Paul Krugman: El argumento progresista a favor de la ‘bidenomía’

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En estos momentos surgen dos grandes interrogantes acerca de la economía estadounidense. Uno es por qué va tan bien. El otro es por qué tantos estadounidenses insisten en que va fatal….

No me hago ilusiones respecto a convencer a los conservadores de que la economía está en buena forma; no van a cambiar de opinión, y señalar hechos que contradigan su punto de vista no hace más que irritarlos.

Pero también parece haber un número significativo de progresistas que, por diferentes razones, son reacios a aceptar las buenas noticias. Y como mínimo este grupo podría estar dispuesto a escuchar los argumentos de que el presidente Biden ha conseguido más de lo que creen, así como la premisa de que media hogaza es mejor que ninguna y mucho mejor de lo que conseguirían los adversarios de Biden si se les diera la oportunidad.

Sobre las buenas noticias económicas: esta semana se añadieron al montón dos excelentes informes económicos. El miércoles, la Oficina de Estadísticas Laborales informaba de que en el tercer trimestre la productividad laboral había aumentado a una tasa anual del 5,2%, lo que es un ritmo muy, pero que muy rápido. Es demasiado pronto para hablar de tendencia, pero cada vez hay más razones para esperar que nuestra economía sea capaz de crecer mucho más deprisa de lo que pensábamos. Ah, y los costes laborales unitarios solo subieron un 1,6% el año pasado, un indicador más de que la inflación está bajo control.

Otro informe indica que los puestos laborales sin ocupar han disminuido. El año pasado muchos economistas sostenían que el alto nivel de vacantes significaba que necesitábamos un desempleo elevado para controlar la inflación. Ahora esa diferencia ha desaparecido en gran medida. Es uno de los muchos signos de que la economía se está recuperando tras la covid. Y este proceso de curación explica por qué hemos conseguido que la inflación baje sin provocar una recesión ni un aumento del paro.

No obstante, muchos estadounidenses siguen teniendo una opinión muy negativa de la economía. Esto puede deberse en parte al hecho de que, aunque la inflación ha bajado mucho, los precios siguen siendo altos en comparación con el pasado reciente. Es posible que este efecto desaparezca con el tiempo; como escribía no hace mucho, tiene que haber algún estatuto de limitaciones que establezca cuánto puede remontarse en el tiempo la gente para hacerse su idea de lo que deberían costar las cosas. Un interesante análisis llevado a cabo recientemente da a entender que la reducción de la inflación tarda unos dos años en reflejarse en la confianza de los consumidores, en cuyo caso los estadounidenses podrían sentirse mejor para las elecciones del año que viene.

Por otra parte, la inflación ha sido un fenómeno mundial, pero la enorme brecha entre los indicadores económicos favorables y las sombrías percepciones de la opinión pública es exclusiva de EE UU, donde la gente cree muchas cosas malas sobre la economía que simplemente no son ciertas.

Puedo afirmar por experiencia que hablar de estos temas con personas de derechas es básicamente imposible. Si uno señala que los ingresos de la mayoría de los trabajadores han crecido mucho más rápidamente que la inflación desde la época anterior a la pandemia, le dicen que es un miembro de la élite que no tiene ni idea de lo que cuestan realmente las cosas. Y si afirma que los estadounidenses son más propensos a expresar opiniones positivas sobre la situación financiera de su familia y que el fuerte gasto de los consumidores desmiente las afirmaciones de que los hogares lo están pasando mal, le replicarán que es un esnob que le dice a la gente cómo debe sentirse. Es una pescadilla que se muerde la cola.

Sin embargo, un grupo que podría estar dispuesto a dejarse convencer es el de los progresistas que se niegan a reconocer las buenas noticias económicas porque creen que sigue habiendo muchas cosas que no van bien en Estados Unidos. No sé lo numeroso que es este grupo, pero parece que conozco a muchos de ellos, y su negatividad podría estar influyendo en el tono general de la conversación.

Por cierto, el Estados Unidos de Biden no es un paraíso progresista. Demasiada riqueza y poder siguen concentrados en manos de unos pocos, mientras millones de ciudadanos de esta rica nación siguen viviendo en la pobreza y carecen de una atención médica adecuada.

No obstante, se han producido avances. Por fin estamos tomando medidas serias contra el cambio climático e invirtiendo en infraestructuras. El aumento de las subvenciones ha contribuido a ampliar la cobertura médica y hay un hecho poco conocido, que es que la economía de pleno empleo de Biden ha llevado a una gran caída de la desigualdad salarial que beneficia en gran medida a los trabajadores peor pagados.

Las cosas pintarían aún mejor si los demócratas hubieran obtenido una victoria solo ligeramente mayor en las elecciones de 2020. Concretamente, uno o dos senadores demócratas más habrían significado una extensión permanente de la ampliación de las desgravaciones fiscales por hijo, que habría reducido drásticamente la pobreza infantil, y todavía podría hacerlo si los demócratas encuentran una manera de ganar a lo grande en 2024.

En los últimos meses, el relato político republicano ha dado un giro brusco a la derecha, con renovadas promesas de derogar el Obamacare –lo que pone en peligro la cobertura sanitaria de más de 40 millones de estadounidenses– y de recortar la Seguridad Social.

Así es como yo lo veo: los resultados de la victoria de Biden en 2020 han estado muy lejos de los sueños de los progresistas, pero una derrota del presidente el año que viene sería una pesadilla para ellos. ¿Serán capaces los estadounidenses de izquierdas de retener ambos hechos en sus mentes y actuar en consecuencia?

 

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