La carrera final por la presidencia de Egipto se inició el domingo día 10 y continuará hasta el martes día 12 para finalmente conocerse el resultado una semana después. El actual presidente, o rais, Abdul Fattah al-Sisi, se postula por tercera vez gracias a las enmiendas constitucionales de 2019, las cuales además ampliaron la duración del mandato de cuatro a seis años. En esta oportunidad concita una particular atención por la crítica situación externa e interna que vive el país.
Junto a al-Sisi competirán el izquierdista Partido Socialdemócrata Egipcio (PSDE) que lleva a Farid Zahran como su candidato junto a dos fuerzas emergentes de las grandes protestas de 2011 que terminaron con la dictadura de Hosni Mubarak, quien gobernó el país desde 1981 a 2011 y cayó en el marco de la Primavera Árabe, la víctima menos pensada que podría considerarse un daño colateral, en la colosal revuelta que iba a por el Gobierno del Coronel Gadafi, cuyo trágico fin lamenta todo el continente, y el de Bashar Al-Asad, el presidente sirio que todavía sigue en el poder y cuya victoria reconfiguró toda la política no solo de Medio Oriente, sino mundial. Las agrupaciones que acompañan PSDE son Kifaya (Basta) y el Movimiento Democrático Civil. El tercer candidato es Abdel-Sanael, líder y fundador del liberal Wafd (Partido Republicano Popular liberal), el partido liberal más antiguo de Egipto. Y el último de los aspirantes a la posibilidad de gobernar hasta el 2030, es Omar Hazem, jefe del Partido Popular Republicano.
En esa nómina se habría tenido que considerar al rival con más chances frente a al-Sisi a Ahmed al-Tantawy por el Partido de la Dignidad, quien debió renunciar a su candidatura en octubre pasado tras acusar al Gobierno de perseguir y encarcelar a muchos de sus seguidores, lo que se terminó traduciendo en no conseguir el número requerido de avales para inscribirse en la carrera presidencial.
Más allá de quién resulte declarado ganador el próximo día 18, aunque todas las encuestas apuntan al exgeneral al-Sisi como sucedió en 2014 y 2018, se desconoce si el porcentaje será igual a las dos primeras elecciones, en las que redondeó un “ajustado” noventa y siete por ciento cada vez.
No importa quién se lleve la victoria, se enfrentará a un país atormentado interiormente y en un contexto internacional igual de crítico.
al-Sisi, que renunció a su cargo de Jefe del Ejército en 2014, dirigió de manera errante el país estos últimos nueve años de Gobierno, debiendo arriar todas las banderas con las que ganó una popularidad que nadie conoció en el país fuera de Coronel Gamal Abdel Nasser (1918-1970), el referente político excluyente del Egipto moderno. El aura casi divina de al-Sisi, está cimentada en su decisión de terminar con el amenazante Gobierno de Morsi y todo lo que conllevaban sus políticas económicas y su alianza con los sectores más ultramontanos del islam, desde las cruentas jornadas de julio de 2013 cuando el actual rais dirigió las operaciones de represión contra las bandas armadas de los Hermanos Musulmanes y otras organizaciones vinculas al extremismo religioso.
Desde entonces su imagen, al mejor estilo de un rockstar o un astro del fútbol, comenzó a repetirse infinitamente en todo el país estampada en camisetas, dulces y cualquier superficie fija o móvil. Lo que explica, sumado a los terribles años de Mubarak, aquellas holgadas victorias, al-Sisi llegaba como un salvador.
Más allá de su buena voluntad, el general fue rápidamente vencido por la realidad, fundamentalmente económica, deudas con el FMI, con Arabia Saudita y los Estados Unidos, del que además depende militarmente por largas décadas de claudicaciones tanto de Anwar el-Sadat como de Mubarak. A lo que hay que sumar el incipiente crecimiento de los grupos vinculados al Dáesh y al-Qaeda en su país y en toda la región.
Más allá de esos factores, la desocupación, el desabastecimiento y una inflación cercana al cuarenta por ciento, que al-Sisi no ha podido controlar en ningún momento de sus dos mandatos, han jaqueado al Gobierno egipcio al igual que el contexto internacional.
Por lo que los cerca de 75 millones de votantes que a partir del domingo pasarán por las urnas, tendrán muy en cuenta el padecimiento que han significado estos nueve años para los 110 millones de egipcios.
Fronteras ardientes
Catapultado por el golpe militar de 2012 contra Mohamed Morsi, quien fuera el primer presidente elegido democráticamente en la historia del país, un personaje por lo menos curioso, ultraliberal en lo económico, al punto de intentar privatizar el Canal de Suez, y de una concepción religiosa extrema, que pretendió aplicar en ciertas cuestiones la sharia (ley coránica) a la sociedad civil y quiso arrastrar al país -uno de los más liberales de Medio Oriente en sus costumbres- a una teocracia al estilo israelí. Para ello buscó apoyo electoral y más tarde gobernabilidad en los Hermanos Musulmanes, una entidad sociopolítica (en algunos casos, muchos, armada) que dio forma y sustento ideológico a todos los grupos takfiristas del mundo, desde el Talibán afgano a al-Qaeda y desde el Dáesh global a khatibas como la nigeriana Boko Haram o la filipina de Abu Sayyaf. La violencia, al igual que la economía, han sido las variables del Gobierno de al-Sisi.
