Antes de referirnos a los estilos de gobernar en un Estado que llamemos Ciudadano, vamos hacer referencia a sus antítesis. Comenzando con el totalitarismo del que se viene hablando desde la mitad de los años veinte primero en Italia con el Estado “totalitario”, para señalar, desde el punto de vista valorativo, las características del estado fascista como opuesto al liberal, que en expresión de Mussolini es cuando un partido gobierna totalmente una nación; luego en la Alemania Nazi donde se prefirió hablar de “Estado Autoritario”, pero con la misma connotación: dictaduras monopartistas, que, implican una forma de dominación; no sólo porque se limitan a destruir las capacidades políticas del hombre, sino porque también destruyen sus relaciones interpersonales, hasta quitarles su propio yo, según Ana Arendt, y según yo.
Quise empezar con el totalitarismo por lo dañino que fue para la humanidad, pero, además, y lo más importante, porque pretende sobrevivir disfrazándose de democracia en este siglo, logrando introducirse a lo chito callado mediante elecciones, lo cual hace que estén presentes tanto en dictaduras hereditarias cerradas como la de Corea del Norte, como en democracias plenas. Donde el partido político de gobierno se alza como único cercenando y reduciendo la capacidad de pensamiento de los ciudadanos; una sola institucionalidad que domina y aplasta cualquier disidencia, ejemplos como la China comunista en regímenes cerrados o en Nicaragua o Venezuela, que se dicen democráticas pero sus prácticas de persecución política, control de los poderes públicos y de la sociedad, dicen lo contrario.
Mientras que el populismo, menos dañino a los efectos de los derechos ciudadanos, pero no en lo que se refiere a la alineación mental. Es un estilo carismático, paternalista, en una relación directa de lideres y seguidores tan fuertes que se habla en nombre del pueblo. Donde existe un convencimiento absoluto, por parte de los seguidores, de que con las cualidades extraordinarias del líder se resolverá todo y creen que, gracias a ellas, a los métodos redistributivos y/o al intercambio clientelar que tienen a nivel sentimental (tanto material como simbólico), conseguirán mejorar su situación personal, o la de su entorno, como nos dice Flavia Freidenberg.
Las américas del sur y centro son la cuna del populismo. Subyacen razones históricas comunes para tal aseveración, las mismas que nos ha dejado inmersos en una profunda pobreza mental y material. Siendo las grandes mayorías desplazadas y empobrecidas el caldo para su cultivo. El líder populista olfatea la debilidad y lo utiliza a su favor no para solucionar sino para manipular.
Es un problema humano, de quienes soportan: humillación, malos tratos, pero luego al presentarse alguien que los pueda reivindicar corren tras él. Lo lamentable es que estos líderes son en su mayoría unos mentirosos, detectan el fenómeno social, se incrustan en el sentimiento de los desplazados, logran el poder y una vez que lo obtienen se olvidan de sus seguidores conforma un grupo palaciego excluyéndolos.
Generalmente el líder populista cuando asume el poder se transforma en un caudillo, y aquí va el otro estilo de gobernar. Figura feudal con características propias: fuertes e imponentes, se erigen como la máxima autoridad que no acepta que nadie se les iguale, y si por error o descuido lo hace, así sea de buena fe, pasa a ser objetivo de guerra, enemigo a vencer.
En Venezuela surge en la colonia cuando los bandoleros aglutinaban sectores empobrecidos para con ellos ir a la búsqueda de fortuna, asaltaban haciendas y se repartían el botín; así los pobres comenzaron a esperarlos. El primer caudillo que se conoció por estas tierras fue el Tirano Aguirre.
Estilo que usó el liderazgo independista y que con el tiempo pasa a la política para ir en la búsqueda del poder y de igual forma: distribuirse el botín, literalmente. El caudillo no tiene adversarios sino enemigos a vencer, aplastar y aniquilar; no tiene aliados sino incondicionales y la relación es de orden y mando, sin discusión.
Grandes caudillos: Páez, Guzmán, Castro, Gómez … Velazco Alvarado, Perón (dejó una larga estela hasta este año 2023 con el triunfo de Milei en Argentina) … al acercamos a la democracia Alfaro, Pérez, más cerca Fujimori, Morales, Correa, Chávez…
Estos estilos no vienen solos. Se presentan con unas prácticas nefastas como son: el clientelismo, la corrupción y el personalismo. Uno muy relacionado con el otro, porque las clientelas son fuente de corrupción en esa arenga de síganme que yo les daré todo. Y ese todo es todo, no es el mismo todo sistémico ¡nooo! es: derroche, dinero, poder, despilfarro… lo cual atenta contra las grandes mayorías diezmadas y empobrecidas.
Demasiado poder enferma y envilece al hombre. Creyendo que son lo máximo, únicos e irrepetibles, adquieren un estilo personalista, que a juicio de Graciela Soriano de García Pelayo es: “(…) el ejercicio “personal” del poder, bien como expresión de la pura voluntad del gobernante únicamente sujeta a su propio arbitrio, bien como consecuencia del ejercicio del poder en el marco de los estados de excepción (…)
Pero, en un estado que se llame Ciudadano, donde la Sociedad tenga el control de las instituciones y del Gobierno, el estilo para dirigir, para llevar el timón… debe ser democrático en el ejercicio de sus valores de respeto, inclusión, reconocimiento, igualdad, libertad… para que sea un todo, un sistema en armonía de sus instituciones.
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