No existe la Navidad ideal, solo la Navidad que uno decide crear como reflejo de sus valores, deseos, anhelos y tradiciones, Bill McKibben.
Luego de serios intentos, salieron las hallacas. Unas cuantas multisápidas, pero allí están, como simbólico manjar que engloba la transculturación en un laborioso tamal, o pastel, que viene tan cargado de atavismos que en todos los hogares se escucha la melancólica expresión: «La hallaca más sabrosa es la de mi mamá». Autóctona su masa, en tanto que sus adornos nos vienen hoy, como desde los tiempos de Bartolomé de las Casas, de la madre patria, su envoltorio podemos verlo tanto en África como en Asia, en fin, la conjunción de razas se vuelca en un manjar antropológico que nos dice que… llegó la Navidad.
Pues sí, aún sin comprar los “estrenos” y sin visitar los centros comerciales, aún sin escuchar las gaitas y habiendo olvidado los extraordinarios mensajes de todos los canales de aquella T.V que nos invitaban a ponderarlos…
Si, la Navidad llegó, hizo su entrada no con una estrella en el firmamento, sino con la indeleble tinta que marcó la determinación de la gran mayoría de los venezolanos que anhelan y merecen un país mejor. La gran mayoria de venezolanos la empezó a iluminar el 22/10, y la decretó el 3/12.
Si bien desde hace muchos años la inseguridad acabó con las patinatas de madrugada y resulta casi milagroso encontrar una misa de aguinaldo acompañada del rocío; si los aguinaldos y villancicos fueron arrollados por las gaitas, y éstas apenas se escuchan. Ahora es tiempo de cambiar los Khalasnikof por Winchesters… ojo! Nos referimos a aquellas maravillas metálicas que con una tapita roja resquebrajaban la bucólica madrugada valenciana…
La invitación es a ponernos los patines, los que harán rodar la esperanza y la voluntad, pues la reconstrucción de nuestro país debe ser TOTAL. De lo económico a lo político y de allí a lo social, dando mayor importancia a la golpeada moral.
La Navidad, más allá del significado religioso, es la fiesta de la inocencia, de la bondad, de la profunda amistad, de todos aquellos sentimientos en los que debemos perseverar día a día. No permitamos que la enturbien. Todo lo contrario. Llegó con lágrimas alegres para esos dignos seres que lograron su libertad.
Sin embargo, digamos no con ritmo de “Verde Clarita”, o si prefiere con la suavidad de un villancico o la contundencia de una gaita, un no rotundo y al unísono a esa perversa y dañina anticultura del hostigamiento, de las complejas truculencias e insultos y de la humillación del “Grinch Tropical” que se empeña en imponerse en nuestra sociedad.
La Navidad, de acuerdo a nuestra tradición, es época de nacimiento… Que tal el nacimiento de la conciencia con verdadera responsabilidad social, de la tolerancia y la comprensión. Y qué tal si nos damos cuenta de que no somos el epicentro de las desgracias; que resulta conveniente que nos percatemos de nuestras limitaciones y que reconozcamos nuestras múltiples equivocaciones, que nos convierten en falibles y, en ocasiones, en temerarios.
Por los momentos, se requiere más que una tregua, un espacio que nos permita dejar de pensar tan sólo en horizontes inalcanzables; dejar de quejarnos de las tropelías del régimen y de preocuparnos por las carencias de la salud de una Nación que anhela un espacio para la paz y la reconciliación. Que en esta Navidad que llegó, renazca todo lo bueno; que renazca lo mejor de cada uno de nosotros y la luz de la esperanza se transforme en una maravillosa realidad. Sólo nos queda pedir a Dios que en este nuevo año que está cerquita, ilumine el camino que nos habrá de llevar a la solución de la crisis más profunda jamás vivida en nuestro país.