Resulta ideal que Venezuela como parte integrante de la comunidad internacional, adelantara como política de Estado, relaciones pacíficas y provechosas en distintos órdenes, con los distintos países de la tierra y en especial con los que la circundan, entiéndase países limítrofes y los que integran el área geográfica de la cual forma parte, esto es, la América toda, por razones geoestratégicas. Para llevar adelante esas relaciones pacíficas y provechosas, se debe practicar la diplomacia, que en sus orígenes se encargaba de trasmitir mensajes entre los soberanos, ella entonces permitía la comunicación y la vinculación entre territorios, y en especial, en los casos en que se presentaban diferencias entre sus gobernantes, los que recurrían a las negociaciones para allanar los conflictos propios de la dinámica internacional, modernamente caso xenofobia contra la selección vinotinto en Perú.
Con el paso del tiempo, y luego de la primera guerra mundial, su ejercicio implicó arte y laboriosidad, dado que las relaciones internacionales, se tornaron difíciles, recomponer bloques mundiales, no era tarea sencilla, a esa conflagración militar, años más tarde, le siguió otra guerra de esa dimensión, y otros conflictos regionales (Vietnam-Corea) que obligaban a las Naciones de la tierra, sobre a todo a las más poderosas a buscar acuerdos o celebrar negociaciones, para poner fin a esos conflictos militares. Luego también se visibilizaron los conflictos por diferencias territoriales, provenientes de tiempos coloniales. Venezuela, tampoco fue la excepción. Por ello, su diplomacia en la década de los años 60, fue intensa y seria al punto de conseguir en la ONU el desconocimiento del Laudo Arbitral de París de 1899 y dar paso al Acuerdo de Ginebra de 1966, conduciendo la cancillería los ilustres venezolanos Marcos Falcón Briceño e Ignacio Iribarren Borges.
Era una diplomacia que velaba ciertamente por los intereses del Estado venezolano, sin ningún componente ideológico o hegemónico, llevada a cabo por personal especializado o profesional, que se adentraban en el estudio y conocimiento de las realidades de los países a los cuales eran asignados en calidad de diplomáticos, o que eran limítrofes al nuestro, respecto de los cuales se hacía toda una conjunción geoestratégica, para evaluar las distintas relaciones entre nuestros países, en tiempos de paz o de guerra, y de cuáles podrían ser las reacciones de los países circundantes o del área a eventuales conflictos militares, diplomáticos o territoriales. Esos eventuales apoyos de otros países a ciertos conflictos, sin duda refuerzan las posiciones de cualquiera de los que presentan diferencias por cualquiera de los motivos expuestos.
En el caso del diferendo con Guyana, hemos escuchado con atención a nuestra gente decir, estamos solos, queriendo significar con ello que, países que se decían amigos del país, se han alineado con nuestro adversario, por intereses económicos, con lo cual le han dado la espalda a la diplomacia ideologizada o hegemónica que pretendió llevar adelante nuestro país desde hace más de tres lustros; otros países como EEUU en ejercicio de su tradicional pragmatismo político, no solo avala la presencia de concesionarias petroleras en el territorio en reclamación, sino que al parecer también pretenden crear una estructura militar, tal vez para mostrar un eventual poder de fuego, contra nuestras Fuerzas Armadas o colonos venezolanos y, que decir de China o de Brasil que en lo económico y militar cooperan con Georgetown calladitos, sin que nuestra aletargada diplomacia reaccione, movilizándose por sudamérica, américa central y la del norte, para explicar y mostrar nuestros títulos históricos y jurídicos, y no decir como hasta ahora “Guyana nos tiene miedo”.
En ese orden de ideas ocurre que, cuando nuestro país, necesita de los buenos oficios de otros países para favorecer a nuestros connacionales que habitan en ellos, no tienen buenas relaciones y, por tanto, no pueden interceder por ellos, pues han tensionado la diplomacia o han dejado de cumplir con sus distintos compromisos, como ha ocurrido con los arribistas del CARICOM, con cuya comunidad, no se intercambió una legítima diplomacia, sino un acuerdo de votos a cambio de petróleo y dominación, durante el delirio presidencialista (1999-2012), y sin que el país tenga conocimiento pleno de los beneficios que esos acuerdos originaron, seguramente porque no fue así.
Está claro una vez más, que nuestra diplomacia no ha sido muy profesional, ni seria en su desempeño, pues al haber actuado por años, contrario a su esencia, la comunidad internacional, ya de por sí predispuesta contra el Gobierno de Maduro, por su comportamiento antidemocrático y de irrespeto a los derechos humanos, ve a Guyana como un país pequeño, débil y potencialmente atractivo en lo económico y político; sin que exista como en nuestro país un Estado intervencionista, oxidado moralmente por la corrupción y falto de eficientes servicios públicos. Lo ideal hubiese sido que, en todos estos años, se hubiese proyectado la imagen de que somos un país serio en la protección de las inversiones extranjeras, conversado con respeto con EEUU y la Unión Europea, sobre nuestra realidad política y electoral, afianzar lazos de amistad, con otros países capitalistas del área que no practican el vetusto socialismo, en fin, comprometer al país por derroteros democráticos, pero claro, con esta diplomacia ¿Cómo?