Solo han bastado 9 años y un enorme cúmulo de errores para desmontar un partido y echar por la borda lo que fue un proyecto político ilusionante para millones de españoles. Errores que, en la mayoría de los casos, tienen que ver más con las formas, con la manera excluyente de entender la democracia, con la creencia de poseer la verdad sin más matices ni opiniones divergentes o complementarias, con el abuso de gestionar solo bajo un prisma (“el propio”). Formas que denotan, y me sabe muy mal decirlo, falta de cultura democrática, porque el diálogo democrático es complicado.
La estrategia de acción del actual Podemos responde mucho a lo que se entiende por “burbujas”, es decir, solo estar con los que piensan y opinan como yo.
El último gran error ha sido el portazo ácido y ofendido de las exministras Ione Belarra e Irene Montero. Su salida del Gobierno ha dejado asombrado a todo el mundo; no sé a cuánta gente de su grupo, cada vez más minúsculo, habrá agradado tal pataleta. Sobra decir, que un cargo de ministra no es permanente ni mantiene un contrato de trabajo, que igual que te nombran te pueden cesar, que el Gobierno no pertenece a nadie en concreto, y que ya supone un gran reconocimiento social y personal haber trabajado para y por España.
Justo esta semana escuchaba la conferencia de un prestigioso científico, Avelino Corma, quien, con un tono amable a la vez que pedagógico, no se cansó de utilizar las expresiones “modestamente” y “en mi humilde opinión”. Para terminar con un consejo, “la ingratitud es hija de la soberbia”, y reconoció a todos los que le habían precedido en una labor de transmisión del conocimiento que es colectiva, una inteligencia que se forma socialmente, que no somos uno sino muchos los que hacemos grandes las conquistas.
Cuando he visto los discursos de las exministras, he vuelto a recordar el consejo sobre la ingratitud y la soberbia, dos calificativos que lamentablemente han practicado ambas.
Muchas personas progresistas, desde la política, la judicatura y los medios de comunicación, nos hemos cansado de señalar las cosas buenas de las acciones realizadas en ambos ministerios. Porque en toda gestión hay buenas decisiones. Pero han puesto muy difícil la defensa.
En primer lugar, porque la ingratitud siempre hacía mella. Nunca ha habido una palabra favorable ni amistosa para nadie que no fueran “ellas” o su círculo de influencia. El resto no existía ni ha existido. Nunca hubo nadie antes que “ellas” como ahora se creen erróneamente que no habrá nadie después. Y es fácil que no haya nadie más, pero será por liquidación del proyecto. Tampoco han reconocido las “ayudas” prestadas; todos hemos sido unos “vendidos” al sistema, ni siquiera aquellos medios de comunicación que los ayudaron a crecer y a surgir de la nada, hoy son considerados entre los “malvados”.
En segundo lugar, porque la soberbia ha hecho mella en dos personas incapaces de la menor autocrítica. Nadie hace las cosas a la perfección, y solo los sabios, cuanto más saben hablan con mayor prudencia, esa gran virtud aristotélica que aconseja siempre escuchar, escuchar, escuchar, antes de hablar. Decía Bertrand Russell que “gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas»
Esa seguridad asombrosa que ambas han exhibido de forma permanente, incluso cuando se han producido grietas enormes en su famosa ley del “solo sí es sí”, y que fueron incapaces de corregir y enmendar, incluso cuando juristas progresistas lo advertían, ha vuelto a florecer en su despedida, esta vez enmarcada en acidez y rencor.
En tercer lugar, porque “ellas” no representan en exclusiva a Podemos, ni lo que es hoy ni lo que fue ayer (muchísimo menos lo que fue ayer). Eso se ha visto con el desprecio a su propio compañero Nacho Álvarez quien podía haber sido hoy ministro por ese partido. Pero también se ve con la ingente nómina de nombres que están fuera de ese partido, que ya son muchos más que los que continúan dentro. De hecho, en el nuevo gobierno de coalición, hay exmiembros de Podemos. ¿Por qué no hacérselo mirar?
En cuarto lugar, porque ya no representan la ilusión de aquel 15-M, y que fue la plataforma a la que el Podemos originario se sumó, buscando así su proyección. Por el camino, no solo ha resquebrajado aquella esperanza política, no solo han perdido sus votos y a los fundadores del proyecto, no solo han desaparecido de prácticamente todas las autonomías y municipios, no solo han roto movimientos históricos y sociales tan sólidos e impresionantes como el feminismo (lo que no consiguieron sus detractores, lo han conseguido desde dentro las “nuevas y jóvenes” feministas, que parecen saberlo todo).
Lo que hagan a partir de ahora podrá ser relevante y dañino para la estabilidad del nuevo Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez. Sin embargo, será irrelevante para la sociedad española, que ya ha pasado página de aquel proyecto político, malogrado hoy por la “ingratitud de la soberbia”.