Hilde Sánchez Morales y Esteban Ceca Magán: justicia y equidad

Compartir

 

La Organización Internacional del Trabajo en el “Informe Mundial sobre Salarios 2022/2023” [1] constató ya que los salarios y el poder adquisitivo de los hogares experimentarían un menoscabo notable en dicho bienio. Fundamentalmente a consecuencia de la Covid-19 y por el incremento de la inflación.

Dicho Informe añadía que se encontrarían particularmente afectados de este modo tan negativo las clases medias y los sectores sociales con ingresos más bajos. Generándose con todo ello un aumento de las desigualdades sociales a nivel planetario.

A cuanto antecede, a modo de conclusiones del mencionado Informe de la OIT, su Director General, el togolés Gilbert F. Houngbo, manifestó cuanto sigue: “la desigualdad de ingresos y la pobreza aumentarán si no se mantiene el poder adquisitivo de los peor pagados. Además -añadía- podría ponerse en peligro la tan necesaria recuperación tras la pandemia. Pudiendo esto alimentar un mayor malestar social en todo el mundo y socavar el objetivo de lograr la prosperidad y la paz para todos”.

Indudablemente se trata de unas muy adecuadas y hasta loables palabras, no exentas de los mejores deseos, pero la cruda realidad se ha impuesto, quizá en contra de esa legítima aspiración.

Así, concluido ya 2023, podemos afirmar sin temor a error, que las desigualdades sociales se han acrecentado a nivel planetario; con no sólo más ricos que nunca y más personas vulnerables y plenamente adentradas en la más absoluta pobreza, sino porque las medidas propuestas y ejecutadas por este Organismo Internacional, como las de otros, carecen, al menos a corto plazo, de una eficacia que debería resultar consustancial y cumplible, a tenor de su propio objeto social fundacional.

Nadie duda de la capacidad del actual 11° Director General de la OIT, el citado señor Houngbo; como tampoco de su impecable y persistente proceder en pro de las personas más vulnerables, partiendo de su experiencia en cuestiones políticas, desarrollo económico, diplomacia y gestión financiera, pero no es menos cierto que desde que se crease la Organización Internacional del Trabajo en el año 1919 (hace ya más de un siglo), en el marco de las negociaciones del Tratado de Versalles, poco se ha conseguido avanzar en este concreto ámbito de las desigualdades sociales en general, y en el campo de la igualdad de oportunidades laborales en particular.

Por su parte, Oxfam Intermón[2], Confederación no gubernamental, que trabaja actualmente en 90 países, en pro del equilibrio igualitario entre todos los seres humanos, para que puedan tener los mismos derechos y oportunidades para prosperar, y no sólo para sobrevivir, alertó hace ya varios años sobre esta cruda realidad, que ahora ratifica la OIT. Sirvan de ejemplo -según anunciaron- estos datos escalofriantes: 1° Que la riqueza de las personas más adineradas del mundo (2755 millonarios), se había incrementado más durante el periodo pandémico que en los 15 años precedentes. 2° Que al menos 21300 personas morían diariamente de hambre. 3° Que la falta de acceso a servicios básicos, fundamentalmente sanitarios, igualmente producía 5,6 millones de fallecimientos diarios. 4° Que las consecuencias del cambio climático y/o la violencia de género ocasionaban, acumulativa y anualmente, que 67.000 mujeres perdieran la vida como consecuencia de mutilaciones genitales o asesinadas por sus parejas y exparejas. Y, 5° Que tan sólo el 1% de las vacunas contra la epidemia del virus de la Covid-19 llegaron a los países de renta baja.

Tras esta descripción, es palmario que los Organismos Internacionales fallan. No funcionando adecuadamente. Se ha hecho bastante. Y se sigue en la línea correcta. Pero falta mucho por conseguirse. Ni Naciones Unidas (ONU), ni la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO), ni el Fondo Monetario Internacional (FMI), ni el Banco Mundial, ni el Consejo de Europa, ni la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni la Organización Internacional del Trabajo (OIT), como tampoco el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), u otros Órganos que podríamos citar, son capaces de establecer unas bases mínimas igualitarias para un mundo globalizado en el que hoy habitamos unos 7888 millones de personas, según el último censo de población mundial de 2021.

Esto, y cuanto antes hemos reseñado, ha conducido según el Banco Mundial[3] a que, si bien 2022 fue un año marcado por la incertidumbre, 2023 lo ha sido por la desigualdad. Todo ello, porque son los países más pobres los más afectados, debido a que su sobreendeudamiento financiero conlleva una mayor escasez de recursos, al tiempo que el trabajo resulta una lamentable quimera para la mayoría de su población. De hecho, es constatable que, aunque la pobreza extrema ha disminuido en los denominados países “de ingreso mediano”, los más pobres y frágiles están peor que antes de la pandemia.

Y a cuanto antecede, no menos importancia tiene en este análisis poblacional y de pobreza extrema, referirnos a lo relativo a la crisis de los refugiados. Pues según la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR)[4], con datos publicados hace sólo unos meses, el 14 de julio de 2023, más de 108 millones de personas se han visto obligados a huir de sus habituales lugares de residencia. Infinitamente muchos más de los que en el año 1950 justificaron que las Naciones Unidas creasen esta Oficina, precisamente a raíz de las devastadoras consecuencias de la Segunda Guerra mundial, con el propósito de ayudar a millones de personas que perdieron su hogar. Entonces, unos 50 millones de seres humanos. Hoy, 108 millones. Lo que justifica sobradamente que ACNUR prosiga en sus fines. Ayudando a encontrar un refugio a esa ingente multitud de personas. De las cuales, 35,3 millones son refugiados propiamente dichos; 62,5 millones, desplazados internos y forzosos, de un lugar a otro de su mismo país a consecuencia de conflictos y violencias de todo tipo; existiendo 5,4 millones de solicitantes de asilo. Una auténtica tragedia que ha forzado, como hemos dicho, a que ACNUR, pensada inicialmente para una duración de un máximo de 3 años, lleve actuando, y crecientemente, durante ya 74 años. Incluyendo entre sus nuevos fines la ayuda ofrecida a todos los apátridas y a quienes por cualquier causa les es denegada una nacionalidad o residencia.

