Gregorio Salazar: ¿Podrá Argentina?

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Mientras el gabinete de Javier Milei trabaja a todo vapor dictando las medidas que configuran su anunciado ajuste «schock», en la práctica algo así como aplicarle un desfibrilador a la muy aporreada sociedad argentina, en la otra esquina movimientos sociales, los denominados piqueteros y en especial el sindicalismo peronista anuncian que no se quedarán «de brazos cruzados» si, como ellos vaticinan, la situación socioeconómica se torna desesperante.

Ya en las primeras horas del nuevo gobierno el llamado «plan motosierra» eliminó diez carteras ministeriales varias de las cuales (Desarrollo Social, Educación, Salud) quedarán subsumidas en el Ministerio del Capital Humano; el dólar oficial pasó a costar el doble, de 400 a 800 pesos; se suspendieron todos los contratos estatales con menos de un año de antigüedad y serán los privados quienes costeen las nuevas inversiones en infraestructuras; se suspendió por un año la pauta publicitaria oficial en los medios de comunicación; cesó la transferencia de recursos a las gobernaciones y se redujeron los subsidios a la energía y transporte, con lo cual el precio de los combustibles ya dio un primer salto de 15 % y otro más espectacular de 37% por ciento. No es fácil.

Se mantendrán mejorados, sin embargo, planes de contención social vigentes desde el gobierno anterior, como el Plan Trabajar; se aumentó el 100% en la tarjeta por hijo y un 50 % en la tarjeta alimentaria, cuya efectividad estará por verse en una Argentina a la que el gobierno de Alberto Fernández deja con un nivel de pobreza superior al 40 %. Prudencia aconseja…

¿Podrá Argentina? ¿Tendrán el temple y las dosis de confianza y paciencia necesarias los argentinos para que los enormes sacrificios a los que serán sometidos les permitan ver a mediano plazo la recuperación de su gran país? ¿O los espera otra frustración como la que dejó el reformador gobierno de Macri? Preguntas por demás pertinentes en un continente que ha presenciado no sólo un evento asaz traumático como El Caracazo venezolano, sino también conmociones sociales de gran repercusión como las más recientes de Chile y Colombia. El detonante del reprimido descontento social en la primera, el aumento del pasaje del metro. En Colombia, un proyecto de reforma impositiva. Nada remotamente parecido a un ajuste «shock».

Si hay algo que avala hasta aquí el tránsito por el cual llegó la Argentina a este punto es, sin duda, un ejercicio intenso de la democracia. Primero en el tramo que arranca el 13 de agosto de este año con la celebración de las elecciones primarias (PASO), ganadas por Milei con el 29, 86 % de los votos. Luego la primera vuelta electoral del 22 de octubre, donde pareció que el electorado volcaba su vista hacia el oficialismo, y finalmente la contundente expresión de una voluntad de cambio que le dio a Milei el 55, 65 % de la votación con el apoyo del Macrismo. Ejercicio democrático que ha continuado a nivel legislativo con un arduo y hasta ahora eficiente proceso de diálogo en el que han surgido nuevas coaliciones y aproximaciones que le dan una inicial base de apoyo para las reformas legales. En un año, tal vez, se vean los primeros resultados de reversión a la crisis.

El Milei gobernante ha mostrado cautela, prudencia y amplitud que nadie podía sospechar en su estridente discurso de candidato. No ha vuelto a hablar desde la toma de posesión, pero sus voceros, especialmente el ministro de Economía ha atendido medio por medio para someterse a extensas entrevistas sobre el alcance del nuevo plan económico y la prensa acude en bloque a las ruedas de prensa previas a las reuniones de gabinete.

Si cayéramos en la tentación de establecer algún contraste somero entre lo que fue la etapa previa a la aplicación del Gran Viraje de CAP en 1989, lo primero que salta a la vista es la claridad con la que Milei le ha hablado a la sociedad argentina sobre los grandes sacrificios que traerían aparejados una victoria suya. Una franqueza que no se permitió Pérez, siendo como era un candidato del partido en el poder, con una presunta buena gestión, según las encuestas. Y frente al hecho constatable que la popularidad del candidato estaba montada sobre el recuerdo de la «Venezuela saudita» de su primer gobierno (1973-78).

Ni la popularidad de Pérez ni su votación de 52,89 resistieron no digamos la implantación, sino el solo anuncio de un ajuste tipo «schock», modalidad que sólo se conoció muchos días después de su elección. El agotamiento de las reservas internacionales al término del gobierno de Lusinchi fue, por ejemplo, un hecho informativamente tan sobrevenido e increíble que llevó a Cabrujas a preguntarse en uno de sus geniales artículos si en verdad lo que se había agotado no sería la partida para las grapas de las oficinas públicas. Fueron revelaciones del nuevo gobierno que irritaron a la opinión pública.

Cuando vemos el salto en los precios del combustible en el incipiente gobierno de Milei, ya superando el 50 %, podemos concluir que el aumento de la gasolina de febrero de 1989, detonante de El Caracazo, aplicado en dosis de varios céntimos mensuales, resultaba de una gradualidad que hoy pudiéramos considerar compasiva.

Con razón vemos al ex ministro Rodríguez rumiar su indignación y su amargura por las redes cuando describe cómo el plan económico que diseñó y que pudo enderezar el rumbo económico de Venezuela y potenciar su futuro terminó siendo el desencadenador de una gran tragedia. No en balde, Chávez y los jerarcas actuales del chavismo se han jactado de ser hijos del 27 de febrero. Que el pueblo argentino se mantenga alejado de esa senda suicida en la que se extravió Venezuela.

Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar

 

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