El año 2024 ha empezado con un número sin precedentes de drones y misiles balísticos rusos lloviendo sobre Ucrania. Hace dos años, en los primeros días de 2022, visité Donbás y Kiev cuando Rusia ya tenía a más de 100.000 soldados desplegados en la frontera y sonaban los tambores de guerra. Vladímir Putin apostó a que Ucrania no resistiría un ataque ruso y a que la UE no acudiría en su ayuda debido a su división interna y a su dependencia de los hidrocarburos que le vendía. Por ello, preparó una guerra de pocos días, y, aunque muchos europeos tenían entonces una expectativa similar, los acontecimientos resultaron muy distintos. Putin nunca imaginó que, dos años después, Ucrania seguiría resistiendo.
Las fuerzas armadas ucranias ganaron las batallas de Kiev y de Jersón, liberaron más de la mitad del territorio capturado, rompieron el bloqueo de los puertos del mar Negro y obligaron a Rusia a retirar el grueso de su flota de la Crimea ocupada. Sin embargo, la contraofensiva ucrania del año pasado no logró los resultados deseados y los rusos mantienen la presión sobre Ucrania acompañada de intensos bombardeos. Si bien Rusia no ha logrado prácticamente ningún avance en el campo de batalla en 2023, la realidad es que Putin sigue dispuesto a que mueran cientos de miles más de jóvenes rusos para acabar conquistando Kiev. Mientras su ejército y su pueblo sufren, él se mantiene totalmente refractario a la rectificación.
Hoy resurge el susurro del apaciguamiento y volvemos a oír voces que aseguran que la victoria de Ucrania no es posible y que el apoyo occidental no durará. Estas apreciaciones son tan erróneas hoy como lo fueron hace dos años y por ello no debemos permitir que condicionen nuestra política sobre Ucrania.
En palabras de Sam Greene, experto en Rusia del King’s College de Londres: “Puede que Putin quiera negociaciones, pero no quiere negociar”. Y el propio Putin ha declarado: “Queremos poner fin a este conflicto lo antes posible, pero sólo con nuestras condiciones”. Y ¿cúales son sus condiciones? Son la desnazificación, la desmilitarización y el desmantelamiento, tres palabras habituales en su discurso y que solamente significan rendición. Putin ha demostrado repetidamente que no negocia de buena fe y ha incumplido los acuerdos de forma sistemática. Y, en este momento, a menos de un año de las elecciones estadounidenses cuyo resultado cree que puede facilitar sus ambiciones imperialistas, ¿quién puede confiar en que Putin quiera negociar un acuerdo?
Putin se equivocó hace dos años. Se equivocó sobre la capacidad de su ejército. Se equivocó sobre la capacidad de resistencia de los ucranios. Se equivocó sobre la solidez de la UE. Se equivocó sobre la fuerza del vínculo transatlántico. Ahora debemos volver a demostrar que se sigue equivocando y en lugar de proponer el apaciguamiento, debemos tener presente lo aprendido desde 2022, redoblando los esfuerzos en los ámbitos en los que hemos tenido éxito y evitando los errores cometidos.
La UE y sus Estados miembros han prestado un apoyo económico, humanitario y militar sin precedentes, entregando a Ucrania casi 30.000 millones de euros en municiones y armas, y entrenando a casi 40.000 soldados ucranios en suelo de la UE. La guerra también ha reforzado la unidad transatlántica y nuestras sanciones, que hemos endurecido progresivamente para contrarrestar su elusión, han debilitado la maquinaria bélica de Rusia.
Sin embargo, con frecuencia hemos ido demasiado lentos a la hora de suministrar armas esenciales a Ucrania, y sólo actuado cuando parecía que Rusia podía tomar la delantera. Esta indecisión ha costado vidas. De cara al futuro, necesitamos un cambio de paradigma: debemos pasar de apoyar a Ucrania durante “el tiempo que haga falta” a comprometernos a “lo que haga falta” para que consiga la victoria.
Tenemos que equipar a Ucrania con las herramientas necesarias y para ello es imprescindible que disponga de misiles de largo alcance, equipos de defensa aérea y otros sistemas avanzados. Rusia está intensificando los ataques contra objetivos e infraestructuras civiles, como el reciente bombardeo de un hospital infantil en Járkov, y por ello los misiles antiaéreos son cruciales para salvar vidas.
Este proceso debe ir acompañado de un renacimiento de la industria europea de defensa. La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto que no está, ni de lejos, preparada para lo que nos enfrentamos, ya que está dimensionada para tiempos de paz. Buena parte de lo suministrado hasta ahora procedía de los arsenales existentes. Para ser capaces de reponerlos y de suministrar más armas y municiones, nuestra capacidad de producción debe aumentar de forma significativa. Aunque el gasto en defensa ya ha aumentado un 40% respecto al mínimo histórico de 2014, el incremento no está siendo lo suficientemente rápido. Debemos intensificar el esfuerzo para ganar esta carrera contrarreloj contra la Rusia de Putin.
No podemos permitir que Putin prevalezca. Nuestra propia seguridad está en juego. Si Putin tuviera éxito, Rusia y otras autocracias se envalentonarían para intentar hacer realidad sus respectivas ambiciones imperialistas. Debemos evitar a toda costa un mundo en el que la fuerza haga la justicia, los países poderosos cambien las fronteras a su antojo y los débiles sean presa de los fuertes. Permitir semejante escenario arrojaría una larga sombra sobre nuestro futuro durante las próximas décadas.
Que Ucrania prevalezca frente a la agresión rusa es la mejor garantía de seguridad para Europa. Una Rusia que aprenda a mantenerse dentro de sus fronteras reducirá la presión sobre sus vecinos, facilitará el camino de Ucrania hacia el ingreso en la UE y permitirá a Europa y al mundo centrar su atención en los muchos otros retos que esperan solución. Con nuestra ayuda, Ucrania puede conseguir que las ambiciones imperiales rusas sean un vestigio del pasado. Esto es lo que debe guiar nuestras acciones y nuestra estrategia.