Marcial Fonseca: El clasificado

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En sus tribulaciones, ella recordaba que cuando abandonó su pueblo para venirse a Caracas, se impuso como tarea compenetrarse con la capital y conocer su historia. Que la orientación de la catedral, situada está en la esquina noreste viendo hacia el oeste, era igual que las de Lima, Bogotá o Ciudad de México. Visitando los monumentos públicos aprendió qué era un cenotafio; en un museo botánico, que caracas era una hierba cuyas hojas eran comestibles. Le llamó mucho la atención la costumbre de dar las direcciones con los nombres de las dos esquinas que enmarcaban el inmueble; por lo que había que conocer la capital para moverse con soltura.

Ahora contaba los días de haber terminado con su amante; ya iban diez y sentía que estaba necesitando sus dosis venéreas de la semana; y en verdad que los extrañaba a él y a las sesiones de sexo. Tocaron el timbre; vio por la mirilla, abrió la puerta y simplemente dijo que no compraba nada.

-No soy vendedor -contestó el visitante con una voz impostada.

-Ah, ¿se equivocó de puerta entonces? -contestó ella, y lo hizo porque le gustó el timbre de la voz del supuesto vendedor.

-La verdad que no me equivoqué -pensó que a lo mejor eso era parte del juego y por supuesto, con ese cuerpo, podía jugar todo lo que quisiera.

-Este, este… ¿Quiere tomar algo?; ¿un cafecito, agua? -ofreció ella y sin pensarlo mucho abrió la reja y le franqueó la entrada; él, simplemente estaba esperando que le ofrecieran algo más fuerte.

-Agua está bien -contestó finalmente.

Le sirvió, lo invitó a sentarse en el sofá y continuaron la conversación; y a ella la ausencia de su ex le hizo sentir un vaporón, ¿o sería por la cercanía del visitante? Mientras decíanse cosas insustanciales lo examinaba de arriba abajo; claramente era un buen ejemplar; él buscaba la manera de seguir el juego.

Luego de varios escarceos en el sofá pasaron a la habitación. El hombre, acostumbrado a este comercio se fue directo al baño para que ella se lo lavara y se lo embadurnara con Canestén. La mujer lo siguió, y como lo vio parado frente al lavamanos, infirió que tenía que asearle el enhiesto miembro.

Ella, ya desnuda aunque con sostenes, estaba muy nerviosa.

-No te preocupes por lo de arriba, siempre ustedes dicen que están amantando; por mí no es problema -claramente la mujer no entendió; él recordaba de los mabiles de su juventud que las cortesanas nunca se quitaban la prenda superior y daban esa excusa.

Ella se tendió en la cama; él también… Terminaron, se levantaron y se vistieron.

El hombre se dirigió a la puerta. Aunque ella no era una prostituta, se extrañó de que no estuviera hurgando en su cartera para pagar el servicio. Esto la molestó; quiso zaherirlo.

-¡Epa!, tú, ¿no me vas a pagar?

Ahora el molesto fue él, se dirigió a ella con un dejo de sorpresa.

-Mira, permíteme aclararte que no soy un abusador. Claro que puedo pagarte, pero no me gusta que me engañen como si fuera un niño. Y de paso, no sé por qué lo haces si vas a estar con esta mojigatería.

-No entiendo, ¿qué mojigatería?

-Mira -y le pasó un clasificado-, lo recorté porque lo necesitaba para llegar a aquí… Yo simplemente toqué el timbre, y tú me dejaste entrar.

Ella leyó: Sexo gratis y seguro. Solo sube y toca la puerta; el intercomunicador no funciona. Parque Central… Torre… Apartamento 6-9.Katrina. Las manos le temblaban; esa era su dirección y el único que la llamaba Katrina era su ahora ex; el hijo de puta se estaba vengando; y ahora cómo explicaba al visitante lo fácil que había sido ella.

marcialfonseca@gmail.com – @marcialfonseca

 

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