Y si de ACNUR pasamos a otros órganos internacionales, tales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, no es menor la importancia que merecen y poseen en lo atinente a tratar de encauzar todo tipo de recursos para llegar a esa cuasi utopía de un planeta sin pobreza.

En octubre de 2023, en sendas reuniones del Grupo Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, se trató de dar un firme paso adelante, frente al aumento de la pobreza. Aún resuenan las palabras de Ajay Banga, hindú y norteamericano, actual Presidente del Banco Mundial, asumiendo el compromiso (a modo de síntesis y desde una perspectiva holística del problema), de “crear un mundo sin pobreza, en un planeta habitable”. Esperemos que ello se materialice y cuanto antes en hechos reales y tangibles. Porque no debemos perder la esperanza. No en vano, meses antes de esta efeméride, en enero de 2023,  se celebró en la localidad suiza de Davos, la reunión del conocido como “Foro Económico Mundial” (World Economic Forum), donde los principales líderes políticos y empresariales del mundo, al tiempo que analizaron temas tan importantes como el cambio climático, el calentamiento global del planeta, la recesión económica, la crisis del coste de la vida y la guerra de Ucrania, se preocuparon también del hambre en el mundo y del diagnóstico certero de lo que actualmente sucede y que venimos analizando en este artículo.

A estos efectos, uno de los Informes del Foro de Davos señala certeramente cuanto sigue: “la inflación continúa impulsada por la oferta y podría conducir a la estanflación, cuyas consecuencias socioeconómicas podrían ser graves, dada la interacción sin precedentes con niveles altísimos de deuda. La fragmentación económica mundial, las tensiones geopolíticas y una reestructuración más difícil podrían contribuir a la angustia generalizada de la deuda en los próximos 10 años”. Añadiendo dicho Informe que: “la tecnología exacerbará las desigualdades”. Y concluyendo con que “las crisis de alimentos, combustibles y costes exacerbarán la vulnerabilidad social, mientras que la disminución de las inversiones en desarrollo humano erosiona la resiliencia futura”.

El diagnóstico es, pues, claro y preciso. No admitiendo duda: si no se produce un cambio de tendencia, el Foro de Davos augura un incremento de la vulnerabilidad y por ende de las desigualdades para un cada vez mayor porcentaje de la población mundial; a la par que la merma de las inversiones en desarrollo humano, lo que violentaría la capacidad de resiliencia de los millones de personas afectadas por tan cruel situación.

Debemos, por tanto, preguntarnos ¿qué propuestas concretas deberían acometerse para vencer o al menos mitigar lo antedicho?

Y consideramos básicas, estas 6, siguiendo los criterios de Oxfam Intermon: 1. ª Invertir en cooperación y desarrollo, con ayudas focalizadas hacia los países necesitados, destinando más recursos o estableciendo nuevas vías para donaciones y aportaciones, que realmente lleguen a la población. 2. ª Garantizar la protección de los civiles en emergencias humanitarias (particularmente en las guerras). 3. ª Mejorar los accesos a los recursos públicos básicos y garantizar, desde los gobiernos, su calidad. 4. ª Contribuir a la mejora del medio ambiente. 5. ª Reducir las brechas salariales, puesto que son la principal fuente de pobreza y marginación social, a la par que avanzar en favor de la igualdad laboral entre hombres y mujeres. Y, 6. ª Crear de sistemas fiscales justos, fortaleciendo medidas de lucha contra la corrupción y la falta de transparencia.

Sobre esta última cuestión, recordemos que, con causa en la Covid-19 y con la finalidad de pagar más impuestos por la pandemia, el grupo “Millonarios por la Humanidad‘, integrado por 83 personas, entre ellas, Abigail Disney, heredera del imperio cinematográfico Disney, Jerry Greenfield, cofundador de Ben & Jerry, o Morris Pearl, exdirector gerente de BlackRock, junto con otros millonarios alemanes, británicos, holandeses y canadienses, firmaron una significativa carta en la que manifestaban:

“Tenemos dinero, mucho. Dinero que se necesita desesperadamente ahora y seguirá siendo necesario en los próximos años, a medida que nuestro mundo se recupere de esta crisis”…

Destacando en su misiva al mundo que la solución no estaba en la caridad, sino en que los líderes políticos asumieran el compromiso y la responsabilidad de recaudar fondos y asegurarse de que su destino se empleara con estrictos criterios de “justicia y equidad”[5].

Notas:

[1] Véase, https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_862574.pdf

[2] Véase, https://www.oxfam.org/es/cinco-datos-escandalosos-sobre-la-desigualdad-extrema-global-y-como-combatirla

[3] Véase, https://www.bancomundial.org/es/news/feature/2023/12/18/2023-in-nine-charts-a-growing-inequality

[4] Véase, https://www.acnur.org/datos-basicos

[5] Véase, https://millionairesforhumanity.org/about/

 

Traducción »