La escalada militar en Oriente Medio ha subido varios grados. Los cien días del aniquilamiento de Gaza quedan atrás y el final no se avista próximo, por ahora. El interés por la franja disminuye para hacer sitio a los otros frentes. El más caliente parece ser el del Mar Rojo. Aunque genera menos sufrimiento humano, supone una amenaza para los grandes intereses comerciales del mundo, y eso pesa más que las vidas de las personas, se quiera o no reconocer públicamente.
Estados Unidos ha decidido castigar a los milicianos hutíes de Yemen en represalia por los ataques a navíos mercantes (israelíes o no) en el Mar del Rojo, en su camino a Suez y el Mediterráneo, procedentes de Asia y con destino a Europa. Se saben, por repetidas, las cifras de esa ruta que garantiza la savia del capitalismo mercantil: más del 10% del comercio mundial y una tercera parte de todo el volumen de mercancías transportadas en grandes contenedores.
La peculiaridad de los hutíes yemeníes
El temor a un impacto económico severo, cuando a duras penas se había salido de un ciclo de crisis sucesivas, había provocado un cierto pánico en los mercados. En las últimas semanas se anunciaba una exhibición de fuerza como ésta para obligar a los hutíes a arrugarse.
En todo caso, no deberían considerarse estos episodios bélicos como una “guerra”. La superioridad estadounidense es tan abismal que las aparentes ventajas tácticas de los milicianos no resistirían una ofensiva enemiga en toda regla. Lo que está haciendo el Pentágono es restaurar la credibilidad de una disuasión (deterrement) debilitada en los últimos tiempos. Tarde o temprano, podrán imponer la seguridad en el Mar Rojo sin quedar atrapados en un conflicto mayor. Pero, como suele ocurrir en estos casos, el control de la escalada no está garantizada. La principal baza de EE.UU es que los protegidos de Irán sientan como real el peligro a ser aniquilados. No parece que hayan llegado a ese punto.
Alexandra Stark, especialista en Yemen de la RAND Corporation, thinktank financiado por el Pentágono y compañías ligadas a intereses armamentísticos, recomendaba días antes de la operación contra los hutíes que Washington no recurriera a la respuesta militar. Tras repasar en detalle el historial político y militar de la milicia yemení, Sharp advertía que su eliminación exigiría un esfuerzo enorme, debido a las condiciones geopolíticas que han favorecido su auge. Y concluía su análisis con una recomendación un tanto ingenua para alguien de su condición: Washington debería dedicarse a tratar de poner fin a la guerra de Gaza y no a poner orden a bombazos en el Mar Rojo. Es obvio que no la han escuchado (1).
Nadie sabe con certeza la estrategia de estos combatientes endurecidos por una guerra feroz en su país, en la que parecían presa fácil de las petromonarquías saudí y emiratí, armadas y ayudadas logísticamente por EE.UU. Pero ganaron. No hay paz como tal, pero el acuerdo de alto el fuego se mantiene y los hutíes han consolidado sus posiciones en el país. Los reinos del Golfo no tienen voluntad alguna de volver a guerrear. Arabia Saudí y Emiratos no solo salieron escaldados de su intervención en Yemen, sino que terminaron apoyando a fuerzas opuestas cuando la situación degeneró en el caos. El ambiente actual en Riad lo resumía un editorial de un oficioso diario de la capital: “los hutíes ya no son un problema saudí” (2). Por eso no es casual que desde Arabia se pida contención a Washington en el Mar Rojo. Pero la administración norteamericana se arroga responsabilidades globales que desbordan el equilibrio de fuerzas en la región. Para reforzar políticamente sus represalias militares, Washington ha vuelto a incluir a los hutíes en la lista de organizaciones terroristas, un comodín que usa a su conveniencia en su particular división del mundo en buenos y malos.
El papel limitado de Irán
El mundo árabe, en efecto, juega un papel secundario en esta crisis (y en otras recientes). En parte, por su impotencia tradicional, pero también por un proceso de normalización, de aceptación de una realidad incontrovertible. Arabia no se ha sumado aún a los acuerdos Abraham (reconciliación con Israel), pero se trata de una contención táctica. En su pretensión de ejercer un tipo de liderazgo espiritual o moral de la comunidad sunní, ese paso requería de aparentes concesiones israelíes, que ahora parecen más lejanas que nunca.
