La mayoría son hombres y como equipaje solo llevan una pequeña mochila. La fila para chequear en el mostrador de Conviasa, en el aeropuerto José Martí de La Habana, avanza rápido. El vuelo va directo a Managua, pero la capital nicaragüense es solo la puerta de entrada a una ruta que llegará hasta la frontera sur de Estados Unidos. A pesar de las recientes sanciones impuestas por Washington a los directivos de aerolíneas que lucran con el drama migratorio de los cubanos, los aviones siguen despegando de Cuba rumbo a Nicaragua.
Hace pocos días, el mundo de Marco de Jesús se vino abajo. Con los boletos, de él y su hermano, ya comprados en la compañía dominicana Air Century para viajar a Managua, un escueto correo electrónico les avisó de la cancelación de esa conexión. Fue una de las primeras empresas en reaccionar a la nueva política de restricción de visas de EE. UU. destinada a los propietarios y ejecutivos de compañías aéreas que han estado vendiendo boletos a precios “de extorsión” a los migrantes de la Isla, para llegar a Centroamérica.
Para este habanero de 38 años la penalización estadounidense no podía llegar en peor momento. Después de vender su vivienda y una moto eléctrica, había logrado reunir los más de 4.000 dólares que le costaron los dos tickets para el breve tramo entre La Habana y Managua. “Nos quedamos con todo preparado para salir y ahora estamos haciendo las reclamaciones para que nos devuelvan el dinero”, advierte con incertidumbre. Aunque coincide en que tan altos precios son “un abuso”, está dispuesto a volver a pagar esa cantidad o más con tal de “salir de este país”.
El régimen de Daniel Ortega ha comprendido bien el desespero de los cubanos. Con la exención de visados para los nacionales de la Isla, que entró en vigor a finales de 2021, mató dos pájaros de un tiro: hacerse con parte de los abultados dividendos que deja ese constante flujo de migrantes y, de paso, hacer crecer la presión en la frontera estadounidense, con el consiguiente aumento de las críticas internas a la política migratoria de la administración de Joe Biden. Se llenaba los bolsillos con la urgencia de unos y ponía contra las cuerdas a su archienemigo del Norte.
A competir por los trozos de ese pastel, amasado con el desasosiego de miles de personas deseosas de salir de la Isla a cualquier costo, se sumaron también otros como la estatal venezolana Conviasa y el propio régimen de La Habana. Tras bambalinas, las autoridades cubanas presumiblemente permitieron y se hicieron de la vista gorda ante los anuncios con supuestos paquetes de turismo para conocer “los volcanes nicaragüenses”, cuando todos sabían que se trataba de viajes sin retorno. Durante dos años el dinero fluyó a los bolsillos de los tres regímenes. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto se embolsaron, pero dado el costo de cada boleto, podría tratarse de millones de dólares.
Ahora, parte del grifo se ha cerrado con la nueva penalización implementada por Washington pero es cuestión de tiempo que aparezcan trucos y rodeos para mantener estas lucrativas conexiones. Marco de Jesús y su hermano no quieren reconocerlo, pero son apenas piezas con las que juegan tres autoritarismos insaciables a la hora de apropiarse de recursos y para los que la migración es la nueva punta de lanza de su geopolítica.