Donald Trump acaba de dar el primer paso triunfal en el camino de regreso a la Casa Blanca. Ha sido en el estado de Iowa, donde el eterno candidato demostró que será el representante indiscutible del Partido Republicano. Ninguno de sus rivales ha hecho pensar que tenga la menor perspectiva de sustituir al expresidente al frente de un partido que se ha convertido en su propiedad. Aparte de lo imprevisible, resulta difícil ver qué podría impedir que Trump fuera el candidato republicano. Tampoco hay nada que le impida vencer a Joe Biden. Solo un acontecimiento improbable, o un problema de salud, o la sustitución de Biden por otro candidato demócrata podrían poner en duda la victoria final de Donald Trump. Sería una remontada sin precedentes en la historia de Estados Unidos, ya que ninguno de los presidentes que han estado tentados de volver al poder lo ha conseguido. Tampoco nadie habría apostado, hace tres años, tras su derrota ante Biden, que Trump tuviera la más mínima posibilidad de seguir siendo la figura dominante de la política estadounidense. Ni que su deseo de venganza, o incluso de revancha, pudiera verse satisfecho. El probable regreso de Trump está causando cierto temor entre los aliados de Estados Unidos, sobre todo en Europa. ¿Está justificado este temor? Sabemos que Trump es impredecible, pero no lo es tanto como a la gente en Europa le gustaría creer.
En primer lugar, tenemos que entender por qué la mitad de los votantes en Estados Unidos están dispuestos a apoyar a un candidato que está bajo la amenaza de cuatro procesos penales. Se trata de cargos graves, en los que se le acusa de fraude en sus asuntos personales y de violar la Constitución al incitar a una rebelión para impedir que Biden fuera declarado vencedor. La popularidad de Trump se debe a razones que poco tienen que ver con sus posiciones, a veces difíciles de entender. La influencia de Trump sobre su electorado tiene una cualidad mágica, carismática, por utilizar la expresión del sociólogo Max Weber, que identificó el carisma como una cualidad decisiva de un estadista.
Esta cualidad beneficia aún más a Trump en Estados Unidos, donde existe una especial predilección por la fama. Por tanto, Trump es una figura mítica. Sus mítines despiertan un entusiasmo, incluso un delirio, solo igualado en el mundo de la canción y del rock. Más allá de lo que Trump pueda decir, que en realidad no escuchamos, encarna el retorno del ‘hombre blanco’, muy perturbado en los últimos años por el auge del feminismo, de las minorías y de lo que se conoce como ‘wokismo’, una forma reciente de corrección política; esto es lo que moviliza a las multitudes blancas.
Trump asusta a la gente en Estados Unidos y fuera de él. Pero el miedo que despierta es una de las razones por las que sus votantes lo apoyan. Creen que el carácter un tanto aterrador de Trump protege a Estados Unidos de sus enemigos. Los sondeos muestran que los votantes de Trump están convencidos de que Rusia no se habría atrevido a atacar Ucrania si él hubiera estado en la presidencia presidente. O que Hamás no se habría atrevido a atacar Israel por miedo a las represalias del expresidente. Esto es fantasía, pero la política es fantasía.
La popularidad de Trump no es solo mágica. Sus votantes recuerdan, o creen recordar, que durante su mandato la economía iba mejor que ahora y que no había inflación. Esto no es del todo cierto y Trump no tuvo nada que ver con ello. Sus votantes también recordarán que Trump no declaró la guerra a nadie; únicamente heredó los últimos vestigios del conflicto en Afganistán. A pesar de su retórica belicosa, y a diferencia de todos sus predecesores, no provocó ningún nuevo enfrentamiento. Por último, Trump es «Estados Unidos primero», defensor de un aislacionismo que, como sabemos, es una corriente permanente y arraigada en la sociedad estadounidense.
Entonces, ¿tienen razón o no los europeos al estar preocupados? En parte, sí la tienen. La política de «America first» de Trump probablemente desembocará en un proteccionismo que podría perjudicar a las economías de Europa y del resto del mundo. Trump tratará sin duda de desentenderse de la guerra en Ucrania y considerará que este conflicto es ante todo un asunto europeo. Los europeos lo esperan. Ya están dedicando una proporción cada vez mayor de sus recursos a ejércitos que, a la larga, podrán intervenir sin Estados Unidos. Hay dos áreas de conflicto en las que es poco probable que Trump cambie la posición tradicional de Estados Unidos: Taiwán e Israel. Taiwán porque Trump es aún más antichino que Biden, e Israel porque el núcleo del electorado de Trump es profundamente proisraelí, por razones teológicas incluso más que geopolíticas.
Por último, hay que recordar el primer mandato de Trump. El mundo quedó abrumado por sus discursos, no siempre coherentes, pero que, en la práctica, no se aplicaron. Esta discordancia entre las declaraciones jactándose de valiente y la pasividad a la hora de actuar se explica por el carácter de Trump: quiere el poder por el poder, pero sin ejercerlo realmente. Esta discordancia también puede explicarse por las instituciones propias de Estados Unidos. En este país federal, donde el poder es ante todo local, el presidente puede hacer poco o nada sin el Congreso. Trump descubrirá una vez más que la principal función del presidente es tomar la palabra, lo que se conoce como el ‘poder del púlpito’. También recordarán que cuando, durante su primer mandato, Trump quiso utilizar al Ejército para fines ajenos a su misión, como mantener el orden en el país, los militares no intervinieron. A veces leemos que el presidente de Estados Unidos controla el botón del arma nuclear. Pero no existe tal botón: el uso de armas nucleares depende de una larga cadena de mando en la que los jefes militares desempeñan un papel tan decisivo como el del presidente. El mundo ha tenido su primera experiencia con Donald Trump. Experimentamos algunas turbulencias. Pero nada más. Tenemos que prepararnos para un segundo mandato. No veo ninguna razón para que sea más turbulento que el primero.