Estados Unidos, con su respuesta militar al desafío de los hutíes, no sólo “protege” el sacrosanto comercio internacional; también demuestra con hechos que sus consejos de moderación a Israel son poco más que ejercicios de relaciones públicas con un sector de su electorado y un obligado cumplimiento de los compromisos de defensa hacia su aliado estratégico en la región. Las “guerras” de EEUU en Oriente Medio han tenido casi siempre ese cariz indirecto, de intervención calculada para impedir una alteración sustancial del tablero. Con dos excepciones: el desquiciado aventurerismo en Irak, que provocó la destrucción de un Estado más que un cambio de régimen, y consecuencia de ello, el obligado despliegue militar posterior para atajar la emergencia del Daesh, el único actor que llegó a poner en riesgo la pax americana en la zona.
Los hutíes no llegarán a tanto, a pesar del apoyo militar, en armas, logística y adiestramiento, que les brinda la Guardia Revolucionaria, unidad de élite del régimen iraní (4). Pero estas milicias son ahora un elemento perturbador, y no sólo para la “libertad de navegación”. La crisis del Mar Rojo es también un factor más en la rivalidad entre Israel e Irán. No es el único. Irán ha atacado lo que considera “centros de espionaje israelí” en enclaves hostiles de Irak y Siria. Se trata de operaciones de represalia por el atentado cometido en una localidad iraní de Kerman hace dos semanas, que se atribuyeron los extremistas sunníes del Daesh, aunque el régimen cree ver la mano oculta del estado judío. Por una cuestión de prestigio, Teherán no podía delegar por completo la respuesta a la actuación israelí en Gaza en sus protegidos regionales. Esta tensión podría llegar a un punto límite si la República islámica consigue dotarse del arma nuclear: está a sólo unas semanas de hacerlo, según estimaciones de la Agencia de Energía Atómica (3).
Los ayatollahs son conscientes de que está en juego la supervivencia de su sistema social, político y económico. Ciertamente, mueven sus peores doctrinarios, pero no han creado las condiciones que motivan la rebeldía de sus protegidos. Irán no se ha inventado el tutelaje militar israelí sobre el Líbano, ni ha provocado el fracaso de este país multiconfesional, corroído por la corrupción, incluso cuando se la bendecía desde Occidente como la “Suiza de Oriente Medio”. Tampoco los santones chiíes iraníes construyeron el represivo régimen sirio, aunque lo hayan apoyado con entusiasmo por conveniencia. Ni crearon el “problema” del Yemen, que se remonta a la fallida descolonización de los años veinte del siglo pasado y a las rivalidades regionales interárabes. Irán se ha beneficiado de una crisis sistémica regional, no ha sido su causa.
Las paradójicas alianzas de Hamas
Algo similar ha ocurrido con el drama palestino. Para que la principal milicia de una población que es sunní prácticamente en su totalidad buscara el apoyo de la gran potencia chií de la región han tenido que sucederse muchos y muy graves atropellos. Conviene recordar que Hamas rompió con el régimen sirio (dominado por la minoría alauí, rama local del chiismo) cuando se produjo la revuelta de 2011. Para cualquiera que conozca un poco la emocionalidad del imaginario político árabe, no puede dejar de sorprender que los mejores aliados de la resistencia armada palestina de vocación islámica sunní sean milicias chiíes no estatales, en Líbano, Yemen o Irak. Es como si los católicos del IRA hubieran recibido, en su momento, el respaldo de los protestantes franceses u holandeses. A este grado de dislocamiento ideológico se ha llegado.
En este contexto, las especulaciones retóricas sobre un mejor futuro para los palestinos “después de Gaza” deben sonar muy huecas en Cisjordania. En las últimas semanas, la espiral represiva se empieza a hacer insoportable, como denuncia la propia prensa israelí más crítica (5).
En todo caso, el deterioro de las condiciones de vida de la población palestina nunca ha dejado de crecer, en tiempos mejores o peores del proceso de paz. Israel siempre agitará el peligro “terrorista” para negar los derechos políticos de los palestinos, sobre todo ahora que comprueba que otros más básicos son conculcados sin que ello le comporte perjuicios más allá de un afeamiento, que, por otro lado, importa muy poco en aquellos lares.
Notas
(1) “Don’t bomb the Houthies. Careful diplomacy can stop the attacks in the Red Sea. ALEXANDRA STARK. FOREIGN AFFAIRS, 11 de enero.
(2) Artículo del ASHARQ AL-AWSAT, reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 16 de enero.
(3) “Iran increases output of near bomb-grade nuclear material”. SIMON HENDERSON. THE WASHINGTON INSTITUTE, 27 de diciembre.
(4) “Iran’s Revolutionary Guard deployed in Yemen”. JAY SOLOMON. SEMAFORE, 15 de enero.
(5) “Hebron residents fase restriccions like never before, unable to leave their homes or neighborhood. HAGAR SHEFAZ. HA’ARETZ, 4 de enero.