Carolina Jaimes Branger: La paradoja de la Navidad en tiempos de guerra

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Como me voy a tomar un par de semanas de vacaciones a partir de hoy, quiero desearles felices fiestas a todos y a recordar una historia bonita y trágica, absurda y real, que ocurrió en la Navidad de 1914, durante la Primera Guerra Mundial.

Es particular, sin duda, porque esa guerra fue un conflicto caracterizado por su brutalidad y escala devastadora, y, sin embargo, durante esa noche ocurrió un evento singularmente extraordinario: una tregua. En medio de aquellas trincheras fangosas y el horror que vivían minuto a minuto, soldados alemanes y británicos se unieron brevemente en un espíritu de camaradería, compartiendo momentos de paz y humanidad en un ambiente que previamente había sido inimaginablemente hostil.

Durante la noche del 24 de diciembre de 1914, en varias secciones del frente occidental, los soldados alemanes comenzaron a encender velas y árboles de Navidad en las trincheras. Con el paso de las horas, los cantos navideños llenaron el aire helado y los soldados alemanes comenzaron a mostrar señales de celebración. Sorprendentemente, algunos soldados británicos respondieron con canciones de su propia tradición festiva. A medida que la noche avanzaba, los soldados de ambos bandos comenzaron a intercambiar saludos y mensajes a través de la tierra de nadie, el espacio desolado entre las trincheras enemigas. Lo imposible parecía haberse hecho realidad: había un espíritu de camaradería.

En un acto de audacia, pero quizás más aún, de humanidad, algunos soldados alemanes y británicos se aventuraron a cruzar las líneas enemigas, intercambiando regalos improvisados, como tabaco, comida y recuerdos. Improvisaron partidos de fútbol y entablaron conversaciones amistosas.

Por un breve momento, las barreras de la guerra se derrumbaron y la condición humana prevaleció sobre la animosidad y el odio. Pero a pesar de los momentos de camaradería y paz, la tregua de Navidad fue efímera. Los altos mandos militares de ambos bandos -siempre los altos mandos, los que ordenan a los muchachos a matar y a que los maten, cuando ellos están a buen resguardo- se opusieron firmemente a cualquier forma de confraternización con el enemigo. La guerra debía continuar, y así fue. A medida que los días festivos llegaban a su fin, los soldados regresaron a las trincheras y retomaron el conflicto con renovada determinación. Esta contradicción entre el espíritu de solidaridad y la realidad de la guerra es un recordatorio doloroso de la complejidad de la condición humana en tiempos de conflicto.

La tregua de Navidad se convirtió en un episodio singular, pero no pudo alterar la realidad de la contienda. Es además un poderoso recordatorio de la dualidad humana, no sólo en tiempos de guerra. Mientras que soldados de diferentes nacionalidades compartieron momentos de paz y camaradería, la realidad ineludible de la guerra los empujó de vuelta a sus roles como combatientes. Esta contradicción nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza humana: somos capaces de mostrar bondad y compasión incluso en los momentos más oscuros, pero también somos capaces de los actos más viles, porque pareciéramos estar atrapados en estructuras y sistemas que promueven la violencia y el conflicto. Aquella tregua de 1914 nos recuerda la importancia de buscar la paz y la reconciliación, incluso en medio de la adversidad. Es un llamado para cuestionar las narrativas de odio y, en su lugar, buscar la empatía y la comprensión mutua. Para mí es incomprensible cómo unos muchachos que cantaron, se rieron y jugaron juntos, pocas horas después estaban de nuevo matándose. Nunca entenderé las guerras.

A medida que celebramos la Navidad en tiempos de paz, recordemos también a aquellos que están viviendo guerras. Pensemos en los soldados que encontraron un breve respiro en aquella noche especial, y hagamos todo lo posible para hacer que las que se repitan sean las treguas y no los conflictos.

Hay que evitar a costa de todo que las historias de guerra se repitan.

@cjaimesb

 

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