la dictadura perezjimenista, regresé a trabajar en el campo venezolano (1955- 1959) ahorrándome los excesos de esa dictadura, estuve brevemente, una semana, en la cárcel por conspirar en contra del régimen sin sufrir maltratos (1957). Trabajé más de 20 años para la empresa Shell, sin que me faltara nunca nada, bajo supervisores maravillosos y al lado de grandes profesionales y amigos como Alberto Quirós. En Indonesia corrí una gran aventura con riesgo de muerte pero ahorré el dinero para comprar mi casa, al regresar a Venezuela. Trabajé dos años en CVP y otros dos años en campos petroleros de Oklahoma y Golfo de México. Luego pasé a PDVSA y trabajé cuatro años al lado de Rafael Alfonzo Ravard, extraordinario gerente del sector público. Pude estar dos años en Harvard como investigador y obtener una maestría en Politología de la universidad de Johns Hopkins. Además, pude trabajar en toda América Latina como especialista en energía del Banco Interamericano.
No desarrollé grandes enemigos y logré hacer grandes amigos para toda la vida, esa gran fuente de felicidad (He mencionado a algunos de ellos en escritos previos). Desde joven (1948) comencé a escribir para la prensa, diciendo siempre lo que sentía y ello ha sido así durante toda mi vida. Nunca he callado, aun cuando hubiera sido sensato hacerlo en varias oportunidades. Siempre he podido vivir en mis términos y, en todo lo relacionado con principios y valores, siempre me he apegado a ellos, sin calcular las posibles consecuencias de mis acciones. Ello me ha llevado a algunas aventuras de las cuales siempre he salido razonablemente ileso y hasta mejor que antes.
Creo no exagerar al decir que nunca he deseado algo realmente importante que no haya logrado. Confrontado con el viaje final lo único que me hubiera gustado hacer y no voy a lograr es viajar a las estrellas.
¡Aunque hasta eso está por verse!