Paul Krugman: Cuidado con los economistas que se niegan a admitir que estaban equivocados

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Desde el punto de vista económico, 2023 pasará al libro de los récords como uno de los mejores años de la historia: un año en el que la inflación bajó a un ritmo asombrosamente rápido y sin costes visibles, desafiando las predicciones de muchos economistas de que la desinflación requeriría años de desempleo elevado.

Al menos hasta ahora, la opinión pública no parece dispuesta a creer las buenas noticias ni a reconocerle ningún mérito al Gobierno de Biden. Pero esta columna no gira en torno a la brecha aparente entre las percepciones de los votantes y la realidad, sino que trata más bien de algunos economistas y funcionarios influyentes que no están dispuestos a aceptar el hecho de que no tenían razón.

¿Por qué debería importarnos? La cuestión no es ganar puntos personales, aunque soy un firme defensor de que uno debe reconocer los errores del pasado, porque así es como uno aprende, y además es bueno para el alma. Lo que me preocupa es que si nos aferramos a una visión de la economía que ha sido refutada por los acontecimientos recientes es más probable que metamos la pata y sometamos la economía a una recesión que ahora resulta que no necesitábamos, ni necesitamos, para controlar la inflación.

¿Hasta qué punto ha sido espectacular el comportamiento de la economía? En marzo, el comité de la Reserva Federal que establece la política monetaria seguía pronosticando que acabaríamos este año con una tasa de desempleo del 4,5% y con el indicador favorito de la Reserva Federal, la inflación “subyacente”, en el 3,6%. La semana pasada, el mismo grupo preveía para finales de año un desempleo de solo el 3,8% y una inflación subyacente de solo el 3,2%. Pero, de hecho, las noticias son aún mejores, porque esa última cifra es la inflación para el año en su conjunto; a lo largo de los seis meses que terminaron en octubre, la inflación subyacente fue del 2,5%, y la mayoría de los analistas a los que sigo creen que cuando lleguen los datos de noviembre a finales de esta semana, mostrarán una inflación en torno al 2%, que es el objetivo a largo plazo de la Reserva Federal. Aterrizaje suave conseguido.

¿Cómo hemos sido capaces de hacerlo? La respuesta parece bastante clara. Los economistas que sostenían que el repunte de la inflación en 2021-22 era “transitorio”, impulsado por las perturbaciones causadas por la pandemia de covid y la invasión rusa de Ucrania, estaban, al parecer, en lo cierto, pero esas perturbaciones fueron mayores y más duraderas de lo que casi nadie imaginaba, por lo que “transitorio” terminó significando años en lugar de meses. Lo que ha sucedido en 2023 es que la economía ha resuelto finalmente sus problemas pospandémicos, como las interrupciones de la cadena de suministro y el desajuste entre las ofertas de empleo y los trabajadores desempleados.

No se trata de una conjetura casual. Un aumento del empleo sumado a una caída de la inflación es exactamente lo que cabría esperar en una economía con unas cadenas de suministro mejoradas. También es lo que observamos cuando examinamos en detalle la economía: los sectores de mayor crecimiento han registrado los descensos más acusados de la inflación. Y los modelos estadísticos de inflación que incluyen indicadores sobre la cadena de suministro siguen la evolución de la inflación en los últimos años más de cerca que los modelos más convencionales.

Pero muchos de los economistas que pecaron de un exceso de pesimismo respecto a la inflación –sobre todo Larry Summers, aunque no es el único– siguen reacios a aceptar lo evidente. Al contrario, sostienen que el mérito de la desinflación hay que atribuírselo a la Reserva, que empezó a subir los tipos de interés drásticamente en 2022.

La pregunta es de qué manera se supone que eso ha funcionado. El argumento pesimista original era que la Reserva Federal necesitaba crear mucho desempleo para reducir la inflación. Hasta donde yo sé, el argumento actual es que, al actuar con dureza, la Reserva Federal convenció a la gente de que la inflación bajaría, y que esto fue una profecía autocumplida.

Que yo sepa, no hay absolutamente nada que pruebe esta afirmación. Aunque los mercados financieros presten mucha atención a las declaraciones de la Reserva Federal, los productores y los trabajadores, que establecen los precios y los salarios, no lo hacen; basan sus decisiones en lo que ven a su alrededor.

Aquí percibimos algunos ecos históricos. Hace aproximadamente una década, algunos economistas y responsables políticos insistían en que, si se recortaba el gasto público, se aumentaría el empleo, al propiciar una mayor inversión; yo me burlé de este punto de vista, que resultó ser totalmente erróneo, refiriéndome a él como fe en el Hada de la Confianza. Lo que estamos viendo ahora podría denominarse fe en el Hada de la Credibilidad.

Que quede claro que no culpo a la Reserva Federal por haber subido los tipos con anterioridad. El año pasado no sabíamos que la historia de la inflación terminaría tan bien, y para ser justos, las subidas de tipos no han provocado, de hecho, una recesión, al menos hasta ahora.

Lo que me preocupa es el futuro. En general, los mismos que erraron en su pesimismo respecto a la desinflación advierten ahora a la Reserva Federal de que no baje los tipos de interés rápidamente. ¿Por qué? Bueno, si uno cree que cualquier aumento de la inflación será muy difícil de revertir, y cree también que la percepción de firmeza por parte de la Reserva fue crucial para hacer que la inflación descendiera, supongo que estará dispuesto a correr grandes riesgos de recesión para preservar la credibilidad de la Reserva a la hora de luchar contra la inflación. Pero ninguna de las dos creencias está respaldada por la evidencia.

¿Se ha ganado definitivamente la guerra contra la inflación? No. Pero la recesión parece un riesgo mayor que el repunte de la inflación. Y me preocupa que este riesgo aumente si los responsables políticos escuchan a personas que se resisten a admitir que se equivocaron respecto a la inflación y se aferran a una teoría falsa sobre cómo hemos logrado que baje.

 

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