Estoy profundamente convencido, que la unidad de la familia humana, llegará justo en el momento en que todo se descanse en una comunión de donaciones etéreas y no de intereses mundanos.
Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen; y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos. No podemos romper los parentescos que nos familiarizan como linaje, por muchas discrepancias que atesoremos en nuestro diario existencial. Estamos llamados a oírnos y a comprendernos. Por eso, es importante entrar en sintonía, poner la escucha y responder sabiamente, ser imparcial en los juicios y ponderar las situaciones desde la prudencia.
Las controversias realmente se solventan con un espíritu neutral, especialmente en situaciones de conflictos y desastres. Desde luego, frente a este aluvión de crisis y enfrentamientos que actualmente sufren todos los continentes, en mayor o en menor medida, es de gran importancia forjar relaciones pacíficas, amistosas y de aproximación. Con razón se dice, se comenta, que no existe verdadera concordia si la realidad no se funda en el cultivo del abrazo permanente, en el que cada pueblo pueda elegir, desde la propia libertad de autocrítica, los caminos de su desarrollo solidario y auténtico.
Al final, a poco que buceemos entre sí y pongamos el talento de la verdad como horizonte, nos daremos cuenta que en realidad todo se complementa; y, aunque pueda parecer antagónico, es cuestión de reconsiderar actitudes arrinconadas. Junto a ello, tan vital como la mano extendida es el vocablo justo en el momento preciso, esa diplomacia preventiva que debe acompañarnos siempre y que es una función esencial de las Naciones Unidas. Indudablemente, tal y como está el mundo en trágico desbordamiento de hostilidades, los esfuerzos humanos tienen que encaminarse a un cambio de visiones, que solo se alcanza con un corazón clemente.
Estoy profundamente convencido, que la unidad de la familia humana, llegará justo en el momento en que todo se descanse en una comunión de donaciones etéreas y no de intereses mundanos. En este sentido, no hay horizonte más positivo, que las Naciones Unidas se hayan comprometido a abandonar la cultura de la reacción; y, en cambio, hayan adoptado la cultura de la prevención. Justo, esta mediación, es la que nos lleva a los acuerdos de paz, poniendo fin a los peligros existentes y evitando el surgimiento a la escalada de problemas nuevos. De ahí, la importancia del buen talante, para reconquistar las sensatas iniciativas de caminar unidos.
Se bien los esfuerzos que requieren los cambios, pero nos jugamos nuestra propia continuidad como especie pensante. El cúmulo de controversias es grande, lo que exige un espíritu de colaboración y cooperación colectiva, entrando en diálogo sincero, con la disposición de atender y entender a las partes en conflicto. Los pactos han de ser inclusivos, coherentes con la normativa universal, pues de lo que se trata es de conciliar lo que parecía irreconciliable. ¡Qué nadie ceda al cansancio, sino que todos estemos dispuestos a sacrificar los personales dividendos lucrativos, para que triunfe la quietud y el bien común!
Ahora bien, hay que superar el individualismo, para retomar esos caracteres innatos olvidados. Llegará el día en el que la tierra será morada de un latir conjunto. Como estrofa que somos, parte de ese poema interminable vivencial, rezumará armonía en el instante que los vínculos se fraternicen. El gozo germina de la mística, apartado de todo poder y recogido con su plena creatividad y responsabilidad, en la infusión del amor. Querer es poder, sin duda. Tampoco existe gran talento sin una fuerte grafía. La voluntad es la que nos transforma; y así, el orbe nos crea y recrea cuando los soplos se besan en verso y se envuelven de paz con la mirada.
Escritor – corcoba@telefonica.net