Ezequiel Querales Viloria: ¡Yo vine por ver nomás!

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Que me voy, que me voy, yo vine por ver no más,

Kiribi, kiribi, kiribi, caballito blanco vení pa’ ‘ca

Que me voy, que me voy, yo vine por ver no más

Kiribi, kiribi, kiribi, caballito blanco vení pa’ ‘ca.

Sonaba furiosa la tambora, al compás del coro, la letra,  e inconfundibles notas, del popular ritmo larense, cuya contagiosa percusión, se esparcía rimbombante, entre una entusiasta y desenfrenado gentío, ávido de compras y tradición navideña, en esta época del año.

La pegajosa música, que salía de una diminuta, pero potente corneta instalada en uno de las la tiendas del bulevar La Marrón, acentuaba el golpe: “Una pena quita pena, un dolor quita dolor Kalumba bella, a la bella bella ay bella la bella, bella, bella va”!.

“La Bella del Tamunangue”, consentida melodía del rico folklore centro occidental, que a pesar de su distante aparición en el escenario musical venezolano, se sigue abriendo paso vigoroso, en medio de la imponente incursión de la gaita zuliana, parrandas y aguinaldos caraqueños, que animan el alma a la gente, en tiempos decembrinos, “y todo el año, ripostan los fans de “Arepa, Ñema y Tajá”, Hijos de Ña Carmen”, asiduos adoradores del golpe tocuyano.

A decir de un grupo de comerciantes guaros que se presentaron como Luis, Rosendo y Arjona, que iban sin prisa ni pausa, por el lugar, no se resistieron al influjo musical de su terruño, y se detuvieron para dejar su orgullosa constancia, ante los presentes, que el Tamunangue de su tierra, “es único, y hasta afrodisíaco”, comentó Rosendo, el más extrovertido de ellos: “es como sentir un abismo delicioso atrapado entre el pecho, con su húmedo calorcito, que no consigo explicar en este momento”, dijo entre risas, y claro ademán de bromista.

Quienes osan adentrarse al pandemónium de la “pujante economía informal” capitalina (Ya no como los despectivos buhoneros de antes, sino flamantes emprendedores, rescatados por la revolución), “permisados en diciembre”, acompasados con el bullicio de cientos de marchantes y compradores, que transitan estos días, entre las esquina de San Jacinto a Madrices, Torre a Madrices, Ibarra a Madrices, Madrices a Marrón, Marrón a Dr Paúl, Marrón a Pelota y alrededores, como en nuestro caso particular, “Que venimos, o fuimos, por ver nomás”, merecen un premio, al aguante de la sofocante aglomeración, empujones, pisotones, abusos, o deslices non santos, como: “viejo, ya ustedes no están para estos trotes, su sitio está más allá”, y apuntaban en dirección a la Catedral y el antiguo Calvario.

-“La Marrón volvió, a ser lo que era antes, en época de diciembre, decían algunos jóvenes que reclutan clientes para las diversas tiendas, pero aclaraban, que es lo que murmura la gente, que pasa apresurada por el abarrotado mercado del centro de Caracas, “seguramente, porque vienen elecciones”, remataban entre risas y gestos mordaces.

Insólito que la mayoría de las nuevas generaciones de vendedores apostados en los predios de La Marrón, desconozcan, los nombres de las esquinas que fueron tan emblemáticas de Caracas, y solo se limiten a afirmar: “todo esto es la Marrón”. -¿Qué busca, es lo que responden cuando se les pregunta por el nombre de la esquina donde la gente está ubicada?. -¿O acaso, no saben que esta es la antigua y famosa esquina de Doctor Paúl, le inquirimos, y le explicamos, que la que le sigue es la propia Marrón, y más allá, la famosa cuadra de Pelota a Marrón. Y quedan  estupefactos, con nuestra espontánea observación.

-Tan fácil, que uno se orientaba antes por los nombres de las esquinas, interviene en la conversación, un señor mayor de nombre José, que subsiste vendiendo cafecitos en thermo. Lamentó, que este gobierno acabara hasta con los nombres de las esquinas, que tanto él, como su familia, se aprendieron desde la escuela para ir y venir sin perderse por toda la ciudad. – “Pero ahora lo que uno oye decir a la gente, es que todo esto, es la Marrón, sin dar detalles”. Agregaba.

Un tanto más alejados de la colonial casona, Las Madrices, ahora más repleta que nunca, de locales comerciales, que dio nombre a la esquina por donde iniciamos nuestro periplo, desde Las Ibarras, la Bella del Tamunangue, nos seguía palpitando en el pecho, aunque con menos intensidad: “Un clavo saca otro clavo, pero no un clavo de amor Kalumba bella, a la bella bella ay bella la bella, bella, bella va”, y el pegajoso canto se elevaba, para ir apagarse a lo lejos.

“Es la tradición decembrina que esta devuelta”, fue una de las tantas impresiones recogidas en el lugar. “La gente no le para y más bien, como que le encanta este bururú, con todo y sofoco”, agregaban otras voces, que se perdían entre la cantidad de puestos de ventas, que nuevamente fueron permitidos, llenando de ruido y colorido, el casco central de la otrora “Ciudad de  los Techos Rojos”.

La gente sigue acudiendo a La Marrón y alrededores, pese a que las famosas tiendas de antaño, como General Import, o el señorial Titanic, de trajes para caballeros, o Sharp de Venezuela, ya no están. La importadora dio paso a otra tienda por departamentos llamada Exitazo, tan concurrida como su antecesora. Y el tan elogiado Palacio de Las Medias, toda una tradición en la Caracas post antañona, también desapareció, aunque en su lugar funciona una sofisticada cadena comercial de ropa importada, conocida como “Good Radical”, que no consigue generar el mismo gusto. De la vieja extirpe, apenas sí se mantienen El Castillo, y a duras penas, la Importadora Rubens y trajes Marques, con todos los años, en la esquina de La Pelota. Ahora han surgido otras propuestas comerciales como las de “Mango Bajito”, que, necesariamente, cambian los sentimientos, los gustos, los colores y por supuesto, los antojos.

Allí se aprecia que Caracas es otra, con otras gentes, otras realidades, otras necesidades, tal vez, más, menos, o igual de sociable, que antes del abordaje socialista. Y como en muchas partes, del mundo, percibimos que también La Marrón tiene su encanto en diciembre, que tanta gente quiere sentir, compartir, a pesar del sofocante ajetreo. Y cuál  letra y música, de la Bella del Tamunangue, que cautiva al llegar, se siente ese calor tan humano e inconfundible del venezolano, que no basta con “ir para ver nomás, y salir”. Sino disfrutar, toda la melodía social: “Kiribi, kiribi, kiribi, caballito blanco vení pa’ ca. Que me voy, que me voy, yo vine por ver no más”!

Aprovecho la ocasión, para desearles feliz navidad, un próspero año nuevo, y un futuro mejor para todos.

ezzevil34gmail.com

 

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