La atención mediática se desplaza hacia otro foco potencial de conflicto internacional, derivado de la operación de destrucción israelí de Gaza y muerte masiva de los palestinos. El arsenal compasivo de las primeras semanas se agota o se asfixia por la prohibición israelí de ingresar en la franja, la extinción paulatina pero inexorable de los periodistas palestinos que trabajaban para los medios externos y la fatiga habitual en las coberturas bélicas. Las crónicas del dolor humano empiezan a diluirse en relatos rutinarios y repetitivos de hipócritas negociaciones diplomáticas, consistentes en blanquear las muertes y el sufrimiento, justificar las políticas criminales y alertar de otros peligros “mayores”.
Talón de Aquiles marítimo
Uno de esos peligros es el estrangulamiento del comercio internacional en la estrategia arteria del Mar Rojo. Por ese segmento de la ruta entre Asia y Europa transita el 30% del comercio mundial, 7 millones de barriles de petróleo y 125 millones de metros cúbicos de gas diarios. Un grupo armado yemení, irrelevante hace apenas doce años, los houthis, pertenecientes a la secta local del credo chií (los zadíes), son aliados de Irán. De este país han obtenido armas, apoyo logístico y económico y orientación estratégica para desafiar -y en la práctica, derrotar- a las petromonarquías del Golfo Pérsico aliadas de Occidente. Tras una década de guerra brutal, los houthis se han convertido en la principal fuerza política y militar del Yemen, con capacidad para controlar el estrecho de Bab el Mandeb, enclave a través del cual el Océano Índico se convierte en el Mar Rojo.
Desde sus posiciones consolidadas en la costa yemení, estos combatientes han decidido dar réplica al aniquilamiento de Gaza, atacando con drones y misiles balísticos y de crucero a los barcos que transportan mercancías con destino a Israel. Lo cual no quiere decir que los objetivos sean propiamente barcos israelíes, debido a la intrincada identificación de los navíos mercantes en el tráfico marítimo internacional. En realidad, los houthis afirman extender su campaña a todos los Estados que ayudan, en cualquiera de sus formas, a los “sionistas”. Es decir, que el enemigo es buena parte del comercio internacional (1).
Y aquí es donde la inquietud o el malestar occidental por la masacre de Gaza se convierten en verdadera preocupación y exigen una actuación inmediata. Estados Unidos ha reorientado su despliegue militar en la zona, reforzado desde mediados de octubre, e intenta ampliarlo aún más con la creación de una de sus habituales “coaliciones internacionales”, para combatir a los díscolos houthis y “proteger la libertad de navegación y comercio” en el Mar Rojo.
No hay garantías, sin embargo, de que esta impresionante maquinaria militar vaya a conseguir resultados factibles o completos; de ahí que las principales navieras hayan suspendido sus rutas por esa arteria y activado las más larga y costosa, que se dirige hacia el sur de África, bordea el Cabo de Nueva Esperanza y toma rumbo norte hacia las costas europeas: es decir, la ancestral ruta marítima previa a la construcción del Canal de Suez enclave septentrional en el que resuelve el Mar Rojo antes de encontrarse con el Mediterráneo.
El analista militar Bruce Jones, de la Institución norteamericana Brookings, ha sintetizado para el gran público las tres opciones que EEUU tiene para “combatir los ataques houthis” (2). La primera es eludir el problema; es decir, cambiar la ruta, en el sentido que se ha mencionado más arriba. La segunda, atacar las bases de drones y misiles de los houthis. De hecho ya se está haciendo. Pero el éxito completo se antoja esquivo: si la acción militar se intensifica, no les sería difícil a los combatientes yemeníes ocultar su arsenal. Además, Irán tiene capacidad para reponerlo en tiempo no demasiado dilatado (3).
La tercera opción sería ampliar la “coalición”, lo cual tampoco parece muy venturoso. De hecho, ya han aparecido las primeras tensiones a causa de esta operación bautizada como “Guardian de la Prosperidad”. Algunos socios de Estados Unidos prefieren guardarse su panoplia para otros frentes más cercanos: los alemanes, el Báltico; los australianos, el Pacífico occidental. Otros no han mostrado especial disposición (caso de España, con las fricciones conveniente aireadas y exageradas por nuestros medios conservadores).
Cada uno de los renuentes tiene sus motivos, ya sea de política interna, de capacidad logística o de prioridad estratégica, pero el caso es que la proclamada “coalición internacional” tiene poco de coalición y su apelativo internacional se reduce al núcleo duro de los aliados de Norteamérica, O de países como Francia, con base propia en Djibuti, que tiene una motivación estratégica y de prestigio, muy lesionado éste tras su humillante retirada del Sahel.
