Alirio Pérez Lo Presti: El niño, la garza y el cine total

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Salí del cine y di las gracias a Hayao Miyasaki por haber logrado la excepcional película El niño y la garza, la cual, a mi juicio, viene a constituir el selecto grupo de filmes que se le puede dar la calificación de arte en su sentido más absoluto, total e imperecedero.  El asombro vino por partida doble. En primer lugar, porque tenía un largo tiempo sin salir de una sala de cine comercial con la sensación de haber podido disfrutar de una pieza de arte. En segundo lugar, porque en la contemporaneidad, por un asunto propio de lo tumultuoso, el buen cine, como cualquier arte, va apareciendo muy ocasionalmente y a cuentagotas y poderlo apreciar en su más amplia dimensión es una excepción que se valora.

El niño y la garza es una historia, la cual, además de ser una buena historia, potencialmente también puede ser la manera de expresar asuntos de interés que van más allá del propio relato, tanto para quien cuenta la historia como para quien la escucha. En ocasiones, lo artístico es un asunto que parte como una propuesta clara y diáfana y en otras, para diversión intelectual, el arte puede ser una excusa para asomar las cosas más complejas, que planteadas de otra manera no tendrían el interés que una obra logra alcanzar cuando asume lo estético como estrategia para acercarse al otro. En eso, en jugar con la dimensión estética, sin dudas que Hayao Miyasaki tiene las cualidades de hacer literalmente cuanto le place. Es capaz de cubrir sin puntos suspensivos, el abanico absoluto de lo estético, desde la belleza impoluta hasta la fealdad y el horror descarnado. Todo en una pieza. En su filme hay imágenes de belleza inigualable a la par de personajes de una fealdad perfecta.

Más allá de lo estético viene lo ético. A la par y como parte de la trama, están presentes elementos como el bien y el mal y el equilibrio entre uno y otro; la trascendencia de lo humano y los polos del ciclo vital; el encuentro y desencuentro con aquello que representa el amor y el odio simultáneamente y las cuestiones propias de la historia humana como la muy básica política y todo lo que ella conlleva. Plantea incluso el asunto del autoritarismo y su impostergable llegada al punto final que no es otro sino la aniquilación de cualquier equilibrio pensable. En la película de Miyasaki lo ontológico hace piruetas al derecho y al revés.

La vida, la trascendencia y la amistad van de la mano de la magia y en el filme no hay forma de detener el paso del tiempo y mucho menos evadir el enfrentamiento con la muerte. Es tan relevante el planteamiento acerca del recorrido propio de lo efímero de la existencia que, en su obra, Miyasaki plantea la muerte y sus consecuencias desde el inicio del filme. El comienzo de la película es, de alguna manera, el final de esta.

Pero va incluso más allá y en un insólito juego en relación con los planos temporales, personas de distintos tiempos se encuentran a la misma edad en otros sitios y el inframundo tiene puerta de entrada y de salida. Como si no fuese suficiente con convertir una propuesta estética en un asunto de inacabables interpretaciones filosóficas, lo simbólico está en cada secuencia, para beneplácito de quienes disfrutamos su obra. La historia no podía ser mejor, porque, partiendo de una tragedia, es difícil dejar de interesarse en la película, que lo va atrapando a uno en una especie de juego que combina elementos que seducen por lo estético y elementos que fascinan porque como trama, como historia, como cuento, es bueno.

Es por todo eso que me gustó la película, e incluso más, porque seguimos pensando en su propuesta luego de salir de la sala y con el paso de los días la película sigue dentro de nosotros, generando opciones y soluciones. Como si la obra continuase en movimiento luego de haberla disfrutado, porque seguimos elucubrando en torno a la misma y no hay reparo que nos impida dejar de pensar. Incluso, cuando nos damos cuenta de que la película también es un juego, ya que el autor se divierte cuando satiriza situaciones y personajes y plantea la desgracia humana con alegría y compasión.

Tuve la posibilidad, además, como si no fuese suficiente ver una película de elevada categoría, ir al cine acompañado de un par de personas inteligentes, que no dejaron oportunidad alguna para que siguiésemos hablando de la obra una y más veces, en una tertulia que en realidad es la continuación de la película más allá de la sala de cine, porque habiéndose abandonado la misma, la película sigue presente entre nosotros.

Doy gracias y celebro porque el cerebro es como un músculo, que necesita ser ejercitado y necesariamente se piensa cuando apreciamos una obra de Hayao Miyasaki. Valga para recordar que la inteligencia no está de moda y que esos espacios en donde todavía aparece deben recibir nuestra atención, admiración y respeto.

Para finalizar, como los grandes creadores, la película termina de manera certera y precisa. En quien pudo apreciarla, queda la necesidad de compartir lo vivido, como buena historia que es. De eso y más trata la última película de Miyasaki, hombre nacido en el año 1941 y que, a pesar de los tiempos, o gracias a los tiempos que corren, logra llenar salas de cine con una película animada.

Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – alirioperezlopresti@gmail.com – @perezlopresti

 

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