El golpe que estalló en julio dirigido por el entonces general al-Sisi le dio una enorme popularidad. En los días siguientes a la asonada el ejército literalmente exterminó a la Hermandad, asesinando a miles de sus integrantes en duros combates callejeros y arrestando a la mayoría de sus dirigentes, que, tras ser enjuiciados, fueron condenados a muerte. Muchos de estos procesos judiciales continúan hasta hoy. Entre los juzgados estaba el propio Morsi, quien murió en prisión por causas naturales en 2019.
Tras la represión a los Hermanos Musulmanes sus restos, junto a muyahidines llegados de los conflictos en pleno desarrollo de Siria Irak y Libia, se reunieron bajo las banderas de Wilayat Sina (Provincia del Sinaí), anteriormente conocida como Ansar Bait al-Maqdis (Seguidores de la Casa Sagrada), que, en 2014 hicieron su baya´t (juramento de lealtad) al entonces emir y fundador del Dáesh Abubakar al-Baghdadi, muerto en 2019. Desde entonces esta khatiba protagonizó innumerables acciones dentro del Sinaí y fuera de la península que causaron centenares de muertos entre militares egipcios, civiles y turistas extranjeros. (Ver: Sinaí, venganza o azar), por lo que se concluyó en una gigantesca operación milita, conocida como Sinaí 2018, que continúa hasta la actualidad, acotada al interior de la península, pero que en su momento abarcó el Sinaí además del Delta y las áreas desérticas al oeste del valle del Nilo.
Respecto a lo que sucede todavía en esa operación es uno de los secretos mejor guardados del rais, ya que el periodismo tiene vedado el acceso a las áreas de combate y las comunicaciones permanecen coartadas, por lo que es prácticamente imposible conseguir información más allá de los descafeinados partes oficiales.
Fronteras afuera el Cairo no la tiene mucho mejor, el crítico marco internacional, amplificado por contraofensiva rusa lanzada en Ucrania para detener los avances de la OTAN contra sus fronteras, ha afectado no solo la economía, sino también la seguridad mundial. Aunque quizá regionalmente es donde se marca más claramente la volatilidad a la que está sometido Egipto.
Al oeste Libia, con más de 1.000 kilómetros de una frontera absolutamente permeable, se encuentra inmersa en la guerra civil no resuelta desde 2011, donde el aliado de al-Sisi, el General Khalifa Hafther, sigue sin poder hacer pie en el conflicto político, muchas veces militar, con el Gobierno de Trípoli, que también se debate en fragmentaciones internas.
En la frontera sur al-Sisi no tiene mucho mejor panorama, con Sudán, devastado por la guerra civil que sufre desde abril de este año, Egipto comparte casi 1.300 kilómetros de frontera por donde miles de sudaneses ya han buscado refugio. En este conflicto El Cairo apoya, de manera menguada, a un viejo amigo y compañero de estudios del rais, el general Abdel Fattah Burhan, cabeza del Ejército Sudanés y máximo oponente a las letales Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) de Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemetti, antiguo contrabandista y criador de camellos devenido a máximo líder de uno de los bandos que desangra Sudán en un conflicto que ya supera los 100.000 muertos y está muy lejos de aplacarse.
Todavía más lejos de sus fronteras Egipto se aproxima a un choque inevitable con Etiopía, que acaba de inaugurar la Gran Represa de Renacimiento Etíope sobre el Nilo Azul, represa que retiene grandes y vitalísimas cantidades de agua para abastecer al Nilo, lo que sumado al cambio climático podría despedazar más la economía egipcia.
Y en cuanto a Gaza el cruce de Rafah, de escasos 13 kilómetros, es la única frontera palestina que no da con Israel, está ubicada en el norte del Sinaí y al otro lado hay más de dos millones de palestinos que la embestida nazisionista quiere obligar a el Cairo a abrir ese paso para que los últimos palestinos de Gaza se instalen, en un primer momento, en el desierto egipcio. Lo que siga después ya no importa, ya que lo único importante es que Tel-Aviv por fin pueda dar por terminado el ansiado proyecto de la limpieza étnica.
Esta situación no tiene fácil solución, existen muchos sectores internos de Egipto y el mundo árabe que exigen a al-Sisi, una respuesta política contundente para detener el genocidio de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), cuya primera parte comenzó el pasado 7 de octubre y se conoció como Operación Tormenta de al-Aqsa. Por lo que hasta ahora, y solo hasta ahora, la única frontera que se mantiene estable para el sitiado al-Sii es la del enemigo del Islam y los pueblos árabes, Israel, con quien comparte una frontera de 180 kilómetros que puede comenzar a arder en cualquier momento agigantando el intricado laberinto del rais.
Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.