Una carnicería casi olvidada
Pero mientras estas escaramuzas bélicas alteran la navegación en el Mar Rojo, otra guerra más terrible y mortífera se desarrolla y recrudece tierra adentro de la orilla occidental, en Sudán. Este país (en parte, la Nubia del antiguo Egipto faraónico) tiene salida al Mar Rojo y un puerto clave para su economía en la localidad de Port Sudán. Desde abril de este año, dos facciones militares, la del Ejército oficial (SFA: Fuerzas armadas de Sudán) y la de los mercenarios de unas fuerzas especiales (RSF: Fuerzas de Apoyo rápido) están combatiendo a muerte y hundiendo al país en una pavorosa situación. Los muertos superan ya los diez mil. Casi siete millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares y la gran mayoría se encuentra en situación de lo que la ONU denominada “inseguridad alimentaria extrema”: o, sea, hambre (4).
Esta enésima guerra africana tiene poco o nada que ver con valores o disputas ideológicas. Responde, en realidad, a una lucha de ambiciones entre dos facciones militares que pretenden apropiarse del botín. Ambas fueron aliadas en la destitución del general proislamista Omar Bashir, un enemigo de Occidente desde que decidiera amparar a Osama Bin Laden a finales de los años noventa. Mantuvieron esa alianza para inutilizar al débil gobierno civil de transición, al que Occidente no se molestó en respaldar de forma eficaz, convencido de que una solución militar provisional podría ser más efectiva para conjurar el potencial regreso de los islamistas. Al final, el corral resultó demasiado estrecho para los dos gallos de pelea: el comandante en jefe del Ejército y presidente de facto, Abdel-Fattah Al-Burhan, y el líder de los mercenarios, general Mohamed Hamdan (aunque todos lo conocen por su apodo: Hemeti)
Pero, como es también norma en África, hay agentes externos implicados a fondo en la guerra. A Burhan lo apoya Egipto y; mientras que Hemeti está respaldado activamente por los Emiratos árabes y, lo que es más perturbador para Occidente, las milicias Wagner rusas. Con el paso de los meses, Sudán se parece cada vez más a Libia: otro monumento de la incompetencia occidental en África. Se acaba con un “dictador” enemigo y la única opción que termina imponiéndose es un caos de militares corruptos, milicias irregulares o mercenarios; al cabo, todos ellos matones por igual. Las potencias regionales medias los manipulan o se sirven de ellos, permitiéndoles el aprovechamiento del botín más inmediato (5).
En este caso, Burhan, que se ha ido debilitando en los combates y perdido el control de la capital, Jartum, conserva el control del país agrario útil y el control de la ciudad portuaria de Port Sudán. Hemeti se ha hecho fuerte en torno a las minas de oro del oeste del país y está haciendo estragos en la región de Darfur, donde hace veinte años unas milicias antecesoras a las RSF (las de los Janjavid o jinetes) protagonizaron un genocidio de las tribus negras (no árabes) locales (6).
Las informaciones que nos llegan dificultosamente del país indican que se esta produciendo una segunda edición de aquellas matanzas de 2003, que tanta emoción provocaron en Estados Unidos, con la movilización de celebridades como Georges Clooney y otras.
Después de haber perdido el acceso seguro al Mar Rojo por su orilla oriental, la yemení, a los Emiratos les resultaría de gran valor que su aliado en la guerra del otro lado venciera a su enemigo y se hiciera con el control de Port-Sudán. Tal eventualidad, reactivaría la guerra en Yemen, con el objetivo de derrotar a los rebeldes houthis.
Washington se encuentra atrapado en esta red de contradicciones operativas y alianzas cada vez sometidas a mayor tensión y menor control. La Casa Blanca no parece capaz de embridar los intereses emiratíes. Como ya ocurriera en la guerra interna de Yemen, las urgencias de sus aliados regionales escapan parcialmente a su control, porque contravenirlas sin más pondría en peligro la estrategia mayor, que es el debilitamiento de Irán en la zona (7).
De todo lo apretadamente expuesto se deduce que en la zona hay en el momento presente varias guerras solapadas: la muy desigual y sangrienta en Gaza; la insidiosa y contenida en el Mar Rojo; y una tercera, brutal, despiadada y parcialmente subsidiaria en Sudán. A las que habría que sumar las dos latentes de Israel contra otros dos aliados de Irán: las milicias chiíes libanesas de Hezbollah y el régimen sirio.
Si la administración Biden se creía hace apenas tres meses descargada de apremiantes “obligaciones” en Oriente Medio, la realidad de los conflictos podridos le ha devuelto a la cruda realidad.
Notas
(1) “Rising pressure on Red Sea transit”. NOAM RAYDA. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 22 de diciembre.
(2) “The West’s 3 options to combat the Houthis attacks”. BRUCE JONES. FOREIGN POLICY, 20 de diciembre.
(3) “Comment les houthistes ont développé leurs capacités militaires au Yemen”. COURRIER INTERNATIONAL, 20 de diciembre.
(4) “Sudan’s civil war triggers an ‘unimaginable humanitarian crisis’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre.
(5) “The War the World forgot”. ALEX DE WAALD y ABDUL MOHAMMED. THE NEW YORK TIMES, 4 de diciembre.
(6) “A genocidal militia is winning the war in Sudan”. THE ECONOMIST, 16 de noviembre
(7) “Washington tries to correct course on Sudan’s civil war”. ROBBIE GRAMER.FOREIGN POLICY, 20 de diciembre.