Salgo a mediodía y luego de pasar por el centro de votación decido comerme un mondongo con mi mujer. El restaurante es modesto pero la sazón bastante buena. Por suerte encontramos mesa. La satisfacción de sentir que cuando uno vota está eligiendo y que lo que uno decide será respetado es de un valor que no tiene precio. Para bajar la comida, salgo a caminar por las calles y callejones de una zona en donde mis compatriotas han hecho vida y se han asimilado a una dinámica social que les es propia. “Ese edificio nuevo es de venezolanos”, me dice una simpática maracucha, al explicarme que compraron la totalidad de los departamentos. Los fenómenos migratorios son increíbles. Un país que no tenía gente foránea de repente se llena de extranjeros y cambia la cosmovisión de su sociedad… para siempre. Los lugares más herméticos, se han vuelto porosos con la gran ola migratoria de este siglo. Es una dinámica viva que no se detiene. Mientras pienso en estos asuntos, leo las diferentes ofertas de “platos navideños venezolanos” que se ofrecen en los distintos restaurantes.
El techo
Es difícil aceptar la idea de que existe un techo aspiracional del cual no se puede pasar como sociedad. Lejos de ser una postura pesimista, creo que un poco de realidad es necesaria para evitar que terminemos por volar, dado que, en muchas ocasiones, se puede volar en pedazos. Eso es lo que ocurre en conglomerados como el que vengo, en donde se trató de cambiar un modelo de sociedad y se terminó por pulverizar lo que estaba de pie. La necesidad de soñar es propia del ser humano. Lo que cuesta aceptar es que se puede soñar con libertad y actuar con responsabilidad. Asunto serio, la cosa.
Extremos contrapuestos
La idea de construir a partir del extremismo no suele terminar bien. Salvo contadas excepciones, las sociedades se construyen porque las personas se ponen de acuerdo y son capaces de ceder en sus posiciones más radicales. De ahí que todo acuerdo tiende a minimizar los radicalismos y hacer que las personas aterricen al punto medio de la realidad, principio aristotélico que se asomó hace mucho tiempo y sigue vivo y campante como el deseo por el pan recién hecho. Los acuerdos se desarrollan en el contexto de lo institucional y sin instituciones, reina la anarquía y el caos porque es bien sabido que la naturaleza humana propende a lo impensable si no se generan maneras de regular los apetitos de las personas. La mejor de las apuestas que puede hacer un conglomerado es la de fortalecer sus instituciones porque sin las mismas no hay futuro alentador. Lo institucional es la estructura en la cual una sociedad se sostiene y sin instituciones sólidas no construimos sociedades sino entelequias en el aire. ¡Cómo nos gustan las ficciones!
Vota por A vota por B
Frente a una opción radical, salvo excepciones, hay cierto olfato colectivo que induce a los pueblos a creer que una opción es mejor que otra. La sabiduría popular tiene un sentido común que en las sociedades sensatas aflora y en los momentos de máxima incertidumbre, hacen que de manera forzada o por invitación, se pise tierra. De alucinados y mesías estamos hastiados. En lo personal, no puedo deshacerme de cierto nihilismo que arropa mi pensamiento y que me induce a tener cable a tierra de manera permanente. Soy de los que sueña despierto, pero con la calculadora en la mano. Las ideas y la realidad no tienden a acoplarse. Esa premisa, la de sostener que la realidad y las ideas tienden a estar disociadas, no solo ha propendido a guiar mi vida, sino que lejos de cultivar la alocada idea de querer cambiar al mundo, me invita de manera amable a intentar comprenderlo. La fascinación que genera tratar de entender la realidad es un desafío, pero también un fin en sí mismo, por lo tanto, un logro.
El enemigo es “el otro”
Estamos cundidos de recetas grandilocuentes en donde nuestros problemas son generados por “el otro” y no como consecuencia de lo que hacemos. “El otro”, llámese de esa manera por su origen cultural, étnico, religioso o por otras características, tiende a ser el chivo expiatorio al cual le endosamos nuestras miserias. Es una manera fácil y ramplona de asumir un asunto que no queremos aceptar y forma parte de lo más básico del pensamiento dicotómico humano. El “ustedes y nosotros” es de un primitivismo atroz que afortunadamente tiende a coger mínimo en la medida que el tiempo va colocando a las cosas en su lugar. El siglo XXI es un tiempo que promete el retorno a primitivismos que considerábamos ya superados a la par de las invenciones más ambiciosas que podamos imaginar. Esa es la chaqueta de fuerza que nos condiciona. La fascinación por comprender nuestro propio tiempo no sólo es un desafío, también es fuente de gratificación.
Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano.