Jean Maninat: Entre relato y narrativa

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Ya no sabe uno cómo referir el relato de una historia, o la narrativa de un hecho en ciernes o acontecido. Antes de que todo se sofisticara tanto, era -o parecía- bastante sencillo discernir el tema: uno, alguien, echaba un cuento, narraba una historia, relataba un acontecimiento, ¿quieres que te cuente el cuento del gallo pelón? ¡Cuéntame una de vaqueros! ¡Esos son cuentos chinos! Hagamos el ejercicio e intercalemos los passepartout en las frases mencionadas y verán el enredo, ¿quieres saber la narrativa del relato del gallo pelón? ¡Esa narrativa es de vaqueros! ¡Ese relato es chino! Y por allí seguiremos, como tantos, lost in translation.

La cuestión se enreda aún más -y tiene gran impacto en la infrarealidad de X, antes Gutenberg- cuando los dos términos se cuelan en los análisis políticos, y toda explicación de un hecho político comienza o termina con el cambio de relato o de narrativa de fulana o fulanito, quienes lideran la tabla de posiciones en el torneo local por alcanzar algún cargo de renombre (preferiblemente la presidencia de la República, para mejor servir al país). Entonces, adquieren toda la fuerza de un anillo élfico, o la de un maestro Jedi.

Las batallas entre la narrativa de unos, o el relato de otros, (o viceversa, que al fin y al cabo es lo mismo y da igual), es uno de los pasatiempos favoritos de eximios taxidermistas, especialistas en adornar los museos de las polis con los cuerpos embalsamados de tanto zoon politikón que rodó en el empeño de cambiar de narrativa o recuperar el relato.

(En su conocida obra Las escalinatas de Babel, Londres, 2022, Arthur W. Davies argumenta que el rifirrafe que acabaría con cientos de albañiles posdiluvianos descalabrándose mutuamente, o empujándose los unos a los otros al vacío desde las terrazas y torres en construcción, se debería al violento debate que se destapó entre quienes favorecían el relato babilónico y quienes defendían la narrativa mosaica sobre las razones para edificar tan inútil adefesio).

En la Pequeña Venecia, reservorio de prodigios, el relato y la narrativa penden como mangos de los árboles, se hurtan bajo las piedras, al alcance de una mano necesitada o de un pie torpe y desorientado que las desentierre. Actualmente se vive un momento prolífico en el de uso ambos instrumentos discursivos y se intercambian en la plaza pública como especies en un zoco mediterráneo o valores en Wall Street.

Un sector de la oposición realiza una primaria que -para sorpresa de todos- resulta exitosa, e inmediatamente el Gobierno intenta forzar el relato -así dicho- para argumentar que todo fue un fracaso y que las largas filas se debían a las escasas mesas de votación. En la narrativa opositora serían millones los que votaron y producen simples fórmulas matemáticas para demostrarlo, en el relato del Gobierno solo unos pocos cuantos esmirriados batallones inexistentes. Cada quien a lo suyo.

El Gobierno realiza un referéndum sobre la “cuestión del Esequibo” y el relato de la oposición se divide -una vez más- entre abstencionistas y “fundamentalistas del voto”. Ah, pero la narrativa opositora también cuestiona al CNE (por su increíble superioridad para hacer las cosas mal), el mismo organismo electoral, por cierto, que organizará las eventuales elecciones de 2024 y donde tiene dos representantes. Pero en otro relato todas y todos se convierten en “fundamentalistas del voto”, pues están seguras y seguros de que esas elecciones las ganan de calle y avenida repletas de millones de partidarios. ¿Con ese CNE? Shhhh.

last but not least, los dirigentes políticos inhabilitados tienen la opción de recurrir su inhabilitación ante el Tribunal Supremo de Justicia (gracias a los acuerdos logrados y firmados en Barbados, entre otros por su negociador principal) pero según un relato no ha lugar recurrir lo que no existe y según una narrativa habría que recurrirlas precisamente porque no existen constitucionalmente. Todo proveniente del mismo bloque opositor…

¡Entre relato y narrativa te vea!

@jeanmaninat

 

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