Juan Arias: A nuestro mundo atormentado le falta humor

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Puede parecer una provocación el título de esta columna en un momento en el que estamos atrapados de dolor entre dos guerras cuyas imágenes nos turban el sueño. La medicina nos alerta sobre el aumento en el mundo de las personas víctimas de depresión y hasta del crecimiento de las cifras de suicidio.

Las redes sociales nos inundan de imágenes aterradoras de la guerra de Israel y de Ucrania que perturban nuestros sueños y nos retraen a los mayores a las dos grandes guerras mundiales de Europa, mientras resucitan las fotos y las consignas de los antiguos dictadores protagonistas de los mayores conflictos sangrientos de la Historia.

Sí, todo confluye en este momento al desgarro del alma ante el miedo, el dolor y la desesperación de la impotencia. Y nos preguntamos si no estaremos volviendo a los tiempos de los antiguos tiranos reencarnados.

Y es en estos momentos trágicos cuando más necesitamos buscar cómo desintoxicarnos y defendernos de tanta angustia sin que ello suponga dejar de compartir el dolor de nuestro prójimo.

Me dicen que en España, por ejemplo, nunca se habían consumado tantos ansiolíticos como en estos momentos en los que el miedo del futuro aprieta.

La ayuda de la medicina en los momentos del miedo y del dolor es crucial. Es una de las conquistas de nuestro tiempo, que se zarandea entre la novedad que abre nuevos caminos de esperanzas y el desenterrarse de los viejos espantajos de la tragedia de las guerras.

Y es en estos momentos de perturbaciones espirituales y morales cuando los humanos debemos echar mano de uno de los instrumentos típicos de la inteligencia: el humor. Los animales pueden jugar, pero no saben reírse de sí mismos.

No sé si habrán observado que los grandes dictadores de la Historia, los más sangrientos y despiadados, estaban desprovistos de humor. ¿Se imaginan a un Hitler, a un Stalin, a un Mao y a Franco contando un chiste? Hasta los aprendices a dictadores de hoy son incapaces del humor. No saben ni sonreír. Solo saben hacer muecas, fruncir el ceño y gritar.

Y, sin embargo, ha sido siempre el humor uno de los instrumentos más eficaces durante las duras dictaduras militares, el mejor antídoto contra la barbarie. Los españoles que ya somos mayores recordamos cuando en los tiempos más duros del franquismo, el de las torturas y los fusilamientos, el humor fue siempre una válvula de escape capaz de hacernos sonreír.

Era impresionante cómo los chistes sobre Franco recorrían España de norte a sur en segundos y eso sin los medios de comunicación de hoy. Mientras escribo me viene a la memoria uno de aquellos chistes liberadores. A Franco algún ministro le había contado que muchas familias numerosas de trabajadores no conseguían dar a sus hijos más de una comida al día y se iban a dormir con hambre. El Caudillo indignado dijo que no se lo creía y que quería visitar a una de esas familias.

Dicho y hecho. Le buscaron a un mecánico con cinco niños pequeños y una noche se fue con su escolta a visitarles. El caudillo le preguntó al jefe de la casa si a sus hijos les faltaba comida en la mesa. “No, mi General”, le respondió seguro el trabajador. “A medio día todos tienen un plato de comida”, agregó. “¿Y a la noche?”, le preguntó Franco. “Sin problemas, mi general. Mi mujer prepara la mesa, todos se sientan y yo les grito: ‘¡Franco, Franco, Franco!’ y mire cómo responden. Los cinco pequeños que estaban de pie gritaron: ‘Papá, basta, ya estamos hartos de él’. Su madre entonces les dijo: “Qué bien, hijos, entonces todos a dormir”.

Hoy, cuando intentan resucitar caricaturas de los viejos dictadores, necesitamos de nuevo, para defendernos de sus desvaríos, de nuevos mecanismos de humor para desacralizar su aparente poderío, que a veces es más debilidad que otra cosa.

Los líderes de la nueva extrema derecha de hoy teñida de nostálgicos nazis no poseen la prosopopeya de los sanguinarios dictadores del pasado, pero cuentan con armas que podrían hacer estallar el mundo. Son quizá más peligrosos que sus caciques del pasado.

De ahí que necesitemos quizá más que nunca pertrecharnos de instrumentos de humor para defendernos de las angustias y miedos que nos crean. Y, sin embargo, por lo que advierto, mientras una porción de humor se ha trasladado a las redes los grandes medios de comunicación escritos y televisivos han disminuido drásticamente a sus viñetistas y cómicos, capaces de desintoxicarnos de tanto dolor y miedo ante la inseguridad que azota al mundo.

Doy gracias a este diario que desde su nacimiento a hoy ha acrecentado a sus viñetistas con su carga no solo de humor sino de reflexión que cada mañana nos ofrecen una bocanada de oxígeno. Sus creaciones son a veces crueles y a veces tiernas, pero son esperanza en medio al humo del miedo que nos aprieta.

En estos tiempos duros para la migración de los que tienen que huir de las guerras con toda la carga de dolor que traen a cuestas, no voy a olvidar una viñeta de hace años entre tierna y feroz de El Roto. Parado en un semáforo con su coche, se le acerca al conductor una persona ya mayor para limpiarle el cristal de la ventanilla y recibir unas monedas. El conductor le hace un gesto de malhumor para que se vaya. El limpiador insiste y le explica: “No tiene que darme nada. Era solo para que sepa que existo”.

Saber que existe tanto dolor en el mundo, que vivimos en una caldera de pólvora que puede explotar en cualquier momento, no es ciertamente un remedio para nuestras angustias existenciales. La medicina y los guías espirituales se esfuerzan en estos tiempos en aconsejarnos que nos acojamos al humor, a la alegría, al frescor de la naturaleza, a la inteligencia emocional, a la meditación y la esperanza para no sucumbir.

Y es en ese recetario que llena las páginas de los medios de comunicación y se multiplican en las redes en las que justamente faltan cada vez más las páginas de humor, del verdadero, del que nos obliga a sonreír hasta en los momentos más cruciales. “Vida que sigue” es un eslogan que me repite mi médico de una vida, el académico, Augusto Messías.

Ah, ¿se puede hacer humor de la religión? Sí, porque es liberador y hasta las confesiones religiosas pueden ser tóxicas y alienantes, con su rosario de pecados y anatemas. En el campo de la sátira, los judíos suelen ser maestros del humor, quizá porque han sufrido persecución y holocaustos.

¿Recuerdan el clásico chiste del soldado judío herido en la guerra? Estaba el joven maltrecho, ensangrentado, cuando se le acerca un sacerdote católico con un crucifijo en la mano y poniéndoselo ante los ojos le pregunta: “Sabes quién es este?”. El soldado judío mira al crucificado y exclama: “¡Vaya, uno se está aquí muriendo y me vienen con acertijos!”

Las guerras pasan, las tragedias acaban digiriéndose, el dolor nunca será vencido y tendremos siempre a la mano la mejor medicina, el mejor antídoto contra la angustia y el miedo: el humor.

 

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